🍷 Horacio Quiroga y su Decálogo del perfecto cuentista

¿Conoces a Horacio Quiroga? Si eres un letraherido como la mayoría de los tallerícolas suscritos al canal, probablemente sí, incluso lo has leído. Pero quizá no conozcas algunos acontecimientos importantes de su vida, que dan origen a sus obras y permiten al autor convertirse, quizá, en el segundo mejor exponerte del cuento moderno, después de Edgar Allan Poe, pero sin duda en uno de sus más importantes representantes. Hoy te cuento parte de su historia y comparto su gran Decálogo del perfecto cuentista.

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Horacio Quiroga es uno de los cuentistas latinoamericanos más importantes para el cuento moderno, que nace formalmente a finales del siglo XIX y principios del XX, tiempo en el que Quiroga vive y desarrolla su obra.

Nació en Uruguay, aunque pasó buena parte de su vida en Buenos Aires, Argentina. La vida de Quiroga estuvo marcada por la tragedia, los accidentes y el suicidio. 

A los 58 años de edad el autor decidió terminar con su vida bebiéndose un vaso de cianuro en un hospital de Buenos Aires.

Y aunque muchos acontecimientos de su vida son trágicos y terribles, su legado cuentístico es maravilloso. 

Su padre biológico murió cuando él aún era un bebé. Su madre contrajo segundas nupcias con un buen hombre, que sufrió un derrame cerebral cuando Horacio Quiroga tenía 18 años. La depresión del padrastro de Quiroga fue tanta que prefirió suicidarse con una escopeta que disparó con el pie, justo en el momento en el que su joven hijastro entraba en la habitación. 

El suicidio del padrastro de Horacio Quiroga marcó, sin duda, el inicio de su relación con el suicido.

Siendo aún joven sintió una atracción por la filosofía y las letras. Practicaba deportes, publicaba en revistas y trabajaban en un taller de máquinas y herramientas. Se enamoró por primera vez de una muchacha cuyo amor, inspira dos de sus obras más importantes: Las sacrificadas y Una estación de amor. El amor de Quiroga no se materializó en una relación formal porque los padres de su enamorada lo rechazaron, debido a que no era judío.

Justo después del suicidio de su padrastro, Quiroga invierte el dinero de la herencia en la fundación de una revista literaria y un viaje a París. La experiencia de ese viaje, que puede considerarse una etapa de crecimiento personal y literario para Quiroga, quedó registrada en su obra Diario de un viaje a París.

Al volver a Uruguay funda un taller de creación literaria experimental, a través del que preconiza objetivos modernistas. El taller literario de Quiroga, que no era otra cosa que una habitación cutre de hotel, en la que vivía él mismo, se convirtió en centro de reunión de escritores y pensadores durante los primeros años del siglo XX. 

En 1901, durante el apogeo de su taller literario, publica por primera vez en Buenos Aires el libro Los arrecifes de coral, que reunía cuentos, poemas en verso y prosa lírica, pero la alegría que pudo producirle la primera publicación de su trabajo se opacó por el suicidio de dos de sus hermanos, que fueron víctimas de una fiebre tifoidea.

Para más inri, uno de sus amigos escritores, Federico Ferrando, retó a duelo a un crítico literario por publicar un artículo en el que no hablaba nada bien de su obra. Quiroga, preocupado por su amigo, ayudó a limpiar el arma con que se batiría en duelo y, mientras hacía esto, accidentalmente disparó a su amigo Federico en la boca, matándolo en el instante. 

Quiroga fue detenido, interrogado y liberado tras cuatro días de prisión. Pero de la prisión de la culpa y el arrepentimiento no se libraría tan pronto. Esta fue la razón que llevó a Quiroga a disolver su taller literario y abandonar Uruguay para irse a Argentina, junto a una de sus hermanas.

En Argentina Quiroga alcanzó la madurez profesional. Su cuñado lo introdujo en la pedagogía y le consiguió trabajo como maestro en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Fue entonces cuando Quiroga abrazó la narración breve con pasión y energía.

En 1904 publicó los libros de relatos El crimen de otro, fuertemente influido por Edgar Allan Poe, obteniendo gran reconocimiento de la crítica. 

En 1905 publicó la novela breve Los perseguidos, producto de un viaje a la selva de Brasil. Uno de sus cuentos más famosos, “El almohadón de pluma” se publicó por primera vez en una revista literaria ese mismo año, con gran éxito. Así, Quiroga se convirtió en un cuentista famoso y codiciado.

En 1908 se va a vivir a la selva uruguaya, donde construye un bungaló para residir. Allí, enamorado de una de sus alumnas, escribió su primera novela: Historia de un amor turbio. Quiroga, ya estable y famoso, consiguió convencer a los padres de su joven alumna para casarse con ella. Tuvo un hijo y una hija y se convirtió en funcionario, sirviendo al gobierno en cuestiones relacionadas con el campo.

La primera esposa de Quiroga se suicidó al beber químicos de revelado fotográfico, con los que trabajaba el propio Quiroga, cuyo interés por la fotografía era grande. Sobre las razones que marcaron el suicidio de su primera esposa no sé mucho, la verdad, pero sé que la cuidó durante los ocho días de agonía que tardó en morir.

La muerte de su esposa impulsó a Quiroga a trasladarse con sus hijos de nuevo a Buenos Aires en 1917, donde se convirtió en el contador del Consulado General de Uruguay. 

Durante este periodo de su vida siguió escribiendo y publicando cuentos muy exitosos. Debido al reconocimiento de la crítica, los cuentos de Quiroga se compilaron primero bajo el título Cuentos de amor, de locura y de muerte, convirtiéndose en uno de los libros más vendidos, consolidándolo como un verdadero maestro del cuento latinoamericano.

Al compendio de sus cuentos siguió la publicación de un libro de cuentos infantiles llamado Cuentos de la selva. En 1919 publicó el libro de cuentos El salvaje, en 1921 Anaconda y otros cuentos y en 1924 El desierto.

Durante gran parte de estos años, Quiroga se dedicó a la gestión cultural, la divulgación cultural en periódicos de prestigio, donde seguían publicándose sus cuentos, así como a la crítica cinematográfica, que había cambiado la forma en que las personas del mundo consumían historias. Escribió el guion para una película que jamás llegó a rodarse. Su relación con el cine lo llevó a ser invitado a conformar la Escuela de Cinematografía de Buenos Aires.

Quiroga volvió a enamorarse, también de una jovencísima niña de 17 años, cuyos padres jamás permitieron que él y su hija formalizaran una relación. Esto inspiró a Quiroga su novela Pasado amor, publicada en 1929.

Los proyectos creativos de Quiroga no se limitaron a la literatura. Después del frustrado romance que lo llevó a escribir la novela recién mencionada, decidió convertir una habitación de su casa en un astillero y trabajó en la construcción de una embarcación que llamó Gaviota. Concluyó exitosamente este barquito y realizó múltiples expediciones.

Fíjate cómo este hombre, al que hoy conocemos básicamente por sus hermosos cuentos modernos, escribió mucho antes de hacerse famoso y realizó proyectos literarios distintos al cuento e incluso proyectos que nada tenían que ver con la narrativa, sin que esto impidiera que parte significativa de su obra cuentística interese aún al mundo.  No creo que a Quiroga ahora le importe mucho que no se hable de sus novelas, aunque escribiera unas cuantas. ¿No crees? Pero tampoco creo que hubiera podido convertirse en un maestro del cuento sin haber escrito todos y cada uno de sus proyectos literarios y no literarios. E incluso de vivir todo lo bueno, pero sobre todo lo malo de la vida, que para entonces no le había enseñado todo lo puñetera que puede llegar a ser. 

Se asentó en Buenos Aires después de su periodo de expediciones náuticas, como un prestigioso narrador, donde tenía una vida social y cultural intensa.

En 1927 Quiroga se convierte en criador y domesticador de animales salvajes, mientras publica el que fue quizá su mejor libro de cuentos: Los desterrados. Durante este periodo, Quiroga vuelve a enamorarse, esta vez de una amiga de su propia hija, quien fue su último y definitivo amor, quien sucumbió a sus reclamos y se casó con él sin haber cumplido veinte años.

En 1935 Quiroga se enferma de la próstata y debido a la enfermedad se jubila. Antes de la enfermedad volvió a la selva, donde escribió el libro de cuentos Más allá, que fue publicado el año en que le sobrevino la enfermedad.

Volvió a Buenos Aires para tratarse la próstata y allí descubrió que tenía un cáncer avanzado que no podía curar la medicina de su época y quizá tampoco la de la nuestra; lo que nos lleva en círculo al vaso de cianuro que mencioné al comienzo.

Su cuentística es un referente fundamental para quienes queremos entender el cuento moderno, cuyo mayor exponente y padre fue Edgar Allan Poe y a quien Quiroga reconoce como mayor referente y maestro. Aunque hoy en día los ponemos al mismo nivel de calidad y eficacia, sin que eso quite a Edgar Allan Poe su tremenda fama. 

Te invito a leer todos sus cuentos, porque al leerlo no solo disfrutarás, estarás ante un gran maestro que te revelará los secretos del quehacer cuentístico.

Entre las grandes herencias de Horacio Quiroga, se encuentra su famoso

Decálogo del perfecto cuentista

Publicado originalmente en 1927 en la revista argentina Babel, cuyos diez puntos voy a compartirte ahora para que los reflexiones y consideres de cara a la práctica de tu cuentística personal:

1

Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo.

2

Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

3

Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

4

Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

5

No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra a dónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

6

Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

7

No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

8

Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

9

No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

10

No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

Toma nota del aprendizaje que nos regaló uno de los exponentes más importantes del cuento moderno, cuyos conocimientos consiguió sintetizar en diez breves y contundentes consejos para quienes queremos ejercer el bello y dificilísimo arte de escribir cuentos.