Una carta para nunca enviar

Gustavo:

Te envío un soplo de viento, una caricia tibia, un beso tronado, una mirada apagada, un movimiento lento. Siente con tus dedos mi corazón en plena reforma. Te envío mi cariño, mis oídos y mis ojos. Mi tranquilidad, la paz que tanto me hacía falta y ahora encontré gracias a ti. Nunca he cambiado para mí y quiero hacerlo a tu lado. Disfruta mi silencio, que es tuyo por siempre: dispuesto al estatismo hasta lo preciso. Te envío un chasquido, un aplauso, un grito apagado. Siente la ráfaga de aire frío que se cuela bajo tu puerta y empuja un pedazo amarillo de papel, ríe. Ríe al escuchar un chorro prófugo, reacción inequívoca de nuestros placeres, ¿o los del grifo?, ya no sé.

Tu capuchino con tequila me hizo pensar y pensar. Tu ímpetu sangrar. Me lo he traído todo, tus ojos grises, casi azules cuando el sol los ilumina (aquella corrección sobre su color: -No son azules, como tu dices, son grisáceos… es que tú no atiendes -me reclamas); tus labios secos, humectados a diario con lipstik de frambuesa; tus palabras duras, intrusivas y bondadosas.

Me lo he traído todo y todo he vomitado al llegar a casa. Me salió como lágrimas dolorosísimas, eran lágrimas esperando salir, eran lágrimas de hastío y vergüenza. De a poco me están cerrando una herida que no sabía abierta. De a poco me llenan de amor. Lo hacen mientras tallo en círculos mi cara, ayudado por un cepillo de cerdas blancas, suaves, o mientras enjuago mi espalda, cómplice de tu piel irritada.

Y así como antes se repitiera una tus frases en mi cabeza, ahora se repite esta: “hay otras formas de expresar amor”. Me la digo y se dice ella misma en mi cabeza mientras me hormiguea el cuerpo y lamento lo evasivo de tus palabras. ¿No atiendo tus palabras, en verdad no lo hago? ¿Tan egoísta soy? ¿O, será más bien que huyes, que te ocultas detrás de la razón, de tu maestría para esquivarme?

Suelo dominar el talento de identificar y procesar la información trascendente, aquella transformadora de rumbos y esclarecedora. Y, para ser honestos, muy poca de ésta sale de entre tus labios y emana vívida desde tus recuerdos, o del presente en la mayoría de los casos. Sin embargo, tan débil es mi certeza como lo es mi incertidumbre, puedo equivocarme. Y si el problema fuera mi pésima observación, de pasada ayúdame, si guardas para mí cariño, para ti entusiasmo, a observarte y entenderte mejor.

No somos iguales, ¡qué maravilla, qué peligroso, qué difícil! ¡Intentemos comprendernos! “Comprender”, sea esa nuestra palabra. “Comunicar”, esta otra nuestra misión. El fin, nuestra obsesión, nuestro hermoso y erótico juego.

Hoy sé qué me hace entristecer. Intuyo cómo dejar de hacerme sufrir. Hoy me quiero más porque te quiero más. Ya no me importan las grietas de mi abdomen o las marcas de mi rostro, sino para esculpirme para ti, por tu deseo no pronunciado de saberme independiente, infranqueable.

Me haces infinito bien, lo sé. Pero, no dejemos sea esa una forma egoísta para estar contigo; sí, no dejemos, porque yo solo no sabría cómo hacerlo. El pasado te ha dejado renuente, tanto ruido te enmudece, o eso me parece a veces. Dime algo, dime todo, suspira…

Israel.

Sep 08