¿Por qué el lector prefiere el yo y no el ellos?

Entre las diversas problemáticas que enfrenta hoy la novela, una que despierta más mi interés, será porque me identifico con ella, va sobre la autoficción, neologismo proveniente del término en inglés: faction. Autobiografía bajo sospecha, en palabras de Enrique Vila-Matas, quien además la define como la narración de la vida transformada en novela, al cruzar la frontera hacia los dominios de la fabulación.

Enrique Vila-Matas

Desde hace por lo menos cuatro años, escucho decir a escritores e intelectuales (mayoritariamente latinoamericanos) que escribir sobre uno mismo es cosa de principiantes, de ególatras sin remedio, incluso de frívolos y egoístas. Junto con pegado, como decimos en mi tierra, le viene el tema de la escritura sobre uno mismo en primera persona. “Los escritores serios, sobre todo los que han alcanzado cierta edad (cincuenta o sesenta años), dejan de escribir en primera persona”, me ha tocado escuchar en clases y conferencias.

Entonces, al representar autoridades de mi proceso formativo, suponía ciertas e invariables sus reflexiones. Sin demasiadas trabas, llegué a pensar que carecían de seriedad los escritores empeñados en escribir en tercera y nunca bajo sospecha de utilizar material autobiográfico. También suponía se trataba de una tendencia de la época y hasta me propuse escribir únicamente en tercera persona durante un tiempo.

Hoy, todavía en un proceso formativo pero ya con menos ingenuidad, me planto frente a esas palabras (ante esas autoridades que una vez me dijeron: no al yo) para defender la autoficción escrita en primera persona, a pesar de que hoy nadie se desgreña por enterrar este tipo de escritura (o tacharla de poco seria), sino todo lo contrario (por lo menos de este lado del Atlántico).

Para dejar más claro qué es la autoficción, parafraseo y cito a W. Manrique Sabogal y otros autores, a su vez citados por él, en “El Yo asalta la literatura”, publicado el 13 de septiembre del 2008 en Babelia, artículo del cual parto para desarrollar las líneas a continuación ordenadas.

La autoficción es, pues, un cuadro donde las experiencias del autor y lo inventado se funden desde la verdad del escritor. Herramienta literaria con la que el autor filtra episodios de su vida y los convierte en su obra. El escritor es seducido por ese yo donde el autor se desdobla con su propio nombre o con uno prestado, o sus experiencias son reconocibles, sea como protagonista o como mero espectador. Es un territorio donde se juega de manera consciente, pública y desinhibida a trastocar la realidad de sus autores. A potenciar la intriga en el lector sobre si el escritor vivió o no los hechos contados.

Desde que me convertí en lector reconozco una constante, más o menos inevitable, a la hora de enfrentarme, sobre todo, a la narrativa en forma de novela:

Cuando me acerco a una, en mayor o menor medida, siempre me pregunto si determinado capítulo o cierta escena podrían estar inspiradas en la vida misma del autor; en qué grado podrían representar un dato “real” para dar identidad y cara a quien escribe.

Al final de cuentas, la duda sobre la “veracidad” de los hechos narrados pretendía más acercarme a la personalidad y vida del autor, y menos hacerme entender la historia contada (estas siempre suelen ser lo suficientemente verosímiles y congruentes para entenderse). Por otra parte, ahora atino, el surgimiento de esta duda no puede ser sino consecuencia de enfrentarse a una mentira bien hecha, es decir, a una novela en toda regla, pues si algo debe hacer una novela, es hacerme creer que lo narrado, al menos en el universo mismo de la ficción, es real.

Y los lectores nos preguntamos esas cosas porque nos gusta vernos reflejados en las vidas de otros. Nos gusta así pensar que otros comparten nuestras demencias, pasiones, consuelos y alegrías. Nos sentimos, a veces, menos solos. He aquí una de las razones que apunto primero, en respuesta a la pregunta que da título a este ensayo. Al lector le gusta que le cuenten cosas de una forma directa, intensa, sin desperdicio de tiempo y con todos los elementos necesarios para entender la historia contada y además, presentar a quien la cuenta. Al lector, hoy y siempre, le gusta verse reflejado en lo libros.

Pero, ¿cuáles otras pueden ser las razones por las que el lector prefiere el yo y no el ellos? “La presencia fuerte de la primera persona es una manera de escribir más acorde con estos tiempos: la sociedad urbana contemporánea ha fragmentado de tal modo su identidad que no somos más que trozos de desechos de naturaleza que necesita reconocerse en un relato de su tiempo”, apunta Andrés Trapiello. “Al ser las luchas que la sociedad contemporánea nos reserva, casi en exclusiva individuales, la novela de hoy es normal que se centre en el individuo”, completa Marcos Giralt Torrente.

Sean estas, quizá, las razones de más peso. Vivimos en una época en la que las luchas han dejado de tomar un porte predominantemente social. Esto no significa, por supuesto, que en nuestros tiempos ya no se pueda hablar de sociedades en lucha. Sin embargo, en cuanto a novela se refiere (y diría inclusive narrativa en un sentido todavía más amplio), son las luchas individuales, los conflictos del yo, los que a su manera, representan los conflictos sociales, siempre desde el punto de vista subjetivo que una sola voz es capaz de exponer. Hoy, las grandes urbes de donde nace el grueso de novelas en el mundo, carece de luchas o conflictos en masa. Lo que abundan son los problemas del yo.

Con los años he escuchado que el yo en narrativa ya está pasado de moda y puede llegar a ser, incluso, aburrido. Hablamos de una forma de escritura que tuvo su auge y apogeo durante prácticamente toda la mitad del siglo XX y extendió su poder hasta la primera década del siglo XXI.

Me resulta curioso, antes como lector que como creador, darme cuenta de cuan poco me importa enfrentarme a una historia escrita en primera o en tercera persona. Lo que siempre me ha interesado como lector es que las historias me digan algo mientras me hacen sentir emociones.

Como lector puedo dejar que los escritores y críticos no se pongan de acuerdo sobre si se debe o no seguir usando la primera persona para narrar. Pero no me pasa igual como creador. Nunca he tenido pretensiones muy elevadas. No busco hacer historia ni inventar vanguardias. Me basta apenas el ejercicio lúdico de la escritura, siempre con la intención de comunicar y sin dejar de considerar al lector para quien escribo. No escribo para que me quieran: ni los críticos ni los lectores, mucho menos otros escritores. Escribo para entenderme a mí mismo y comunicar a la vez. Para debatir. ¿Qué importa si escribo o no en primera persona? ¿Por qué habría de restarle seriedad a mi literatura, esa o cualquier otra forma de escritura?

A mi parecer, desde siempre el escritor ha escondido en sus textos parte de su vida. Ya sea la idealizada o la verídica. La autoficción, quizá, puede ser una manera de volver a esconder, bajo el velo de la ficción un montón de anécdotas reales que el escritor no puede evitar convertir en literatura, anécdotas que jamás se atrevería a publicar de otra forma, pero no puede ignorar pues las considera asuntos dignos de narrar en tanto comunican algo.

Aunque hoy se hable de la autoficción como algo novedoso, no me lo parece en absoluto. Ya lo dijo Vila-Matas, se trata de la autobiografía bajo sospecha. Lo valioso de esta forma de escritura, a mi parecer, es la capacidad que tiene para balancear la ficción con la realidad. O regresarle a la ficción el peso e importancia que ha perdido frente a la realidad después de más de cincuenta años de novelas realistas que muchas veces beatifican los “hechos reales o verdaderos”.

La autoficción dignifica la ficción y nos recuerda que el lector siempre sufrirá la intriga sobre si el autor vivió o no lo narrado. Es como una especie de vuelta a la tradición, frente al auge del realismo en el siglo XX.

“Hablar de uno mismo es dividirse en dos, uno que narra al otro: somos y no somos nosotros. Son dos yoes que no han convivido ni en el tiempo ni en el espacio. Escribir la propia autobiografía es siempre una verdad a medias; una ficción.”, dice Manrique Sabogal.

Hasta ahora se han enlistado suficientes buenas razones que nos llevan a entender por qué hoy el lector prefiere el yo y no el ellos. Pero traigo a cuenta una más, de Jordi Gracia, pues aporta un argumento muy significativo: “La moral católica del secreto y el disimulo, quizá ha dejado de pesar tanto. Lo que antes era exhibicionismo o descaro de mal gusto, ahora es verdad y valor para contar, con independencia de la opinión ajena: secuelas felices de una libertad ética más honda y responsable de sí misma.”

He aquí la raíz de la incapacidad del autor de compartir públicamente las anécdotas que, si no son presentadas como ficción, no serían presentadas nunca. Se escribe desde el yo como consecuencia de una libertad ética, profunda y responsable de sí misma. La autoficción implica una ruptura frente a la moral católica impuesta, pero aun en esa libertad es difícil combatir una raigambre cultural de tan enormes proporciones. Así el escritor se despatarra y cuenta desde una aparente “libertad”, para luego acomodarse en el confort de la ficción, pero esta vez lo hace con una postura inteligente: busca dignificar la ficción frente a la realidad y así mata dos pájaros de un tiro: reclama la vuelta de la ficción, sin despreciar el realismo; retoma la tradición sin dejar de lado las posibilidades estéticas contemporáneas.

Y agrego: quizá la autoficción hoy en día, a diferencia de las novelas de corte realista que, sobre todo durante la última década se convirtieron “en una forma honesta, civilizada e instructiva de entretenimiento” y que llevó a los lectores a ser sólo consumidores de novela, dijera Eduardo Mendoza en “Funerales de la novela” (clubcultura.com, 1998), sí ofrece, más allá de entretenimiento, una representación de la realidad, no con el imperativo o responsabilidad de formalizarla para entenderla, como lo hacía la novela decimonónica, sino de proponer una interpretación subjetiva de la misma, con una perspectiva lúdica, ética y moralmente comprometida únicamente consigo misma. Al mismo tiempo, la autoficción se manifiesta frente a los modos vigentes de contar “la verdad” impuestos por el mercado editorial, y nos recuerda el valor de la ficción, que ha perdido peso frente a la implosión mediática que prioriza “la verdad”.

“En el secreto del cosquilleo por la certidumbre, está una de las razones que empuja a la gente a leer estos libros.”, apuesta Manrique Sabogal y yo apuesto con él, pues, si tuviera que reducir a una la razón por la que los lectores prefieren el yo ante el ellos, utilizaría ésta. A los lectores nos gusta pensar que la experiencia leída pudo haber sido la nuestra.

La autoficción emerge como el ejercicio de quitarse la máscara, una apuesta arriesgada que busca la verdad escrita sobre un sujeto que comunica un mensaje, pero sobre todo algo que tendrá que ver consigo mismo y con sus emociones, algo que le dará rostro definido fuera de todo anonimato, más allá del strip-tease.

Lo significativo, la aportación más importante de la autofición, apunta Jordi Gracia, con quien estoy de acuerdo, es “la ruptura del pudor que antes hizo que el novelista protegiese su identidad detrás de un narrador con atribución de nombre y rasgos ajenos a él mismo y hoy en cambio, el juego consiste en lo contrario: la aproximación del narrador y protagonista a los rasgos del autor fáctico, aunque esa identidad sea móvil o difusa.”

Los motivos de cada autor para entrar en la autoficción son diferentes. El escritor Juan Cruz apunta la siguiente: “Mientras escribo, voy entendiendo. No escribo de mí mismo sino de uno a quien desconozco totalmente. Y cuanto más sé de él más insólito me parece lo que veo de él en el espejo.”

Esta forma de escritura, debo decirlo, se parece mucho a la mía. Siempre he tirado de mi realidad circúndate para escribir ficción. El motivo expuesto por Cruz me permite identificarme plenamente con la autoficción: escribo sobre un yo que desconozco totalmente, y en la medida en que más sé de él, más encuentro coincidencias conmigo cuando lo veo en el espejo. Por eso hoy el lector prefiere el yo y no el ellos, porque en el yo puede verse, como se ve a sí mismo el autor.

Sin embargo, termino este breve ensayo recogiendo una idea en la que coinciden escritores como Marías, Marsé y Muñoz Molina: “Lo importante es la realidad que transmita el libro y su valor literario que es lo que quedará, al margen de si lo narrado ocurrió o no.” ¿Qué más da si lo narrado está escrito en primera, segunda o tercera persona? ¿Qué importa si es verídico o totalmente imaginado? Lo que importa es qué dice o comunica el libro. A mi parecer, allí radica y ha radicado siempre el valor literario, en justo equilibrio con una forma propositiva. Es decir, el equilibrio tan deseado entre forma y fondo.

Sevilla, 9 de mayo, 2011