Mamá:
Hoy hace seis meses que te perdí. Desde entonces no hay día que no te llore. A veces el llanto es generoso, otras veces me contengo; si me dejo llevar no paro. Te escribo porque no puedo llamarte. Y lo publico porque me gusta creer que allí fuera, en el espacio infinito de los bits, de algún modo retorcido y fantástico, mis palabras te alcanzarán.
Te extraño. El dolor de tu ausencia se vuelve pesado.
Hoy, mientras comía junto a Jesús, caí en la cuenta de que llevo todo el día medio dormido. Mantener los ojos abiertos se ha convertido en un desafío. Entre bocado y bocado me puse a pensar en voz alta y dije a Jesús: «Quizá estoy triste.» Lloré un poco. Me sequé las lágrimas y seguí comiendo. Jesús me escuchó, compasivo, cariñoso.
Esto es lo que pasó y lo que desató mi tristeza: una persona a la que quiero mucho y que nos ha mostrado apoyo y cariño a Jesús y a mí, desde siempre, me ha hecho sentir que, en el fondo, a pesar de su cariño, piensa que Jesús no está en gracia de Dios, lo que me partió el corazón, porque me llevó a comprobar que, al margen de su cariño, sus conflictos morales le impiden querernos incondicionalmente… Nos quiere, pero que no nos vean con ella, nos quiere, pero nos pide que nos veamos aquí en casa y no en la suya y si se tiene que ir allí, mejor que sólo vaya Jesús. Yo la quiero, a pesar de sus conflictos morales, porque ha sabido y sabe estar a nuestro lado. Sin embargo me duele.
Sobre si estoy o no en gracia de Dios, ella no dijo ni mú, sólo me miró de reojo y se limitó a cuestionar el grado de tranquilidad que tenía la consciencia de Jesús, a calcular en qué medida está a tiempo de ¿arrepentirse?, ¿reconducir? Lo que me devolvió al discursito cansino que mucha gente (con la que convivimos antes de la salida del armario de Jesús) mantiene sobre la influencia (demoniaca), que tengo sobre él.
Mi suegra, con quien ahora tengo una relación hermosa, me anima a no echar cuenta, a recordar que la gente mayor tiene prejuicios. Lo dice con conocimiento de causa y sabiendo que tengo un vacío en el corazón; mi susceptibilidad herida necesita del bálsamo de un abrazo. Agradecí sus palabras, como las de mi propio Jesús: «Que no se te olvide que yo te amo y te amaré siempre, pechuguito mío»
Y aunque esto me dolió, lo que realmente me hace pupa es sentir la ausencia de tu amor incondicional. Mientras escuchaba las palabras irreflexivas y desconsideradas de esa persona a la que tanto quiero, eché de menos a la madre que, para defenderme, estuvo dispuesta a todo. Estoy buscando en otras mujeres el calor de tu abrazo, el confort de tu amor a prueba de condiciones.
En Ciudad de México, mientras yo te escribo estas palabras, celebran en misa los primeros seis meses de tu fallecimiento, a la espera del aniversario en el que finalmente guardemos tus restos en una cripta. Todo esto pasa, como el tiempo… la vida sigue, pero yo no puedo quitarme de la cabeza la última vez que pude hablar contigo: el respirador te impedía hablar, estabas despeinada, cansada y usabas un pijama color beige que no te favorecía. Tenías ojeras pronunciadas y tu mirada era tímida. Tenías miedo, teníamos miedo.
Antes de cortar la videollamada estaba convencido de que todo se arreglaría, no era más que una mala racha. Te dije que iría, que todos allí me necesitaban, cuando era yo el que necesitaba estar a tu lado. Sólo eso te llevó a quitarte el respirador y a decir, con mucho esfuerzo: «No vengas, no quiero que te contagies.» Te recordé cuánto te amo y tú, volviéndote a poner el respirador en la cara, te tocaste el corazón con una mano y asentiste con la cabeza.
No estoy al lado de tus restos, participando de esa misa en la que por primera vez se reúnen familiares y amigos para despedirte; tengo la barriga llena de grapas y agujeros. Pero estaré, en cuanto pueda, en cuanto me arranquen los órganos que me alejan de ti. Quizá entonces, al tocar la urna donde se guardan tus cenizas, vuelva a sentir, tan sólo un instante, el abrazo cálido y amoroso de tu maternidad sin cláusulas. Conclusión: dejaré de buscarte en otras mujeres, no tiene sentido. Ninguna de ellas eres tú.
Escarbando en los restos de tu huella digital, encontré este vídeo que me enviaste en mayo de 2021, lo he visto en bucle y ha sido más efectivo que el esfuerzo absurdo de buscarte y no encontrarte en alguien más. Papá, diligentemente, me acaba de enviar una grabación mostrándome la cripta dónde reposarán tus restos, junto a los suyos o los de mi hermano en un futuro, esperemos muy lejano.
Te amo y te echo de menos.
I.
❤️❤️❤️❤️