Profundidad en la escritura: menos es más

La falta de profundidad es un asesino de historias. No hay nada peor que leer un relato que se siente plano, superficial, sin vida. Una historia con profundidad, en cambio, transforma la experiencia del lector, lo sumerge en un mundo que se siente real, tangible. No es solo cuestión de parecer un escritor más experimentado; se trata de hacer que tus personajes y escenarios respiren, de que den la impresión de que seguirían existiendo aunque no estuvieran atrapados en las páginas de tu libro.

Ahora bien, ¿cómo se logra esta profundidad? ¿Cómo hacer que un personaje no parezca una simple marioneta creada para cumplir una función en la trama? ¿Cómo darle a un escenario una vida propia sin perderse en descripciones interminables? Son preguntas que me hice muchas veces al escribir, y en este artículo compartiré un método sencillo pero poderoso para añadir esa ansiada profundidad tanto a personajes como a escenarios.

Profundidad no es lo mismo que información

Hablemos claro: profundidad no significa escribir páginas y páginas de historia de fondo, genealogías complejas o enciclopedias de tu mundo ficticio. No se trata de un ejercicio de acumulación. La profundidad, en realidad, se siente en el momento mismo en que el lector está inmerso en la historia, cuando percibe que los personajes y los escenarios tienen más historia de la que se cuenta, más dimensiones de las que se explicitan.

No hace falta decir que un personaje es inseguro y nervioso con una lista de características. Basta con mostrarlo en acción. Si un policía se siente fuera de lugar en su trabajo, decirlo es redundante; en cambio, mostrarlo con un gesto, con una acción inesperada o una actitud que lo delate, es mucho más efectivo.

Veamos un ejemplo:

David tenía una disposición nerviosa. A menudo se preocupaba por cosas. Ser policía probablemente no era la mejor carrera para él. Se veía visiblemente ansioso y sonaba inseguro al hacer su trabajo.

Aquí nos han dado información, pero el personaje sigue sintiéndose plano. Ahora, comparemos con esta versión:

Algo no andaba bien. David estaba preocupado. Aunque, para ser justos, casi siempre lo estaba. Parecía que un día se había despertado y, por accidente, se había convertido en policía, viviendo con el miedo constante de que ocurriera un crimen en cualquier momento.

¿Qué cambia? Todo. En lugar de arrojar una lista de características, dejamos que el lector saque sus propias conclusiones con una pincelada de vida interna. Se insinúa una historia sin explicarla del todo. Se percibe el peso de algo más grande sin necesidad de decirlo explícitamente.

El poder de los detalles bien colocados

A menudo, cuando un escritor se esfuerza en dar profundidad a un personaje, cae en la trampa de la sobrecarga de información. Crea largas fichas de personaje con cada aspecto de su vida detallado y luego intenta insertar toda esa información en la narración. El problema es que el resultado suele sentirse forzado.

La clave está en seleccionar con precisión quirúrgica los detalles adecuados. Dos o tres detalles vívidos tienen más impacto que una lluvia de información irrelevante. No se trata de cuánto cuentas, sino de cómo lo cuentas.

Pongamos otro ejemplo:

Pepe tenía 16 años, así que se suponía que debía estar interesado en el alcohol y las drogas. Debería estar rebelándose contra sus padres y soñando con ser una estrella de rock o un delincuente. Pero él solo quería tranquilidad, que lo dejaran en paz y que nadie viniera a molestar.

Todo está dicho, pero no se siente. Ahora, observa esta versión:

La rockola trató de venderle otra vida cuando pasó junto a ella. Una vida llena de cosas que, a sus 16 años, se suponía que debía desear, pero que en realidad lo aterraban. Dio media vuelta y desenchufó el cable de la corriente.

Aquí, en lugar de decirnos lo que siente, nos muestra una acción cargada de significado. La imagen del joven desenchufando la rockola tiene más peso que cualquier lista de emociones. La profundidad no se impone, se sugiere.

Los escenarios también necesitan profundidad

Lo mismo ocurre con la ambientación. La tentación de describir cada detalle de un lugar es fuerte, pero, al igual que con los personajes, el exceso de información suele matar la sensación de realidad. Un espacio no se siente vivo por la cantidad de detalles que das, sino por los que eliges destacar.

Veamos una descripción demasiado detallada:

David estaba sentado en la comisaría. Había luces fluorescentes y una pared blanca manchada. La alfombra era gris. Había un escritorio de recepción con algunas computadoras y una cafetera vieja en la esquina.

Ahora, probemos otra forma:

Pepe imaginó a David al otro lado de la calle, sentado tras el escritorio de la recepción de la comisaría. El resplandor de los monitores en su rostro, la alfombra gris bajo las luces fluorescentes, la cafetera con luces rojas y verdes, aunque la verde ya no funcionaba, así que había que adivinar.

Ese último detalle de la cafetera, que su luz verde ya no funciona, convierte la escena en algo tangible. Es un pedazo de realidad que insinúa que el espacio ha sido usado, que tiene historia, que no es solo un decorado. La diferencia entre un escenario genérico y un escenario con profundidad es esa: la sensación de que ese lugar existía antes de que el personaje llegara y seguirá existiendo después.

Menos es más, pero bien colocado

Para dar profundidad a tus historias, lo importante no es cuánto dices, sino qué eliges mostrar y cómo. En vez de llenar una página con descripciones minuciosas, elige un par de imágenes fuertes que el lector pueda completar con su imaginación. La mente humana odia los vacíos y busca llenarlos. Si le das el 70% de la información, completará el 30% restante con su propia experiencia y emociones, haciendo que la historia se sienta más real y personal.

Así que, la próxima vez que quieras hacer que tu historia cobre vida, prueba esto: no digas todo, pero deja ver lo suficiente para que el lector sienta que hay mucho más debajo de la superficie. Usa las sombras para revelar la luz. Y sobre todo, confía en tu lector. Porque a veces, lo más poderoso en una historia no es lo que se dice, sino lo que se deja intuir.

Si quieres que tus historias dejen de parecer maquetas de cartón y empiecen a respirar como mundos vivos, necesitas aprender a escribir con profundidad. No más relleno inútil, solo detalles que abren puertas al alma del lector. Escríbeme y te muestro cómo afinar esa mirada narrativa. En mi web tienes el botón de WhatsApp. ¿Listo para que tus escenas y personajes dejen huella?

La profundidad narrativa no se improvisa: se cultiva desde la base, se afila con el conocimiento de los arquetipos y se expande al construir tramas de largo aliento. Si estás comenzando, el Curso de iniciación te dará las herramientas para empezar a mirar con precisión. Si quieres crear personajes que parezcan arrancados de un mito, Érase un arquetipo es tu brújula. Y si sueñas con escribir una historia que respire en cada capítulo, Primera novela te guía paso a paso hasta el final.

¿Tienes dudas? Déjame un comentario, los leo y respondo a todos.

1 Comentario

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  1. En mi primera etapa como alumno tuyo, Israel, este artículo me recordó cuando trabajábamos en un relato de ficción; un detalle de la escena: Cuando el protagonista entró en un bar, se lo encontró vacío. Se acercó a una mesa y observó que en el cenicero había una colilla que seguía echando humo.
    Estos detalles, efectivamente, enriquecen el ambiente y muestra una visión más «real» de la escena. Grandísimo consejo que nos das con esta masterclass :)

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