28 de abril, 2007. El placer de verborrear estos sentimientos, el que desde chico me tiene atado a la disciplina y produce inigualable sensación, me dejó otra vez hecho trisas. Sí, fue él y nadie más. Arrepentido estoy, cedí a mis ganas incontrolables por describir, lloro hoy de hastío las letras de ayer. Oscar Wilde trajo la respuesta: “El cuerpo peca una vez y acaba con su pecado, pues la acción es una especie de purificación. Nada queda entonces sino es el recuerdo de un placer o la voluptuosidad de un arrepentimiento”. Disfruté plácido imaginar, ilusionarme. Soy víctima de mis pecados, de mi purificación. Lo juro, el desvanecimiento de mis ilusiones es causa inequívoca de mis ansias por escribir lo sucedido. Porque sabía, si contenía otro poco las ganas, una mágica consecuencia inundaría mi alma de alegrías. Las siguientes líneas son la prueba de mi estúpida necesidad: 27 de abril, 2007. Traté de ignorarlo. Rompo la promesa. La ilusión de hacerse un nuevo amor es más fresca y revitalizante que una ducha matutina en primavera. José Juan Pablo Chávez González, escribirlo no me había dejado. Cruzó por mi cabeza la idea de conservar virgen, inmaculada, intacta la ilusión primera de nuestro encuentro. Creí romper con el encanto, romper con él. Él, de piel clara, como leche tibia con canela; ojos grandes color miel, largas y separadas pestañas, negros e insolentes abanicos de belleza; sonrisa de príncipe, carnosos, suaves y sublimes labios rosas, brujos labios rosas adornados por hoyuelos en las mejillas. Deja ver entre ceja y oreja, destellos de su varonil juventud. Poco más alto, de pasos lentos como si caminara sobre almohadas de algodón. Tierno, honesto, encabronadamente seductor. Atento, preocupado por su primera apariencia, dejó correr a caudales las palabras de mi boca. Soportó mi interminable degenere verbal y, luego en la oscuridad, de vuelta a casa después de un excelente día; día sobremanera iluminado por delicias de una cafetería antiquísima en Tenango del Aire, besó mis frágiles y ávidos labios. Besome sobrenatura apasionado. Escuché los latidos de su corazón acelerado, sobresalto de ilusiones contenidas. Lo besé como solo yo puedo hacerlo, lentamente dibujé en su humedad mi calor agotador, calor que sucumbe desde siempre mis entrañas. Besos nunca antes disfrutados, mucho menos planeados, sí esperados en cambio, me convierten en víctima de mis propios anhelos. -¿Por qué las cosas buenas terminan rápido?-, preguntó ingenuamente mientras miraba mi nariz. -Tal vez vale la pena intentar, alguna vez y de la mejor forma, que no suceda con nosotros-, respondí sereno. Deposito entonces la esperanza en aquel varón de facciones alegres. Dejaré en sus manos el poder de atraparme al vuelo y guardarme como su tesoro más preciado. Yo, ya estoy del otro lado, una vez más. Atrapado en mis propios territorios, espero algo más, no una simple y desabrida correspondencia virtual.
28 de abril, 2007. “El único modo de salvarse de una tentación es ceder a ella…”, sin duda Wilde sabe. Mi salvación ayer la encontré vomitando letras del domingo. Cedí a la tentación de escribir, destruí el destino. Mi salvación no está por ningún lado, transformo lágrimas en estornudos y retengo las ganas de tirarme al llanto. “El reprocharse a sí mismo es un lujo. Al censurarnos nosotros mismos, tenemos la sensación de que nadie tiene ya derecho a censurarnos. Es la confesión y no el sacerdote, lo que nos absuelve”. Sin duda, hay amores imposibles de coartar, esos que te llevan de la mano hasta el sitio de tus delirios y prometen perpetuar pensamientos. El mío sigue y seguirá, esclavo de mis ganas, sin importar nada más. Amante, seré fuente de placer a cada golpe en el teclado, a cada letra moldeada. Mientras, tambaleando palabras, derrumbaré sentimientos.
01May07
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