
Infidelidades, disimulos, mentiras: teatro
Por Israel Pintor
1
—Tenemos que hablar… —le dije sin demasiado convencimiento.
Me obligué a no usar esa frase fatídica, pero se me vino a los labios como la saliva durante el sueño, además, continué con otra frase igual patética:
—No eres tú, soy yo…
—Ya sé que volviste con Sergio —contestó, triste.
Días después me acordé de que, además de San Valetín, ese día era su cumpleaños. Nunca me lo perdonó.
Meses después, Sergio se enamoró de un enfermo. Jamás lo perdoné.
2
A quince metros de la salida de la universidad, me la encontré. Bellísima: mirada brillante; paso firme, aletargado, cadencioso; sonrisa eterna; escote pronunciado, exuberante.
—¡Qué guapa estás, Paty. Felicidades! —sobé su abultado vientre con la palma de la mano extendida, cual oráculo. Busqué en su rostro un gesto de complicidad, de alegría.
—No estoy embarazada.
Nunca quince metros fueron tan largos.
3
Me sentaron en la cama más ancha de la casa: la suya. Mamá a la derecha, silenciosa. Papá a la izquierda, exhalando humo de tabaco. Ambos consternados. Suplicando sin palabras encontrar calma en mi rostro. ¿Qué saben, qué quieren, qué hacen, por qué, para qué? Preguntas inútiles. Soltó papá:
—Hay tres temas y los tres nos preocupan: uno, fumaste mariguana.
¿Cómo lo supieron?
—Dos: te acostaste con un hombre.
¡No es verdad! Sí es verdad.
—Tres: escondes lo que escribes cuando deberías compartirlo…
¡¿Qué?!
Silencio.
—El diario, ¿no?, —pregunté, con cara de: no es nada, es ficción.
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