Cómo perderse en la implosión cultural

Hace una semana o dos, salí a repartir publicidad del Taller de Escritura Creativa que coordino. Dejé algunos volantes por ahí, otros por allá: librerías, bibliotecas, sórdidos rincones de avisos oportunos (de esos hay muchos en el Casco Antiguo de Sevilla), bares, centros cívicos… caí hasta en una lavandería que también renta pelis, pone café y tiene wifi.

Mi intención era comunicarle al barrio la apertura de grupos nuevos, para volver pronto a casa y continuar la lectura de El viaje del escritor (C. Vogler), título fundamental de la bibliografía recomendada por Miguel Nieto, uno de mis profes del máster; así como revisar algunos cuentos escritos por mis alumnos y escanear las noticias en la tele o la prensa: vamos, regresar para hacer los deberes.

Pero nunca he podido evitar, cuando me encuentro un escaparate de libros, películas, periódicos y revistas, detenerme y bichear un poco. Terminé por traer conmigo de la biblioteca Alberto Lista, La piel afilada (J. Hatero), un bestiario de amantes al que desde el invierno pasado le eché ojo; y Cada siete olas (D. Glattauer), la secuela de Contra el viento del norte, una novela epistolar deliciosa que nos tuvo a mi marido y a mí, leyendo de un jalón dos noches seguidas; ambos títulos editados por Alfaguara. O sea, me eché a la espalda dos deberes más.

«Madrid c/ Luisa Fernanda, 15 de enero del 2011», Juan Berrio

Uno o dos días después, en el máster inició la impartición de la asignatura Literatura y Medios a cago de Carlos Peinado y, por supuesto, lo primero que nos pidió fue estar al tanto de Babelia y el El Cultural. Venga otro tanto al costal de los deberes.

Luego Ana de Haro F., la dulce becaria del máster que hace de vocera oficial, nos hizo llegar una invitación para asistir a gratis a la obra de teatro La lección de Eugène Ionesco, y como gratis hasta las puñaladas, me apunté. No tengo idea de cuándo es la función, pero yo ya pedí sitio.

La última vez que pisé el Bar Platea, donde he impartido el taller desde hace ya algunas semanas, Alejandro Bravo, un joven y entusiasta poeta sevillano, amigo y colega laboral del Platea, me formalizó una invitación para acompañarlo en la presentación de Vuelos, un poemario en edición de autor, el próximo 10 de febrero. Hecho que me llena de orgullo y es un gran honor. Resultado: otro libro más en los deberes por leer y éste, además, con fecha límite.

Las tres últimas semanas, mi marido y yo hemos estado a la caza de la segunda temporada de la serie gringa V. Un remake estupendo de la versión original que se hiciera famosa en los años 80. Nada más podemos, olvidamos todo y nos entregamos a los 40 minutos más esperados de la semana. Tiempo, por supuesto, que cada uno le resta a sus respectivos y cada vez más tétricos deberes.

Hoy por la noche, me planteé asistir al chou de Caroline Mantoy, cuentacuentos franco-mexicana que promete apaciguar mis nostalgias. Pretexto perfecto para repartir otro poquito de publicidad de mi taller entre los asistentes… No sé yo si al final podré ir.

Hace media hora, entre los libros que tengo amontonados en el escritorio,, encontré Afterpop (E. Fernández Porta), un ensayo muy interesante sobre la estética literaria española de los últimos años. Empecé a leerlo a principios del verano pasado y lo dejé para terminarlo “después”, cuando me di cuenta que las últimas 100 páginas (de casi 400 que tiene) se alejaban cada vez más de la muy atractiva primera parte del libro.

Ayer, en el transcurso del día, Bea, mi compañera de última fila en el máster, me compartió algunos caramelos muy sabrosos. Recordé lo emocionante que es la universidad. Entendí que la vida no es lo que se tiene, sino lo que se hace con ello, y que una manta limpia y acogedora puede transformar el universo de un neurótico de la limpieza y fanático del buen dormir. Descubrí que Diego y Laura, otros dos colegas de clase, son vecinísimos míos: “esta es tu casa”, me dijo Laurita al estilo cortés del tiempo de nuestras madres, y se me llenó de entusiasmo el pecho. Me enteré: ir a Italia, en avión ida y vuelta cuesta, en plan mochilero de fin de semana, 20 euros: Fer, aventurero irredento, también amigo-máster, me lo contó. Volví a casa, al término del día, francamente contento. Con unas ganas enormes de abrazarme a Mi Dinosaurio (o sea a mi marío –sí, así sin d y con acento, porque está escrito en andaluz) y perderme en sus ojitos color verde y miel.

Esas pequeñeces, si se les quiere ver así, me abrieron los ojos ante lo fácil que es perderse en la implosión de la cultura.

Escribo esta entrada, arrebatado por un ímpetu esclarecedor, un minuto después de leer un artículo de Ignacio Sánchez Cámara, publicado en el El Cultural de ABC el 24 de abril del 2004, del cual ignoro el título. Cito:

“Vivimos un ajetreo cultural que se opone a la cultura de la lentitud. Existe un exceso de cultura, o, más bien, un predominio de la falsa y frenética. Hay una cultura del recogimiento y otra de la alteración. Si cultura es cultivo del espíritu, sólo la primera lo es verdaderamente. La otra es puro espasmo. La cocina del espíritu requiere fuego lento. Pero somos convocados a la prisa, a la agitación, a la dictadura de la cantidad. Hay que leer quinientos libros al año, patear cincuenta exposiciones, resbalar sobre doscientas películas, someterse a cien representaciones teatrales y a otros tantos conciertos. Pero no basta con eso. Titanes de la cultura, debemos leer tres o cuatro periódicos, una veintena de revistas; defendernos de la televisión durante tres o cuatro horas al día, escuchar la radio otras tantas. Además tenemos que ser enólogos, ascetas, activistas, hedonistas, viajeros, gastrónomos, hombres de mundo, voluntarios, solidarios, militantes y en los ratos libres, padres, hijos y amigos. ¿Quedará tiempo para la lentitud, tiempo para leer un libro, mirar morosamente un cuadro, ver una película, acaso por quinta vez, observar cómo juega un niño o rezar?”

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  1. La lentitud, es la poesía para mí, en literatura. Lentitud como sinónimo de reposo, placidez, de volver a sentir con los 5 sentidos. Puedo dejarme llevar por la marabunta de la literatura, pero cuando quiero descansar, parar y reposar un rato antes de iniciar la caminata, hago eso, leo poesía.

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