Algunas personas, entre las que no me incluyo (por supuesto), consideran que los escritores están dotados de una mayor inteligencia que la población media, o en su defecto de una mayor capacidad intelectual (entendiendo intelectual en su primera acepción de la RAE: relativo al entendimiento). Los escritores no somos más inteligentes, ni genios creativos con capacidades superiores, solamente somos personas que han aprendido a mirar.
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Camilo José Cela se quejaba en una intervención en televisión de que a un Premio Nobel de Literatura (como era su caso) se le exigía tener una opinión formada sobre casi todo: política, sociedad, historia, arte… Mientras a un Premio Novel de Física sólo se le preguntaba en las entrevistas por temas concernientes a la física.
Quizá por eso algunas personas desean escribir un libro. Los escritores se perciben con admiración. Aunque sólo seamos individuos que trabajan construyendo historias de ficción. Porque no te engañes, no somos más que eso.
Sin embargo, sí hay algo que nos diferencia del resto, o de una parte de la población, es nuestra forma de mirar, más agudizada. Y no nacimos ya con esta forma de mirar, aprendimos a mirar de esta forma para escribir. Lo aprendimos, igual que se aprende casi todo en la vida. Lo que quiero decir es, si quieres ser escritor, tendrás que aprender a mirar el mundo de una manera única, muy particular, distinta a la del común denominador de las personas.
Pero cómo se hace eso, ¿de qué manera se aprende a mirar?, te preguntarás. Tranqui, te lo explico…
El escritor irlandés Jon Banville dijo en una entrevista que los artistas éramos caníbales y despiadados. Contó que una vez, iba con su mujer en el coche y tuvieron una discusión. Ella le dijo algo que sonaba bien y él respondió: «¿Puedo usar eso?». «Eres un monstruo», respondió su esposa. «Lo sé, pero ¿puedo usarlo?» Banville estaba convencido del valor de la frase que había dicho su mujer y, queriéndolo o sin querer, puso más atención en ello que en la conversación que desató la discusión. «Ella es la mujer de un artista y sabe el coste. Es maravillosa», decía Banville.
Los escritores estamos obligados a mirar el mundo con extrañeza, maravilla, horror o cualquier otra óptica que forme parte de nuestra personalidad creativa. Debemos canibalizar la vida propia y las vidas ajenas (aunque se trate de las vidas de nuestros seres más cercanos y queridos). Estamos obligados a hablar de lo que conocemos para después deformarlo y conformarlo a nuestro antojo. A fin de cuentas, eso es la ficción.
No hablo de contar tu vida ni la de nadie con pelos y señales (o sí, allá tú) hablo de que tu nostalgia, tu tristeza, tu alegría, tus celos, tus miserias y virtudes emanen de tus textos. Si sigues transmitiendo a tus lectores que tu decepción es como una noche de verano sin estrellas, o como un mar revuelto por las olas, no tendrá de dónde agarrase y resbalará de tu prosa con alivio.
A mirar se aprende mirando. Y tomando consciencia del modo exacto en que has mirado, identificando las perspectivas que tienen otros con respecto al mismo asunto y encontrando aristas, ángulos o cuestiones que tú destacaste por alguna razón. Si hallas patrones de comportamiento en tu mirada, probablemente habrás dado con una forma muy personal de mirar.
Ejercicio
Te propongo un ejercicio que te ayudará a ensayar la mirada. Durante una semana, lleva una libreta y un bolígrafo contigo, vayas a donde vayas: de camino al trabajo, en el supermercado, cuando estudies en la biblioteca, cuando estés cenando junto a tu familia… canibaliza todo, y no dejes de incluirte. Atrévete a emitir opiniones. Juzga, compara, realiza escrutinios. No dejes títere con cabeza. Que no se te escape un detalle. ¿Qué detalle? ¡Aquel en el que te fijes de manera natural y sin esfuerzo!
Cada que empieces un nuevo ejercicio de observación utiliza una página diferente de la libreta. No importa que no haya un orden en tus observaciones, basta con que reconozcas el surgimiento de cada una de ellas, en los distintos contextos en que fueron producidas.
Al terminar la semana detente a leer detenidamente cada una de tus observaciones. Pregúntate: ¿en qué aspectos te sueles fijar? ¿Desde qué ángulo tiendes a mirarlo todo? ¿Te suele invadir una emoción de manera constante? Busca patrones. Allí está la clave.
Si una semana de observaciones no fue suficiente para encontrar patrones, repite el ejercicio durante un mes y deja pasar todo el mes sin detenerte a evaluar nada. Únicamente mira y captura lo que mires. Al cumplirse el mes, déjalo todo reposar durante tres o cuatro días. Solo entonces evalúa de nuevo en busca de patrones. Al enfrentarte a una masa mayor de observaciones, te resultará más fácil detectarlos.
Cuando hayas detectado al menos un patrón, déjate seducir por la probabilidad de que esa forma que tienes de observar el mundo forme parte de tu personalidad creativa. Ahora, inspírate en las cuestiones observadas que te ayudaron a detectar el patrón y escribe una historia con todos sus avíos. Asegúrate de que tenga un planteamiento, un desarrollo y un desenlace.
Al terminar tu ejercicio, busca el apartado Ejercicios de escritura en la página de inicio de mi web y reserva una clase conmigo para evaluar tu práctica.
¿Cuáles fueron tus descubrimientos? ¿Qué patrones encontraste, luego de hacer este ejercicio de observación caníbal? Compárteme tus resultados y déjame conocerte mejor. Leo y respondo todos los comentarios.
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