…quien se entrega al amor tangible es él y, por supuesto, le destroza el corazón

Gustavo:

Terminé la novela. Fátima es una computadora, tan tangible como sus teclas (y no es metáfora), tan tierna y maravillosa como ajena y detestable. Él, que no hizo más que amarla con locura y un poco de inseguridad, terminó por suplicarle se vieran en persona, imploró, incluso, sólo conversar por teléfono: ella se negó. Al perecer, la causa del desencuentro era la mínima autoestima de ella, combinada con el desdén y la vanidad de él. Al final, quien se entrega al amor tangible es él y, por supuesto, le destroza el corazón; ella insiste en conservar la monotonía del sentimiento y se esconde en su fealdad, según interpreto: no puede ser de otra manera; excepto si me limito a interpretar la historia como de ciencia ficción y no intento darle un sentido más humano y verosímil (que por cierto mantuvo a lo largo de la historia): no entendí la intención del autor al escribir semejante final (a pesar de conocerlo bien, haber estudiado más de un año a su lado, admirarlo como Maestro y quererlo mucho como amigo).

En fin, el amor tangible para Fátima, era el expresado mediante la máquina siendo ella misma la máquina: era también el fin de su propia aventura amorosa. Algo más tangible, real y, por lo tanto paradójico, no podía existir para un fantasma cibernético. La situación fue diferente para él… por eso el título de la novela. ¿Podría detenerme y reflexionar acerca de tu respuesta y, aceptar por tanto la capacidad de la Internet para validar o, por lo menos justificar, el amor tangible-virtual? Por momentos creo entender, me ayuda mucho el sentimiento que siento en carne propia al escribirte…

Esta lectura me deja varias espinitas. Primero y ya entonados en la parafernalia de la ciencia ficción: me resultó terrible la coincidencia de encontrarte en la infinita red, justo cuando leía esta historia. Segundo, me encanta el hecho de haber iniciado el hábito sano de escribirnos cartas, verdaderas cartas (con sentido, fin, contenido, etc., como en la novela) y no sólo recaditos imperdurables por Messenger o correo electrónico. Te propongo, si te apetece, seguir escribiéndonos apasionadamente. Tercero, y perdona la enumeración por turnos (a veces mi cabeza me los pide a gritos y mis textos terminan pareciendo tareas escolares), me pregunto, ¿cuándo estorba la preciada soledad?, hablo, claro, de aquella defendida en el tiempo, perpetuada a raíz del placer de encontrarse a sí mismo y sentirse libre… hacerme esta pregunta me lleva a formular otra, inevitablemente (esto ya es un vómito de ideas), ¿hay una edad límite para enamorarse, para librar la vergüenza y prevenir el ridículo del amor?, lo pregunto esperando hallar, en algún resquicio de tu mente, un recuerdo, un punto de vista honesto y desparpajado sobre el tema, lo pregunto como todo un igualado, de esos chocantes horrorosos que terminan por sonrojar las mejillas aún. No contestes, si prefieres, con tal de conservar tu amistad. Pero recurro a ti porque intuyo en tus palabras mucha sabiduría… tal vez no experta (aunque no dudo que con esa mente seas un excelente amante, pero eso es otro tema)… tal vez carente de certezas, pero ¿qué voz sabia podrá ser infranqueable a lo largo de la historia? Si te anima, pues, expláyate.

Mientras, me quedo pensando en lo efímero del amor. Me tacharás de pesimista, lo sé. Pero no puedo desquitar mis pensamientos besándote y, ni modo, escribo: lo efímero del amor empieza y termina en uno mismo, sin importar lo tangible o intangible del medio en que se expresa o, incluso, del sentimiento mismo. Nuestras cartas ¿podrían ser un ejemplo, en este sentido, para la posteridad? ¡Mi vanidad lo celebraría!

Debo interrumpirme… te volveré loco antes de conocernos. No creas, por piedad, que así soy todo el tiempo. Tengo también mis rachas de tarado: perdido en un centro comercial o escuchando música pop, suelen variar mucho esos momentos lindos en que sólo pienso en donas… ¡Ah! ¡Donas! ¿Leíste entre líneas cómo justifico mi ansiedad?

Me halaga mucho saber con quién interactúo. Encontrar personas como tú es muy difícil, no importa dónde busques. Me conmueve saberte sorprendido y, tal vez, complacido con mis palabras… Son tuyas. Hasta el hartazgo, por supuesto. Entonces me avientas unas patadas de ahogado para detener este río imparable.

Sin embargo, debes saber cómo soy realmente (ya te irás dando cuenta). Sí tengo ego y muy grande. Lo bonito de mi ego, es que se satisface fácilmente, no es arrogante y sí muy pertinente: nada modesto, como todo ego debe ser. Mi tarjeta de presentación, hasta la fecha, es la cortesía, aunque dicen: a veces, de tan cortés, genero desconfianza. ¡JAJA! Soy inseguro de clóset y tengo problemas de autoestima, neta. Me enloquece imaginarte emocionado, «shokeado». Rara vez produzco esas reacciones en la gente. Me intimida, por otra parte, tu perspicacia: me presientes ansioso, ya te lo hice notar arriba. Me haces sentir como un púbero fumando por primera vez… casi me arrepiento y siento culpa…

Me alegra lo plácido de tu estadía en Xalapa; felicítame al ganador del certamen: debe ser un talentoso escultor; disfruta mucho a tu familia, ojalá leas este mensaje antes de partir al rancho. Sonrojaste mis mejillas al saber que fui tema de conversación, ¡bárbaro-apresurado!, lindo. ¡Perdámonos, pues, en el gusto de habernos encontrado!,

Israel.

Posdata: ¿te parece bien proponer un día para encontrarnos cuando vuelvas? No recuerdo cuándo lo harás exactamente, dime a vuelta de correo cuándo te queda bien. Beso.

Ago08