Cómo escribir una novela

Siéntate frente al ordenador y mira al cursor parpadear sobre la hoja de Word. Muérdete los labios. ¿Una pitonisa sabría leer el futuro de mi novela?, ¿podría ver en su bola de cristal cómo será, la historia que contará? Ve a la cocina y mordisquea una manzana.

Reconócelo, no sabes apenas nada de esa cosa prosística y grosera que tercamente llamas novela, aunque sea entre susurros. Lo único que sabes es que la escribirás tú, nadie más. Tú, que a veces pareces más una invención y otras una representación de la realidad extratextual. Tú, un mexicano viviendo en Sevilla, un tipo simple que carga salsa chipotle en un tupperware cuando sale a comer a restaurantes porque nunca nadie tiene pique. Tú, que escribes desde el dolor, la soledad, el miedo y la vergüenza, desde donde no es agradable escribir, desde donde no te gusta escribir pero no tienes más remedio. Tú, que empujado por una fuerza imposible de combatir insistes en construir varias tramas que constituyan una sola, una mayor, la que quizá termine por formar no sólo la novela, sino tu vida. Tú, que te resignas a contar desde el desorden, sin rumbo fijo, avergonzado por la imperante necesidad de extirpar la mierda que llevas dentro. ―¿Será ―pregúntate― que se puede escribir una novela desde la absoluta incertidumbre, desde la más absoluta anarquía prosística, y al mismo tiempo acariciarse uno mismo la cabeza con la ternura de una madre, sin mandarse a callar por piedad literaria, por el bien de los lectores o por la dignidad de la historia artística del mundo? ¿Será que se puede vivir teniendo los pies en Sevilla, la cabeza en México y el corazón sabrá Dios dónde, que se puede al menos respirar sin tener a cada instante la certeza de cuánto dinero queda en el banco y a qué hora vas a despertar mañana?

Imagina que se publica y vas a recoger unos cuantos ejemplares. Sales luego a la calle y lees el título: Manual de instrucciones para el fracaso o, Cómo tú todo o, Cómo tú lo haces todo o simplemente Manual de instrucciones. Sonríes pero inmediatamente un par de preguntas fastidian el júbilo: ¿qué pensará mi ex cuando lea todo esto?, ¿qué mis maestros de literatura?, ¿y mis padres, mis amigos? Deseas no haberlo escrito.

Termina de comerte la manzana y deja los restos sobre la mesita para el café. Mírala allí sola y ridícula, reducida y deforme como las ideas que tienes para escribir una novela, absurdas y oxidadas como el deseo de no haber escrito un libro que no has escrito aún. Deja de contemplar la hoja en blanco de Word. Pon unas lavadoras, compra huevos y cereales, mayonesa, CocaCola. Pregúntate, ¿me olvidará México algún día, lo olvidaré? Cena fuerte, duerme y a la mañana siguiente ve a trabajar a la editorial.

Working progress del primer capítulo de mi nueva novela Curso de belleza, amor y sexo.

la foto
Se llama Rojito y nos llevamos re bien.

2 Comentarios

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  1. La novela toma posesión de la cabeza mucho antes de musitar sus primeras palabras. La vamos creando en la mente y su historia empieza a suceder delante nuestro. Nos vuelve unos testigos mudos que asisten, en primera fila, a las acciones que luego asumimos como nuestras, pero que siempre le han pertenecido a la novela. Para cuando nos sentamos a escribirla nos descubrimos como unos meros traductores de ese lenguaje inefable con que nos habla, unos vulgares cronistas de todo aquello que vimos que se valen de más de mil mentiras para contar lo que creemos que pasó.

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