Cómo enamorarte

Anticipa que sufrirás y procura ser feliz. ¿Para eso hemos venido todos al mundo, qué no? Melodramas aparte. Dedica tiempo y esfuerzo a los estudios, las proyecciones de futuro donde eres una persona de provecho, exitosa (un escritor, por ejemplo), también a las amistades, a las relaciones públicas, a la defensa de los derechos humanos, a ver comedias románticas en la pantalla grande y perder la cuenta de la cantidad de helado que ingieres mientras tanto, a imaginar cómo sería tu vida si tuvieras novio (más emocionante, por ejemplo).

Dedícate a todo eso, menos a las relaciones amorosas. Sobre todo porque tu suerte en el campo del amor, desde tu infancia mocosa e inocente, no ha sido buena. Es un principio básico: el amor se escabulle entre el tiempo, la geografía y los deseos desenfrenados por encontrarlo. Por eso aférrate a la idea: para todo hay un tiempo y el tuyo no ha llegado aún, luego desea incontrolablemente, como sueles hacer desde siempre, que arribe a tu vida ese hombre maravilloso que te tiene reservado el destino, y que llegue ya, ahora mismo, aunque le jures luego a Dios, que no es aún el punto fijo del techo, serás paciente y esperarás, así te salgan telarañas en la cola, o debas cruzar el mundo de punta a punta para hallar aquel preciado bien que la humanidad entera persigue. Haz una lista de las cualidades que te gustaría tuviera ese hombre. Luego pídele uno así al universo y vuelve a dedicarte a todo menos a buscarlo. O sea, se paciente pero apúrate (simple y claro como agua).

La primera tarde, en la bolsa de mano que te empeñas en cargar al hombro (aunque varias veces te han dicho por ello señora) guarda unos libros, la cartera, un paraguas, humectante labial y tus miles de preguntas sobre la vida y la escritura creativa. Acostumbrado a las distancias largas impide que te agobie el trayecto al Centro Histórico de la ciudad. Utiliza la misma lógica que usas desde que leer te importa: todo tiempo de traslado en esta urbe monstruosa, a la que amas y odias por igual, será también tiempo de lectura, y no hay tiempo de lectura equiparable al despilfarro (aunque haya libros horrendos que te obliguen a sentir que se te acaba la vida, razón por la que siempre cargas al menos tres títulos). Cuando uno no sabe es fácil inventarse lógicas de uso recurrente para hacer la vida llevadera. Supón que ese afán es una muestra ligera de tu predisposición a ser feliz en medio del sufrimiento. No sabes. Intuyes, pero intuyes bien. Pronto descubrirás que la vida no es una historia de amor con final feliz, pero puede ser un ameno traslado durante el que lees provechosamente (y en el mejor de los casos también escribes) y que tu felicidad depende de un solo ser, un ser a veces inalcanzable.

Working progress de la novela Curso de belleza, amor y sexo.