La otredad

La otredad es el sol asomándose hasta a las ocho de la mañana, el calor asfixiante del fin del verano que conocí y “no es nada”, dicen; es el frío actual de otoño: histérico, y las promesas de un helado porvenir; es los enchufes eléctricos: anchos y cilíndricos; la pronunciación lenguadental de la s, z y c, el miedo a perderse en la judería, paso a paso, envuelto en las sobras de la edad media.

Lo otro es despertar de madrugada, espantado por el silencio estridente, deseando, estúpidamente, escuchar el claxon de los camiones, el rugir de algún motor. La otredad es esa moneda brillante que se busca sin parar, aturdido por el sueño de gastarla en algo provechoso; es la morcilla y no la moronga, el mechero y no el encendedor, los pavos y no el varo. La polla y no la verga, follar y no coger.

La otredad es pedirse una clarita en vez de una michelada, aunque a la clarita le falte sal y le sobre tehuacán con jugo de limón (artificial); es pedirla, también, con zumo y no con jugo, o más bien dzumo. Lo otro es beberse una litrona en vez de una caguama, es llegar buscando la otredad y encontrarla, con cara de libertaria y espíritu castrante; es vivir en vecindad con dieciocho artistas, diecisiete, dieciséis… ¿Quince? Es toparse con pared a cada paso, y abrirse caminos al hablar, al pensar, respirar, aspirar.

La otredad, es imaginar a las verduras de mi plato, vestidas de china poblana (aunque sea en el exilio) y haciéndome compañía mientras termino de comer (o cenar, da igual), es quedarse solo en el refractario y no en el comedor, porque los tiempos para sentarse a la mesa se reducen, reloj en mano, a diecisiete minutos; es desayunar jamón serrano, aceite de oliva, (ji)tomate en puré y pan tostado, figurándome saborear, en vez, unos chilaquiles verdes bañados en crema y queso, y no ligerísimas tostadas.

La otredad es el San Jacobo y no las Pechugas Borrachas, el Flamenquín y no los Chiles Rellenos; es mirar a Inglaterra y no a Estados Unidos, ponerle El Corte Inglés a las tiendas pípiris, pijas y no fresas; es tener mil estancos (no tabaquerías) regados en una ciudad de poquísimos habitantes, y cerrar las putas tiendas de tres a cinco de la tarde, religiosamente, para dormir la siesta.

Lo otro es comprar una microlata de chiles chipotles, en el departamento gourmet del ya citado Corte Inglés, por dos euros y cincuenta céntimos (no centavos); es no comer enchiladas desde hace dos meses y fumar, fumar, fumar, Ducados en vez de Faros.

Lo otro es devorarse cuatro, cinco cucharadas de elote en lata porque me hace falta comer tortillas de maíz, y no de patatas y huevos; es tener que decir patatas y no papas, pitillera y no cigarrera; es adicionar al lenguaje un montón de modismos y palabrería, dejando así de lado frases y palabras con veinte años de uso. La otredad es la flipadera, el mogollonazgo y la chungería, es comerse, ahí pobremente, un bocadillo de tortilla y no una torta de huevo con papas.

Lo otro es hacerse fan del vino tinto, “ligero y aromático, cosecha 2004”, y dejar atrás el vodka con jugo de naranja, el mezcal o el tequila; es beber, sumergido en la más gozosa taberna sevillana, una copa de vino dulce de uva-pasa, o comerse, a mordidas descaradas, un kebab de pollo y salsa de sésamo, en el local sin mesas, cordobés, de la calle transversal en la Plaza de la Corredera.

La otredad es andar en bicicleta y no en coche, es nunca apachurrarse cuerpo a cuerpo en el autobús, respirar aire limpio y no esmog, es no ver la tele, ni escuchar la radio, y apenas leer, de vez en cuando, las noticias en línea; es perderse en lo libros y pensar en mis cuentos. Es tenerlo todo muy cerca, tanto como cambiar de ciudad con tan sólo subirse a un tren y esperar hora y media, no más. Es coger y no agarrar, pillar. Es reciclar la basura y encontrarse grandes y apestosos contenedores en la calle.

La otredad me acoge bien. Se viste de gala como en domingo, para deslumbrarme con sus calles de pasarela y sus toderías chinas, llamar mi atención con su esplendoroso desarrollo, con sus edificios altos, muy altos, donde vive Cualquier Cualquier, para seducirme son su sopa de mariscos y sus barras de pan integral, recién horneadas: a veces partidas a la mitad y bañadas en salsa de tomate, jamón york, champiñones y queso manchego. La otredad se pone guapa, bonita, y me sonríe coqueta: cómete ese bocapizza por un euro cincuenta, me dice, como piropo al oído. Escribes muy bonito, jura, y me ruborizo, susceptible.

La otredad es la incertidumbre constante, es despertar inquieto y no poder contarle mis sueños a mamá, pensar en lo peor, siempre en lo peor y preocuparme, angustiarme. Es intuir que a lo lejos algo pasa y no saber qué es. Es enterarme, después de dos largas semanas sin noticias claras, que papá estuvo hospitalizado porque el corazón le pide tregua.

La otredad es temer ante un camino largo, estrecho y hermoso, que las piernas y las manos se me quiebren, es hacerse buscar siempre, en todas partes, algo familiar y no encontrarlo. Es tener la dicha de amar y ser amado, por primera vez, y guardar la esperanza de volver, un día no muy lejano, a rodearme de mi gente. Lo otro es un instante cálido, en que me abraza fuertemente y puedo escuchar sus latidos, arrítmicos, y su pronunciación andaluza que me dice maravillas, y el llanto emocionado de nuestra felicidad.

3 Comentarios

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  1. Entonces es ludismo puro, performance y enriquecimiento. Multiplicación de las posibilidades, gustos y sensaciones y, sobre todo, un reforzamiento bárbaro…
    Que lo disfrutes
    besos

  2. la otredad es subirse al ascensor y no al elevador, la otredad es decir «ahora» y no «ahorita» y eso de flipar está de la chingada, odio esa palabra pero odio mas que me mole mogollón jajaja muy bonito texto ¡¡¡ disfruta el vino tinto y el aceite de oliva, estarás muy sano ¡¡

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