No la miré a los ojos antes de morir. No la rodeé con mis brazos. Ni olí su cabello, ni sentí la suavidad de su piel. Con ella la muerte fue impaciente, con nosotros indiferente. Si lo pienso, no ha sido peor o mejor. Es igual de doloroso esperar a que la muerte se lleve a quien amas, incluso tormentoso. Podría aferrarme a las ventajas de haberla perdido de forma súbita. No lo esperaba, no sufrí anticipadamente. Nadie lo hizo…