NOVELA: Curso de belleza, amor y sexo (edición en papel)

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Descripción

Esta novela es, desde el momento de su gestación, un ejercicio narrativo en el que me busco a mí mismo, como narrador y como persona. Es un ejercicio de creación que redime mis pasiones, me lleva a trascender conflictos y sanar heridas, pero al mismo tiempo me obliga a confirmarme en el empeño de ser, en efecto, novelista, a través de la experimentación técnica y la transfiguración del método creativo que, hasta antes de la escritura de esta novela, venía utilizando.

Hablo de las pasiones propias de quienes nos entregamos a la escritura por vocación y placer, que son también obstáculos en algunos casos, la razón que imposibilita el desarrollo del talento. ¿Es esta otra novela de escritores y para escritores? Quizá, pero también es una parodia de ese mismo tipo de novela, que trata temas universales que importan a todos: el amor, el desamor, el sexo impulsado por uno o por otro, que puede ser enriquecedor o perturbador, así como la belleza (literaria y personal, íntima y social) a la que aspiramos o la que nos somete y condiciona; la vida y perspectiva del extranjero, que vive una metamorfosis sociocultural y lingüística; o la concepción misma de la realidad que, frente a la ficción, es siempre devastadora, pero puede ser también constructiva, según se mire.

Por eso, en palabras del editor David González Romero, “esta novela podría funcionar como un manual de escritura del desamor.” Y también por eso esta novela lleva un título propio de manual. Porque es al mismo tiempo un manual que se burla de los manuales, es un manual que no te dice realmente lo que deberías hacer. Más bien, acomodado en la confortable trinchera de la autoficción, es una novela con forma de manual que invita al lector a reflexionar sobre los modos en que los seremos humanos caminamos directo hacia el fracaso, de manera que, también propone una lectura crítica de nuestro propio comportamiento, invitándonos al éxito indirectamente. Soy un entusiasta, lo confieso. Quizá en eso me parezco al protagonista de mi novela, aunque a lo largo de ella él no actúe en consecuencia… Para evitar spoilers lo dejo ahí.

El protagonista de esta novela es un experto en cagarla, es bastante limitado en el manejo de sí mismo, aunque se esfuerza. Podría conseguir una medalla si se premiara la capacidad de una persona para procrastinar. Por ahí hemos pasado todos. Ese es un drama universal, aunque en este caso lo aplico a la vida de un escritor. Y todos conocemos los efectos que tiene la procrastinación. Pero, ¿cuántos de nosotros hemos visto en ella la oportunidad de producir o construir algo nuevo y valioso que, además, nos lleve a transformar nuestra propia existencia? Bueno, pues sobre eso va mi novela. Sí, me valgo de un escritor y de dramas propios de su oficio, pero el drama de mi protagonista podría ser el drama de cualquier persona en un contexto distinto. De ahí que Warhol me haya marcado tanto: “No se trata de disciplina, sino de saber lo que quieres realmente.” ¿Cómo plantar cara a los problemas que trae consigo la procrastinación, si no se sabe qué es lo que uno realmente quiere? ¿Cómo conseguir la meta si no se sabe dónde está esa meta o cómo es? Diría que mi novela cuenta ese tipo de historia paradójica, en la que piensas sobre el amor a través del desamor, o de la acción a través de la inacción. Habrá incluso quien pueda decir que a través de esta historia intento desmitificar el amor romántico y el oficio de escribir.

Desde la adolescencia he leído y escuchado a autores decir que el arte tiene el poder de sanar a su creador. Llegado a un punto de mi vida en el que dejé de dudar que podía verme a mí mismo como un escritor (autor, creador, llamémosle como sea), decidí que me daría la oportunidad de explorar esa realidad inherente al ejercicio de la creación, que para mí era, hasta entonces, pura teoría. Y lo hice desde la necesidad existencial, pero también desde la curiosidad técnica y teórica de la narrativa.

Hace más de cinco años que me dedico a impartir clases de creación literaria. Ayudo a mis alumnos a narrar de la mejor manera posible un cuento o una novela. Y siempre, siempre, siempre me topo con el mismo problema que obstaculiza el proceso creativo de mis alumnos: la inseguridad y el temor, no sólo de enfrentarse al oficio de escribir, sino de tener que plantarle cara a sus propias pasiones, a los conflictos de corte personal que al mismo tiempo inspiran sus creaciones y entorpecen sus procesos. Hablo de esas heridas típicas que todos los seres humanos conseguimos alguna vez en la vida, producidas por la soledad, la muerte, el amor, la enfermedad, etc., y que buscamos sanar de algún modo consciente o inconsciente, a través de la producción: un poema, una foto, un jarrón de cerámica, un pastel de zanahoria, yo qué sé. Es instintivo. Forma parte de nuestra naturaleza humana. Pues bien, resulta que los artistas, aunque no siempre sea así, la gran mayoría de las veces, nos valemos del germen de nuestros propios conflictos para crear. Y que hacerlo trae consigo, en mayor o menor medida, la sanción de las heridas que impulsan la creación, o como a mí me gusta verlo, la trascendencia de uno mismo frente al problema.

Con esta novela quise comprobarme a mí mismo que esa teoría era cierta, pero también quise construir un discurso narrativo que me permitiera acercarme, con espíritu burlón, solidario y dicharachero, a todas esas personas que, como yo, viven la pasión del letraherido y se preguntan si ese impulso que viene de dentro, producido por la más visceral de las emociones, será capaz de convertirse en algo digno y al mismo tiempo impulsar la conversión de uno mismo.

A través de esta novela también represento el paisaje y el pantano en el que me encuentro, siempre a caballo. Me refiero al contexto sevillano en el que estoy hipnóticamente inmerso desde hace poco más de cinco años y, que es al mismo tiempo hermoso y horrible. El lector encontrará en mi novela esa visión subjetiva y personal de la Sevilla en que vivo, una Sevilla asfixiante y seductora, hostil y fascinante de la que me valgo para retratar el modo en que muchas veces, este pueblo cosmopolita de Andalucía, trata a quienes venimos de fuera y no formamos parte natural de su sistema social y organizativo.

Más que influencias literarias lo que tengo son atracciones literarias y/o culturales. Hay libros, películas, música y series de televisión que funcionan, por temporadas o durante algún periodo de mi vida, como inflexiones de corte estético o discursivo que me llevan a la creación. En el caso de esta novela puedo citar a unos cuantos autores, cantantes y personajes de ficción: Philip Roth y su novela autobiográfica Los hechos, Andy Warhol y su ensayo Mi filosofía de A a B y de B a A, Autoayuda de Lorrie Moore, “It Takes To” de Katty Perry, Robert McKee y su bíblico El guión, Principiantes de Raymond Carver, ¿Cómo debería ser una persona? Una novela desde la vida de Sheila Heti, Aura de Carlos Fuentes, “El amor acaba” de José José, en la versión de Natalia Lafourcade, y hasta Carrie Bradshaw en Sex&TheCity.

Para finalizar este ejercicio de reflexión sobre mi propio trabajo, al que me obliga mi editorial para intentar acaparar la atención de los medios de comunicación (se los he puesto muy difícil porque soy ese tipo de personaje cultural que carece de escándalos mediáticamente comerciables), puedo decir, sin ánimos de justificación, por qué elegí la segunda persona como técnica narrativa, siendo ésta poco común y, a veces cansina en la historia de la literatura. Pues bien, se debe al efecto estético que este tipo de narrador produce. Quería que el lector se sintiera directamente apelado, llevar al extremo esa sensación que tenemos como lectores de enfrentarnos a un libro y creer que esa historia ha sido escrita pensando en nosotros mismos. Somos tan vanidosos… Pues bien, ya que esta es una novela tan intimista, quería que el lector fuera partícipe de esa misma intimidad, pero en un nivel aún más profundo que el que puede conseguirse con la primera persona. Por otro lado, ya que me interesaba hacer una parodia de los manuales de autoayuda, necesitaba una técnica narrativa capaz de representar lingüísticamente esa burla, más allá de la estructura. El narrador de mi novela es una segunda persona protagonista, es decir, que realmente no está apelando al lector, pero esa sensación es constante desde la línea uno de la obra y hasta la línea final. El lector sabrá, transcurrida apenas la primera página, que la voz narrativa no está realmente apelando a él, y que ese a quien se apela tampoco es otro personaje dentro de la ficción. Y es en ese discurrir del protagonista, que el lector consigue generar empatía e identificación más allá de lo que un personaje ya es capaz de generar, no desde el yo psicológico que apela a sí mismo, sino desde el tú, que es otro (el protagonista), pero podría ser yo mismo (el lector) en esos momentos de la vida en que soy capaz de despegarme de mí mismo y construir un discurso para mí, como si de otro se tratara. El narrador en esta novela representa ese espejo en el que nos miramos todos, pero que sólo quienes lo observan son capaces de captar algo más allá de las formas que refleja: el fondo.

También diré que con esta novela me he revelado frente al imperativo castellano de utilizar el español como lo utilizan los españoles. A ver, pasa que desde que vivo en España me he visto obligado a transformar drásticamente mi gramática coloquial, así como el uso de mi lenguaje y el acento. ¿Por qué? Simple. A los españoles les gusta que el lenguaje se use como ellos lo usan y son perezosos en el uso distinto del castellano. No se diga a los andaluces. Me he pasado los años haciendo de mi propio traductor cuando he hablado a la mexicana con españoles. Y eso es gracioso al principio, pero cansa con el paso del tiempo. Uno tiene raíces que no desaparecen. Llevo en lo más profundo de mi lengua un origen que no quiero ni voy a ignorar. El español que yo hablé, combinado con el español que escucho en este país todos los días, así como con el español que ahora hablo, me sirvieron como pretexto para configurar una voz narrativa distinta, propia, muy representativa de quienes viven, sufren y se divierten con el uso del español, en su circunstancia de extranjero. Por eso y porque he visto en ello la oportunidad de trabajar una voz narrativa ¿novedosa?

Por cierto, una última cosa: ¿alguien sabe decirme si este premio andaluz alguna otra vez fue entregado a un extranjero? Hasta el momento nadie ha sabido decírmelo. ¿Será la primera vez en la historia del premio que un extranjero tiene la suerte de alcanzar este reconocimiento? Si fuera así, ya tengo otra gran razón para sentirme orgulloso. Me complace representar, desde la mezcla cultural mexicano-andaluza, la narrativa producida en una tierra a la que ya amo, a la que pertenezco por arraigo y que me ha recibido con los brazos abiertos, aunque durante Semana Santa y Feria se olvide de mí. ¡Ay, Sevilla! Eres tan guapa y tan tuya y tan de nadie más…

Israel Pintor Morales
5 de marzo de 2016

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Peso .5 kg
Dimensiones 20 × 15 × .5 cm