Salí de la cochera sin desatender la conversación por teléfono con mi secretaria. Rupcko había visto la oportunidad de fugarse al primero de mis descuidos, ya se encontraba una cuadra lejos. Su potente ladrido había alterado la paz de una camada de gatitos en un tejado y a una anciana que alzó el bastón a la espera de un ataque. […]

Llego al restaurante con los ojos hinchados y el pelo aún revuelto. El resto de los cocineros ya están preparando las salsas, los pinches llevan un rato cortando las verduras para las guarniciones mientras el chef Watanabe Osamu, el dueño del Ikigai, supervisa con mirada atenta. […]

El 18 de diciembr tuvo lugar en la sede de ASPAYM CV (Asociación de personas con lesión medular y otras discapacidades físicas de la Comunidad Valenciana) el acto en el que se han hecho públicos los relatos ganadores del ‘I Concurso de Microrrelatos ASPAYM CV’. Paco Florentino, presidente de ASPAYM CV, ha estado acompañado por Chus Navarro y Javier Guardiola, miembros de la Junta Directiva. Y ha comunicado personalmente, mediante llamada telefónica, el veredicto final a los diferentes ganadores. El premio fue dictaminado por los escritores Kike Parra Veinat y Bárbara Blasco Grau. El jurado falló como el RELATO GANADOR: “Todas esas noches”. Autora: María José Villa Arranz.

Pocas cosas me sacaban de la mierda como pintar frente a la tele. Hasta me atrevería a decir que ninguna otra. Quizás, eso empezó a mis cinco años, ese gélido sábado de diciembre, cuando papá me regaló mis primeros lápices acuarelables, y unas cuantas horas después, fue asesinado en una redada a un aguantadero. Fuera como fuese, dos años más tarde, había dominado el arte de las témperas y el realismo de las frutas; y ahora, con diez, me dedicaba a los acrílicos: retrataba, casi a la perfección, a las víctimas de los programas sobre casos criminales que devoraba durante la tarde. […]

Yo creía querer una relación perfecta. Creía en el amor eterno. Como quien fue bombardeado desde la infancia por el cine romántico y las telenovelas de cable en los noventa. Antes de saber cómo afeitarme, ya anhelaba una morocha perfecta de cutis impecable y ojos seductores, una madre bien peinada para mis hijos. A eso, sumemos que mis padres, ambos catequistas, seguían casados después de treinta años juntos (y lo siguen al día de hoy). La mayoría de los padres de mis compañeros de curso estaban divorciados. Ambas cosas tendrían que haberme dicho algo sobre las bajas probabilidades de un matrimonio perdurable, pero yo estaba sordo y ciego en mi burbuja. Si mis padres y las parejas de la tele podían, yo también podía. Era lo único que necesitaba saber. […]