De noche al caer la lluvia,
fuerte como si tirar los techos quisiera,
abro los ojos cuando por cerrarse
durante toda la noche estaban.
Modorro yo y, pareja la lluvia cae
en la tierra haciéndola retumbar.
Toma ritmo y por momentos
engaña con dejarse volar,
pero sigue en picada hasta chocar
con ventanas cerradas, perros sucios
y hojas secas.
Me levanto miedoso, tocan mis pies
suelo fresco y espero impaciente
el fin de la tormenta.
Arriba, escurriendo agua ácida,
está mi ropa colgada y así quiero dejarla.
Y así quiero encontrarla, en los mismos
lazos viejos, pero tiesa y reseca por
el nublado de la mañana.
Lo sé, el aire celoso la querrá,
me despierta también
la angustia de mirar entre sus
garras mis calcetines.
Pero guardo paciencia, adusto
y sin pijama, bajo el techo
de mi habitación.
Ahora, más suaves caen las gotas;
chorros intensos se escuchan
pero no vienen del cielo, sino de azoteas
inundadas. Del cielo se escucha
apenas un tiqui tiqui, tumbando
el asfalto de la calle.
Cada vez se oye menos y
siento otra vez pesados los ojos.
Tengo menos miedo que hace rato:
cuando me paralicé al confundir
la furia de las gotas con el grito
de un hombre enojado al otro
lado de la puerta.
Volveré a la cama, a esperar menos
impaciente el fin de la tormenta.
A dormir y dejar de oír la
lluvia de la noche caer;
y soñar con que duermo tranquilo.
Sep07
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