Historias de lo inmediato

Historias de lo inmediato

Por Israel Pintor

Tengo cinco novelas inéditas en el archivo. Ninguna ha sido leída por el populacho aunque muero de ganas porque así sea. Los editores me mandan al carajo, a nadie le importan las ficciones de un viejo roído por los años y los desprecios. En sueños, un príncipe gallardo y barbón me aconseja no abandonarme, —sigue el placer de escribir—, me dice.

Estoy cansado y ahogado en papelitos. Harto de enlistar datos para el periódico. Desde mis quince, no hago más que historias de lo inmediato. Esas sí las publican. Pura basura, le digo, más bien, subliteratura, para sentirme escritor. Hago buenas crónicas, lo reconozco, si no las hiciera habría muerto de hambre. Papá me enseñó a hacerlas. Aún recuerdo su mirada apasionada, y cómo observaba al torero lidiar con algarabía. Fue tauromáquico, era su pasión. 

Me encuentro hastiado de personajes absurdos, tan absurdos y cobardes como yo. Crónicas malditas, enviciadas por hambrunas, pestes, robos, secuestros, muertos, drogas y dinero; todo ello verdadero, son inevitablemente más verosímil. Lamento el derroche del tiempo, el sentimiento es inversamente proporcional a mi gusto por los maricones, amigos entrañables en mis ferias y parrandas.

No sentiré más nostalgia por mis sucias letras de ayer, aunque de sabios y usanzas me impregnaron. Tirado estoy por la pesadumbre, deseoso de verme a letra de molde en la portada de una de mis ficciones. Más por el goce de compartir mi prosa, menos por la vanidad de saberme actor del campo literario. Atado a sueldo cierto, esas letras me llenan la panza. ¡Malditas y fronterizas historias de lo inmediato! Apartaron la pasión y agotaron mis fuerzas. Entre el periodismo y la literatura atrapadas están, deseosas de «brincar el charco», soltar joterías. Ahí se quedarán, no son más que aspiraciones y miedos.

Xavier, grande, siempre demostró necesidad por lo inmediato, lo amó tanto o más que a mamá. Amenazó alguna vez: —Hijo, cuando crezcas serás como yo.

Y lo soy, pero desdichado, pues mi pasión es otra.

Reflexión. Xavier Dúlec, 22 de agosto 1985.