Despertó de pronto en la intemperie luego de haber sufrido una pesadilla. No tenía frío. Lo primero que vio a su alrededor fueron aquellos grandes árboles que lo acompañaban en la cálida mañana de un domingo de verano. Largas y apacibles nubes flotaban en el cielo azul como si el tiempo no transcurriera. El hombre estaba arropado con gruesas cobijas, sábanas y edredones floridos que lo separaban un poco del césped húmedo en que estaba tendido como un vagabundo. Y estaba solo. Pero esto no supuso ningún problema. El problema era su pesadilla. Entonces se quedó quieto, relajado, intentando recordar tenazmente el sueño que acababa de tener antes de despertar y cuyo despertar, hacía que lo olvidara efímeramente…