Escribo esto de noche, mientras se abre la tumba de Horacio Quiroga y su cuerpo glorioso, de aspecto saludabilísimo, sale resplandeciente a conversar con los que lo rodean.
Ellos no se ven tan bien –de hecho son zombis, animados pero claramente a medio pudrirse– porque son los autores que han seguido los pasos del ritual de Quiroga y han dado, tras él, sus listas de diez consejos sobre escribir cuentos.
—Pero es que llega un momento en la vida de todo cuentista —me dice uno de los zombis— en que ha de intentar ese subgénero, que es el más peligroso. El de los decálogos, pues. Mirar hacia atrás y compilar lo que ha aprendido. Redescubrir, y comunicar, cómo se dio la vida de sus cuentos, para que otros lo puedan saber. Está permitido que se haga el serio o el irónico. Puede hacer como que la vanidad de aconsejar le molesta o como si el mundo entero esperara sus palabras. De todas formas lo dicho no cambia: “siempre hay que decir algo más porque el cuento nunca es igual a sí mismo”…
¿Quién será este muerto viviente? Bueno, no importa. A mí me acaban de pedir que escriba mi propio “decálogo” (como si uno fuera a hacer de Dios en una película del olvidado Cecil B. de Mille) de modo que ahí va. Las que siguen son las cuatro cosas —las diez, está bien, las diez—que creo saber luego de haber perdido tantos años sin escribir novelas ni conspirar en la busca del poder literario, que a fin de cuentas es lo que vale, como saben todas las gentes de razón. Con la suerte que tengo, incluso habrá quien las halle útiles.
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1. No hay excusas que le sirvan al cuento. Si te interesa, practícalo, y si no déjalo. No te dará dinero, no te volverá una mejor persona, no te servirá de práctica para escribir una novela.
2. Si lo vas a practicar, no te confundas: cualquier cosa en el universo sensible o en el interior puede ser el punto de partida de un cuento, de modo que te conviene hacer caso de las ideas que se te ocurran sin importar su procedencia. Tarde o temprano alguien te dirá que escribas de lo que sabes (es lo típico): haz caso, pero no pienses que “lo que sabes” se refiere sólo a tu casa, tu tía, lo que sale en tu tele. Tampoco pienses que debes ignorar invariablemente a tu casa, tu tía y lo que sale en tu tele. Tú sabes qué sabes (y si no, sólo tú podrás descubrirlo).
[2a. Si lo que sabes —lo que quieres decir— no está de moda, resiste y escribe sobre ello de todas maneras. Hazlo al menos una vez en la vida.]
3. Lee. Lee antes de escribir, después, en las pausas durante la escritura. Lee de lo que te gusta y de lo que no te gusta. Los que escriben pero no leen no son audaces: se les ve el hilo de baba.
4. Toda historia propone un mundo y los personajes que lo habitan. El cuento también, pero como dispone de poco espacio –de poco tiempo–, da a veces la impresión de que sólo se ocupa de lo superficial, de los sucesos visibles. No es cierto: todo el trabajo adicional de creación, el de lo que no se dice, es para ti solamente, pero debes hacerlo. Mientras mejor conoces el mundo que estás inventando mejor puedes seleccionar lo imprescindible que debe contarse.
[4a. Habrá momentos en que el mundo, u otras historias, hagan parte del trabajo de creación por ti: cuando escribas de “la vida real” o dentro de tu subgénero favorito. Pero esos momentos serán mucho menos frecuentes de lo que tú desees.]
5. El cuento pide más imaginación de su lector: no tiene manera de darle todo ya masticado y digerido. Pero no esperes que el lector te dé todo a ti. Lo que no está en el texto no está en el texto: la buena voluntad de tus amigos lectores, los que explican las acciones inexplicables y teorizan por horas sobre lo que quiso decir ese párrafo mal redactado, no dura para siempre ni lleva necesariamente a que tus historias se entiendan como tú querías que se entendieran. Y más te vale asumir que los lectores desconocidos serán despiadados y no perdonarán errores ni omisiones.
[5a. Es cierto que existen los lectores estúpidos, los que se conforman con cualquier cosa. Pero escribir sólo para ellos, aunque puede llegar a ser muy provechoso económicamente, implica una dificultad adicional: hay demasiada competencia, siempre, y no son personas cuya compañía sea disfrutable.]
6. No sacrifiques todo al “avance” de la trama. Déjale eso a Hollywood. Contra lo que te enseñaron, el final no es necesariamente todo en un cuento: los finales de Hemingway y de Carver son muchas veces irrelevantes, por ejemplo, porque los cuentos de ellos se tratan de un desvelamiento –un descubrimiento gradual, una comprensión lenta y profunda– y no de una revelación sorpresiva.
7. Ampliación del anterior: cada cuento pide su propia forma. Esto significa que una parte crucial del trabajo de escribir es volver a leer lo ya escrito y percibir esa forma. No será, casi nunca, la que imaginabas al comenzar a trabajar. No hay nada mágico en esto: la escritura es una representación de tu pensamiento, y en ese pensamiento pueden aparecer el azar o lo inconsciente (o la musa, o Dios, si así prefieres decirlo)…, de modo que en tu cuento en bruto puede haber muchos errores pero también hallazgos inesperados. (Hazlos tuyos; de hecho, ya lo son.)
[7a. Sí: acepta que nada te saldrá bien a la primera. El genio, si es que lo tienes, no está allí. Por otro lado, trabajar profundamente en tus cuentos es leerte a ti mismo en ellos. Y si esto te da miedo, más urge que lo intentes.]
8. Deja de revisar un cuento cuando ya no recuerdes lo que querías decir con él. O, de preferencia, un poco antes. Si ya sólo estás moviendo palabras y signos de puntuación de un lado a otro, acepta que la idea se ha marchitado: guarda el cuento un par de años antes de volver siquiera a pensar en él o (mejor aún) tíralo y empieza otro.
9. Recuerda el punto 3 y lee a Poe, a Hawthorne, a Maupassant, a O’Connor, a Borges, a Chejov, a Ford. A todos los grandes maestros, y también a los más nuevos. Lee a los “locos”, los “raros” y los “remotos”: a Harvey, a Levrero, a Queneau, a Pu Songling. Lee también a todos los que no mencioné y en los que ya estás pensando. Necesitas conocerlos, para buscar su amistad o (más saludable) para pelear con ellos.
[9a. Dicho esto, no pierdas tu tiempo con los que sólo son famosos, o sólo tienen poder. Tú sabes quiénes son.]
10. Si las conoces bien, tú sabrás cuándo romper las reglas.
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Antes de poner el último punto ya veía cómo mi piel tomaba un color raro, cómo se me saltaban los ojos, todos los efectos. Ahora me uno al baile de Quiroga y de los suyos, que no durará toda la eternidad pero es animado y, además, usa la coreografía de Thriller de Michael Jackson. (¡Nunca antes la había podido hacer!)
—¿Cómo es eso —me pregunta un compañero zombi— de que la materia no existe?
1. Pasión: Haz las cosas por amor, no por dinero, este vendrá como consecuencia de que trabajes algo que te gusta y te interesa.
2. Trabajo: Nada llega fácilmente. Tienes que dedicarle tiempo y trabajar el tema alrededor del cual deseas desarrollarte.
3. Se bueno en tu tema: Practica, practica y practica, aprende alrededor de aquello que te gusta. Infórmate, estudia.
4. Enfócate: Un peligro es ir a la deriva. A medida que sabes más de algo, debes ir definiendo el objeto de trabajo
5. Motívate: Tienes que desarrollar formas de impulsarte, de involucrarte en tu tema, tanto física, como mentalmente.
6. Sirve: Para tener éxito de veras, tienes que tener una vocación de servicio. Los principales millonarios de hoy en día, lo son porque entregan a los demás algo de valor a la sociedad.
7. Desarrolla una idea: Para ello tienes que observar, escuchar, ser curioso, preguntar, resolver problemas, hacer conexiones.
8. Persiste: Tienes que estar preparado para fallar y levantarte, soportar las críticas, a los opositores, a los idiotas y a las presiones negativas