Regularmente no me pasa, pero a veces pasa que me siento a leer y la lectura me atrapa. Estoy allí, metidísimo, sintiendo que la vida tiene sentido y de pronto el libro me regala una chispa, un destello de luz, una frase reveladora que me enseña algo sobre mi existencia, el universo, Dios, yo qué sé.
Y siento la imperiosa necesidad de capturar esa línea hermosa con el gesto simple y rutinario de subrayarla con algún rotulador de color chillón, para que al abrir el libro de nuevo en algún momento del futuro (¿para qué iba a subrayar si no?) pueda encontrarla y recordar el preciso instante de lucidez que trajo a mi mente.
Y casi siempre me detengo, subrayo, mastico la frase y soy feliz. Excepto cuando estoy a punto de hacerlo y me doy cuenta de que dejé el rotulador en algún lugar terriblemente distante (cualquiera que no sea al alcance de mi mano). Entonces sufro y me convierto en esto:
