Después de tu fin de semana en Puebla

Gustavo:

He dejado de llamarte pero no cedo a la tentación de escribirte. No quiero, pero muero por enviarte mis cartas, me hierven los dedos al contacto con el teclado, al tiempo, cierro los ojos y desisto en la espera: no contestarás. No te place, no te llena, qué lastima, tus letras me fueron sumamente nutritivas, en México, hay muy pocas personas dotadas con la capacidad de escribir en español.

Vuelvo a la primera idea. He dejado de llamarte, ¡qué trabajo más horrible este de vencer el impulso! Han sido días difíciles, me agotan mentalmente, mi deseo por escucharte es tan grande… Sin embargo, han sido días menos hostigosos o pesados en comparación con aquellos en que fallecía por entablar una conversación telefónica contigo, a veces me pregunto si era un capricho.

El silencio debe componerlo todo, supongo. Aunque no sé bien qué compone, tal vez atestigua el transcurrir aletargado de mis pensamientos; con suerte, hace una bitácora de los tuyos para leerlos luego.

Tu ausencia me es útil, mantenerme ocupado en el trabajo también, pero extraño mi ilusión vertiginosa por la posibilidad de oírte, aunque sea gruñir, al otro lado de la línea. Deben ser los residuos de mi inseguridad, la basura de mi miedo, el motivo de mi obstinado dolor.

A pesar del pesar, vale la pena tanto silencio, estoy muy en paz. Gracias.

(…)

Cuando contacté contigo no me nacía hacerte mi cuate y tampoco me interesaba terminar en la cama lo antes posible, eso ha quedado claro ya.  Quería trabajar en una relación amorosa, seria, comprometida, honesta, y eso he intentado hacer desde entonces. Por supuesto, incentivo nuestra amistad (que me resulta mucho más que «incipiente») para alcanzar, tal vez, la otra meta…

En dos momentos me has cimbrado y cambiado para siempre; no sólo modificaste mi postura frente a ti, sino también mi postura ante la vida, ante el amor… a ese grado has sido intrusivo. Y ninguna de estas dos «influencias», si así las quieres llamar, han provocado una modificación de mi conducta para contigo, más bien me  han producido una especie de revolución espiritual…

Mi perspectiva del amor ahora se concentra en el otro, en este caso y por las cosas que vivo, se concentra en ti. Llegó un momento en que mis sentimientos, necesidades y pensamientos pasaron a segundo término, desde entonces tú estás en el primero.

Y eso ha pasado de la forma más natural, sin que vea en ello una oportunidad para enamorarte o producirte el crecimiento de un sentimiento amoroso hacia mí.

Entendí: el amor no es lo que el otro te hace sentir, sino lo que tú puedes hacer sentir al otro, sin esperar nada, absolutamente nada a cambio.

Tu sabia intrusión me llevó a pensar el amor de esta manera, e, inevitablemente, me llevó también a aplicar ese conocimiento contigo. Por eso, en la nota esa que te dejé bajo la puerta, me dije egoísta y te puse enfrente la posibilidad de expresarte conmigo como mejor te pareciera…

(…)

Cierto, así es como concibo el amor, dijiste.