El camarero

El camarero, un cuento de Israel Pintor | Taller de Escritura Creativa de Israel Pintor en Barcelona

El camarero

Por Israel Pintor

Conocí a Alejandro mientras escribía sobre una servilleta, sobre la barra del bar en el que trabajaba como camarero, completamente ajeno a lo que sucedía en el local. Al llegar pedí un café con leche y me senté en una mesa solitaria, esperaba encontrar en ese bar un poco de concentración, hacer notas que me permitieran acercarme al cuento que pretendía escribir. En respuesta a mi orden, Alejandro dijo: «Enseguida te lo llevo», sin siquiera levantar la mirada de la servilleta en la que escribía. Pasaron más de quince minutos, Alejandro había puesto alguna copa, servido la taza de café de algún cliente más impetuoso, pero me había olvidado y se había puesto a escribir de nuevo.

La necesidad de cafeína me obligó a levantarme y apelar a la misericordia del muchacho. Cuando me tuvo de frente se avergonzó y enseguida se puso a preparar el café. Me sentí atraído por lo que había escrito en las servilletas, debía ser algo importante. Guardándome un poco de que no me viera, me asomé y pude leer ideas sueltas, podían ser aproximaciones a una historia. Me pudo la curiosidad y le pregunté sobre qué escribía, a lo que respondió guardando sus servilletas de mi vista: «Cosas mías… siento haberte hecho esperar, aquí tienes el café.»

Imaginé que podríamos hablar sobre creación literaria, pero se tomó a mal mi intromisión. No lo culpo, eso me gano por meter las narices donde no me llaman. Le di las gracias y antes de ir a mi mesa le pedí disculpas: «No quise molestar…» Alejandro encogió los hombros: «No pasa nada», concluyó, para luego revisar con celo sus servilletas garabateadas, como asegurándose de que todo lo escrito seguía allí. Volví a mi mesa, bebí el café sin prisa y tomé un montón de notas. Una o dos horas después, cerré mi libreta pensando que tenía mucho trabajo por delante si quería transformar ese cúmulo de nociones en un cuento con pies y cabeza. Levanté la mirada, Alejandro ya no estaba detrás de la barra.

Días después volví, suelo visitar el bar por las tardes, allí organizo mis ideas. Salir del despacho y del mundo creativo de mis alumnos me permite entrar en mi propio mundo creativo, darme el tiempo y el espacio que no tengo para la escritura, porque me dedico mayormente a impartir clases y divulgar la creación literaria a través de Internet. ¡El drama de todo escritor! O bueno, de todo escritor sin mecenas, sin herencias o sin suerte para ganar la lotería. Alejandro estaba detrás de la barra, pero esta vez tecleaba nerviosamente un ordenador portátil. En el bar no había gente. No me atreví a decir nada esta vez. Parecía concentrado y me atendió en cuanto me vio entrar «¿Un café con leche?», preguntó. Asentí. Me lo trajo a la mesa rápidamente y volvió apurado a teclear sobre su ordenador.

Dejé de ver a Alejandro en el bar. Llegué a pensar que lo habían despedido por pasársela escribiendo. Luego de un mes, empujado por mi curiosidad chismosa, pregunté al nuevo camarero, un hombre bastante parlanchín, qué sabía sobre Alejandro. Me explicó que estaba de excedencia. Tenía previsto volver, pero no había fecha para su vuelta; o si la había, prefería no decirla, quizá con la esperanza de que Alejandro no volviera.

Alejandro regresó al bar seis o siete meses después. Estaba delgadísimo y parecía cansado. Cargaba tan mala cara que no me atreví a preguntar qué le había tenido ausente. ¿Quién era yo para interesarme por él? Apenas un parroquiano más del bar, uno al que Alejandro solía prestar las atenciones justas porque una vez se entrometió demasiado en las notas de sus servilletas. Imaginé que había atravesado alguna enfermedad impertinente, pero viéndolo con detenimiento, me pareció demasiado impetuoso para haber estado convaleciente. Por eso, en lugar de preguntárselo a él, se lo pregunté a su compañero de barra, el camarero parlanchín, que se ganó la simpatía de los parroquianos del bar y así consiguió que el dueño no lo echara tras la vuelta de Alejandro.

Averigüé que Alejandro se pidió la excedencia con el objetivo de terminar un libro. Al parecer, Alejandro era muy celoso al respecto; mi fuente no obtuvo ningún detalle, pero me compartió una suposición: Alejandro había perdido tanto peso durante su excedencia porque no tenía dinero suficiente. Era solo una suposición, pero quise creer en ella. Entiendo bien lo que son las carencias económicas, yo también he estado dispuesto, más de una vez, a dejar un poco de lado mi trabajo en el taller de escritura para dedicarlo a escribir literatura, aunque eso se traduzca en la antesala de una difícil temporada de austeridad. Gajes del oficio.

Sigo sin saber sobre qué iba el libro de Alejandro, si era bueno o no, si aún trabaja en él o si lo terminó. Hace al menos un año que no lo veo, su compañero parlanchín, quien se ha quedado al timón tras la barra, asegura que Alejandro trabaja ahora, a media jornada, en un garito del centro. Me he acordado de Alejandro porque ayer leí en una revista literaria, un cuento en el que un camarero observa sigilosamente a las personas que visitan el bar en el que trabaja, intentando decidirse por uno, el que más lástima le produzca, para inventarle una vida terrible y vergonzosa, que son el tipo de historias que gustan al camarero. Escoge a un parroquiano chismoso que casi averigua su propósito, una tarde que dejó muy a la vista las servilletas en las que tomaba notas. El cuento está firmado con seudónimo. En el centro hay demasiados garitos, pero yo sigo necesitando hacer notas y beber café.


Espero que te ayude a pensar en torno al trabajo, especialmente sobre la forma en que actualmente te enfrentas al trabajo literario.

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6 Comentarios

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  1. Pingback: Bolsas
  2. Hola Israel! Gracias por el cuento. Me gustó mucho. Tiene buen ritmo, se Lee con fluidez. Un lenguaje cercano, casi íntimo que te acerca al narrador.Graciaa nuevamente. Rosa.

  3. ¡Magnífico, profe! Hay que coger un cuchillo para ir pelando las capas de cebolla con el fin de profundizar en ese escritor que a la vez de profesor de escritura y escritor se ve en el espejo de Alejandro. O al revés.

  4. Que bien! Me gusto por el hecho que describe la situación sin nunca hablar con Alejandro. Parece que muchas historias se mueven externamente al rededor de un carácter que nunca se enteran que es parte de la observación by de un escritor.