
De suma importancia
Por Israel Pintor
¿Cuáles deben ser los principios impulsores de la creación literaria?
- Usar tapones en las orejas, sobre todo si te has tomado la molestia de irlos a comprar como pretexto porque no podías escribir sin ellos.
- Dormir cuando te da sueño y despertarte para escribir.
- Dejar de escribir sólo cuando el hambre distrae demasiado o la comezón en la cabeza es tanta que urge tomar una ducha.
- Leer más, siempre más. Y cuando un libro te aburra, no sentir culpa por dejarlo a medias.
- Ver poca televisión y más cine, sobre todo películas que crees podrían ayudarte a entender mejor lo que escribes en ese momento.
- Hacer caso de las ideas justo cuando vienen a la cabeza. Las ideas que se enfrían, después, ya no parecen igual de geniales.
- Olvidarse, hasta el momento en que se consiga establecer una disciplina creativa, de lavar los trastes, tender la cama o hacer las compras.
- Tener una libreta de notas y realmente usarla.
- Ya no sé… Todavía no soy un maestro en creación literaria.
¿Qué hacías ayer por la calle vestido de rey?
Según tengo entendido, los reyes no visten de chándal y andan cabizbajos por la calle.
¿Qué la Pepa me vio? ¿Desde cuando los perros saben identificar un rey? Pobre animal, debió sentir lástima por mí. Se detuvo un instante a mi costado, mientras me secaba las lágrimas. Me revisé los bolsillos y no me alcanzaba para mimos. Se fue como excusándome la carencia.
Hablaba con mi madre, eso hacía.
¿Qué te pasó cuando saliste del pozo?
No he salido. Pero me parece ver la luz a lo lejos. Por suerte traía conmigo un manual para escritores budistas y presiento ya la iluminación. Quizá tenga suerte esta semana.
¿Por qué llevas un zapato y una zapatilla?
Uno hace lo que sea para intentar sentirse mejor.
¿Qué le decías a la mosca cuando los vi juntos?
Que me parecía muy mona. Que era tan bonita que me iba a inspirar en ella para escribir un cuento que empezara in media res aterrizando en un portentoso depósito de mierda humana, para luego hacerla volar hasta un restaurante lujoso y posarse, ella, tan mona, ya te digo, sobre la comida carísima de un fresa apretado. Luego el cuento dejaría a la mosca de lado hasta muy al final, y, aunque le prometí tan poco protagonismo, mí querida amiga la mosca aceptó encantada un trato que la inmortalizaría para siempre en mis ridículas pasiones: no morir hasta acabado el texto y ponerse histéricamente gorda antes de que comience a escribirlo.
¿Por qué llevas la olla en la cabeza?
Para hacer reír a mi novio. Es que nos peleamos ayer. No, antier, no… espérate. Déjame hacer memoria.
¿Para qué te sirve la literatura?
De momento, para angustiarme. Me queda un mes, UN MES. Se supone que trabajo bien bajo presión, pero… ¡Chingao!
A veces, me sirve para contestarme algunas preguntas. Pero siempre termina por crearme más dudas.
No sé, ¿tú dime, sirve?
La última semana me ha servido para llenarle de traumas el buzón de correo electrónico a mi madre.
¿Qué me dijiste que soñabas sobre México?
Quisiera acordarme lúcidamente… No sé. Tal vez revivía alguna comida familiar, un evento similar. Me sentía confortado, enteramente familiarizado con todo a mí alrededor. Lamenté mucho haberme despertado por los timbres agudos que tienen las voces de mis vecinas andaluzas.
¿A qué saben los caracoles?
Rico. A otro bicho de mar bien cocido y muerto.
La Toñi (una vecina y amiga) nos invitó una tapa. Cocinados muy a su manera, algo picositos, nadando en un caldo bastante sabroso. Servidos para comerse puede vérseles antenas y cuerpos arrugados saliéndoles por las conchas. Dudé en probarlos, la verdad. Continuaba imaginándomelos babosos, arrastrándose por el suelo y dejando una estela plastificada y brillante.
Haciendo un esfuerzo, respiré profundo y me permití olfatear el plato. No olía nada mal para un alimento que antes era pura babosa y muy probablemente salada lentitud, se me abrió el apetito. Escogí uno, como si intuyera que podía saber menos mal que cualquiera de los ochenta otros, y, siguiendo las instrucciones de pillarlos por la cabeza y succionar hasta arrancarlos por completo de su concha, degusté el primero. Sonreí.
¿Sabes qué son más ricos aún? Los mejillones que prepara mi novio. Dice que pretenden ser “a la marinera”, pero da igual. Los lava y vaporiza con muy poca agua, aceite de oliva, mucho ajo picado y algunas especies. Saben a gloria del mediterráneo recién sacados de la cacerola, aún humeante, si se les adereza con unas gotas de jugo de limón.
¿Y sabes qué platillo es más rico todavía? El adobo de merluza. Lo probé por primera vez ayer, en un bar cercano a casa que atiende hasta muy noche. Me dijo mi novio, que es el Sensei de la comida, que el pescado se aliña en vinagre antes de rebosarse y freírse.
¿De qué color era tu sonrisa el último de tus días?
De pronto te pusiste extremadamente fatalista, ¿no?
¿Cuándo me dijiste que ibas a volver a nacer?
En el momento en que apriete el botón de enviar del correo electrónico que tendrá adjunto el borrador completo de Pasiones simples para que Antonio Gala y Ana D´Atri lo leean.
Y después de eso vuelvo a nacer, con regularidad exacta, cada 23 de agosto. Luego puede que renazca varias veces más, pero todavía no lo vislumbro.
¿Qué le querías decir a tu libreta de anotaciones cuando la mirabas hace un momento?
Que le tengo una envidia terrible. Hubiese querido ser una libreta en blanco que espera ser llenada de ideas brillantes.
¿Recuerdas las palabras que todavía no entiendes?
No. Tengo mala memoria para lo nuevo muy nuevo. Me acuerdo de una palabra que hace poco todavía no entendía: encimera.
¿Cuándo fue la última vez que estabas tan convencido?
Nunca había estado tan convencido de nada en toda mi vida.
Sí quiero. Acepto. Me muero de ganas…
¿Cómo se llama el protagonista del cuento que dudas terminar pronto?
Matías.
Mi queridisimo Isra, como siempre un placer leerte. Como va todo del otro lado del charco, de este ya sabes buscando trabajo como perro para pagar las deudas de la bohemía y entrar de lleno a la adultez; te dejo un anorme y fuerte abrazo