Libidinoso,
como el embate entre un plátano y unos huevos licuados con leche,
vomitados por Aristófanes.
Sádico,
como el beso de un cuchillo al más sabroso pastel de chocolate rancio.
Abusivo,
como el empalme copuloso entre una zapatilla y un huarache de regadera,
en el cajón de los zapatos viejos.
Soberbio,
como una pompa de jabón al reventar contra unos calzones sucios.
Tierno como un zacate enjabonado,
al encuentro con las nalgas tersas del culo amado.
Placentero como el desliz de esta pluma sobre el papel arrugado que soporta mis eructos.
Entregado,
como un regalo comprado para uno mismo en la ferretería más pinche.
Finito,
como el sabor a fresa de un chicle,
igual de sabroso y pegajoso.
Injusto,
como un sándwich sin jalapeños,
más injusto aún si le ponen aguacate.
Doloroso como el final de las palabras,
empalagoso como un girón insistente en el pecho.
Así es el amor, así lo siento: hermoso,
como el olor a libro viejo que te mata poco a poco,
con sus hongos de pulmón, que cobijo y dejo y dejo…