Esencialmente, todos estamos capacitados para contar historias. A las personas nos gusta dar cuenta de la realidad (para comunicarnos con los otros, para entender y ser entendidos, para abrir el debate), pero más nos gusta que nos cuenten historias porque a través de ellas aprendemos a vivir.
Aunque todo el mundo esté capacitado para contar historias, no todos saben cómo narrarlas, de manera que sus ideas, anécdotas, y emociones sucumben ante la falta de claridad y suelen perderse en el universo infinito de la confusión, la escritura autocomplaciente, la retórica vanidosa o la técnica tramposa que pretende sorprender…