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Imagínate la escena: había tres o cuatro alumnos más en el aula. El autor del relato leía en voz alta, esperaba que el grupo emitiera una opinión objetiva sobre su trabajo. Aún no terminaba de leer y ya estaba yo diciéndome: Ay, ¡la que se avecina!
Necesito que te imagines que formas parte de un grupo de escritores en formación. Estás a punto de analizar la historia de uno de tus compañeros de clase. La historia es esta:
Había una vez un hombre que murió y no fue al cielo, sino al infierno. Allí le dio la bienvenida un travesti con pinta de ejercer la prostitución. Asustado el hombre, que esperaba otro destino para la eternidad, pues solo había engañado a su mujer una vez y tuvo la mala suerte de sufrir un infarto cuando ella lo descubrió, se dejó guiar por el travesti con la esperanza de entender mejor lo que le esperaba.
Como lo hiciera un ama de llaves, el travesti mostró al hombre el infierno como si éste tuviera habitaciones. Señalaba el rincón de los drogadictos, el de los asesinos y estafadores, el de las mujeres y los hombres infieles, el de los pedófilos y zoofílicos y hasta el de los comunistas. El travesti le decía, palabras más, palabras menos: «Descuida, cariño. Estás en buenas manos. Yo te enseñaré a moverte entre esta chusma. Échame cuenta si no quieres agobiarte demasiado. ¿Cómo me ves? Estoy mona para llevar veinte años aquí, ¿verdad? —Se alisó la peluca y acomodó sus tetas falsas— Soy la prueba de que el infierno es llevadero. Júntate conmigo, te conviene. ¿Quieres saber cómo he conseguido mantenerme así?»
El hombre, aturdido y triste, pues no creyó que fuera merecedor de tal destino, encogió los hombros y se dejó informar con resignación y vergüenza. «El rincón más lejano, ese que apenas se ve porque hasta aquí los mantienen a raya, es el rincón de los maricones. ¿Lo ves?», señaló el travesti.
El hombre asintió con la cabeza y confirmó que no había visto aquel rincón. «A mí no me dejan estar allí porque no soy maricón, a mí solo me gusta vestirme de mujer. Dicen que estoy loca. En realidad no me dejan estar en ningún sitio: ni en el infierno cabemos los travestis. Por eso me di a la portería, tú sabes a qué me refiero. Pero bueno, te decía, el rincón de los maricones es el mejor, son los más tranquilos, entre ellos hay hasta artistas. Son unidos y se defienden unos a otros. Por eso su rincón es el mejor. Pero ya sabes cómo son los maricones… y todo tiene un precio, así que no te sorprendas cuando te pidan que les hagas una mamada o que les des tú biberón, si tienes dotación podría irte mejor que a mí.»
Te sientes incómodo, ¿verdad? Quizá también te hayas ofendido. Puede que se te hayan quitado las ganas de seguir escuchando. También puede ser, aunque prefiero pensar lo contrario, que comulgues con las ideas y el mensaje implícito del relato que acabo de compartir. Elegí compartirte esta historia porque lo más probable es que te haya pasado lo primero. A partir de ella quiero compartir algunas ideas sobre la finalidad del arte narrativo, así como de una de sus cualidades fundamentales: la comunicación.
La historia de mi exalumno es tan políticamente incorrecta, contiene tantos mitos y prejuicios, que solo el espíritu de respeto y compañerismo, típico de un taller de escritura creativa, produjo la suficiente fuerza de voluntad en el grupo para terminar de leer el texto en voz alta. Lo que tú has escuchado es una reelaboración de la historia original, la he exagearado y parafraseado un poco con el fin de dejarte claro qué tan políticamente incorrecta era la historia en la que se inspira. No cito ni extraigo fragmento alguno del texto original escrito por mi alumno. Pero fue tan impactante la experiencia de trabajar con esta historia en clase, que puedo recordarla con facilidad y no he variado demasiado lo narrado.
Cuando el autor terminó de leer se hizo el silencio. Nadie se atrevía a decir nada. Quizá pensaban: ¿este tío va en serio?, ¿es una broma? Respiré profundo y pedí a los demás que se mojaran un poco. «Venga, vamos a revisar este texto. ¿Qué opinión les merece? Intentemos fijar nuestra atención en todos los aspectos posibles: forma, ritmo, uso del lenguaje, técnica narrativa», esperaba poder aterrizar suavemente en el fangoso territorio del mensaje, pero fue imposible desviar la atención de los demás.
Otro de los alumnos se animó a participar. Su aportación fue reveladora y tierna. Dijo: «No sé, para mí, esta historia es una suerte de crítica sobre los prejuicios de la sociedad.» Se negaba a creer que su compañero quisiera comunicar disparates a través de su trabajo, por eso rompió las reglas del debate y, empujado por su necesidad de sentir empatía con el texto (obligándose a ello) preguntó al autor: «Eso es, ¿no? Una crítica…»
Al autor se le llenó el rostro de rubor. Y antes de que pudiera responder, otro de los alumnos dijo: «Yo no creo que sea una crítica. Yo no quiero decir algo sobre el texto, solo quiero pedir a todos —miró al autor de la historia recién leída—, de buen rollo, que seamos más respetuosos, yo he venido aquí a aprender, no a…» Se cortó cuando se dio cuenta de que el autor se removía nervioso en su asiento.
¿Te puedes imaginar el fandango que vino después? Nos enfrascamos en un debate que parecía más una reyerta. Y todo, ¿por qué? Simple: las historias tienen un poder inmenso para transmitir ideas. Al consumir historias alcanzamos un grado de conocimiento específico sobre una realidad de la vida. Esa decodificación nos lleva a establecer una relación directa, emocional y hasta personal con la historia y su mensaje, establecemos también una relación directa con el emisor: o sea, con el autor.
Esas relaciones son exactamente las mismas que establecemos diariamente con las personas con que hablamos. La única diferencia es que, a través de una obra de arte, el autor puede darse la libertad de decir lo que una persona no diría en un contexto regular donde imperan las normas de convivencia.
Piénsalo, en tu día a día no vas diciendo a todos lo que piensas verdaderamente, sería imposible la convivencia en un mundo así. Y si te atreves a hacerlo, si le dices mongolo a ese tío del trabajo que te cae mal, seguro que te ganas una paliza, o al menos un insulto. Lo que busco poner de manifiesto es que, detrás del ejercicio literario, hay un ejercicio comunicativo, intrínseco a su naturaleza. Si te gusta escribir y aspiras a conocer mejor el oficio, te invito a reflexionar en los siguientes aspectos de la comunicación a través de las historias.
1. Todas las historias transmiten un mensaje, aunque no seas consciente de ello
Es evidente que el autor de la historia no era consciente del mensaje que transmitía. Si lo fuera, habría defendido su postura y nos habría recordado que, tratándose de un ejercicio artístico, él puede decir lo que le salga de los cojones, independientemente de que el lector sea capaz de sentir o no empatía con su mensaje. Contrario a ello, el autor de esta historia se enfadó mucho con todos los que nos atrevimos a comentar su texto, particularmente conmigo, quien representaba una figura de autoridad que no le defendió. Se sintió agredido. ¿Cómo puede ser eso posible? Pues bien.
Hablaron los otros alumnos del grupo. Se confirmó la sensación de que la historia transmitía un mensaje negativo sobre diversas realidades humanas, pero se hizo evidente que, si se entraba en detalles, la discusión podía salirse de control. Evitaron ser específicos. El autor del texto se defendía y excusaba con fuerza, demostraba sentirse cada vez más incomprendido y asustado. Fue una situación muy incómoda. Y es que siempre nos sentimos incómodos cuando otras personas son capaces de ver en nuestro trabajo algo que nosotros mismos no hemos visto, o no vemos.
Para sacar partido a la experiencia, para aprender algo de todo esto hacía falta precisión, por eso me atreví a decir, apelando a la madurez, contando con que todos allí éramos adultos, confiando en que seríamos capaces de entender y teniendo en cuenta que a un taller de escritura creativa, más que conseguir aplausos y reconocimiento, se va a aprender lo que uno mismo no ha aprendido por su cuenta.
Mi afán era didáctico, dije: «El problema que encontramos frente a esta historia, más allá de los recursos técnicos que nadie ha querido observar, es que puede herir nuestra susceptibilidad. Podemos estar o no de acuerdo con las ideas que transmite, pero al consumir la historia hemos generado, automática e inevitablemente, una postura frente al mensaje. Quizá este texto nos haya parecido homófobo y misógino: valores que parece tener el personaje protagonista y nuestra sociedad repudia. Y si nuestra manera de pensar dista de la perspectiva que transmite el texto, es lógico que reaccionemos de esta manera.»
El autor del relato se cerró en banda. A partir de ese momento ya no fue capaz de escuchar a nadie, ni siquiera a sí mismo. ¿Por qué? Acababa de decirle, de un modo indirecto, que su texto era ofensivo. Y como es habitual en un alumno que desconoce los gajes del oficio, mezcló y confundió la naturaleza del texto con la del autor.
O sea, que se lo tomó como si le hubiéramos dicho que él era homófobo y misógino. Se enfadó y obligó a mantenerse callado para que pudiera seguir el curso de la clase. Desgraciadamente, esa fue la última vez que lo vi (aunque no la última vez que se puso en contacto conmigo, creo que me odia y sigue siendo incapaz de quitarse la venda de los ojos), decidió no volver a clase y lamentó mucho haberse topado de nuevo con un taller de escritura donde se le repudiaba.
He pensado en varias ocasiones sobre esta experiencia. Hago este vídeo pensando en él, así como en todas las personas que aman contar historias, pero que se encuentran con este tipo de limitaciones. Por otro lado, al decirme que ya le había pasado esto mismo en otros talleres, me llevó a pensar que este obstáculo podría seguirle impidiendo mejorar sus habilidades literarias.
Me gustaría hacer algo por él y por todas las personas que se reconozcan en su misma situación. Cuando un autor no sabe lo que su historia comunica, si comparte su obra con otras personas se topará constantemente con la incomprensión. Se sentirá solo y rechazado. ¿Por qué? Pues, aunque cueste reconocerlo, escribimos porque buscamos establecer conexiones con otras personas. Vínculos comunicativos. No sólo por placer, que también.
Nuestros ejercicios de creación terminan por ser mensajes dentro de una botella echada al mar. No sabemos nunca quién los leerá, pero deseamos (lo reconozcas abiertamente o no) que lleguen a un destinatario, que se lean. Pero, ¿cómo no sorprenderse cuando los lectores entienden algo que nosotros no sabíamos que estábamos diciendo, sobre todo cuando no nos sentimos orgullosos del mensaje?
Quiero creer que mi alumno no es homófobo o misógino. No lo pude comprobar y tampoco es que necesite hacerlo. Pero elijo pensar de este modo porque tengo fe en las personas. Mi teoría es que, como nos pasa a todos al principio, mi alumno no era consciente de lo que su historia estaba comunicando. Es más, creo que ni siquiera buscaba transmitir ese tipo de ideas y que la falta de pericia narrativa lo llevó a desarrollar un ejercicio extraño e impreciso.
Lamentablemente, no tuvo la suficiente paciencia y humildad como para llegar a debatir sobre ello. Y como quizá te haya pasado algo similar, me propondré hacerte ver qué debes hacer para concientizarte de los mensajes contenidos en tus historias, de modo que, al identificarlos puedas contrastar tus intenciones comunicativas. Quiero que te sientas orgulloso de lo que dices y cómo lo dices, que puedas compartir con tus lectores esa manera tan peculiar de comprender el mundo.
2. ¿Los sentimientos también son mensajes?
Frente a la narrativa, la poesía tiende a comunicar de un modo menos directo. Y eso es así por una simple razón: el sentido figurado de las palabras. Aunque puedes ser muy lírico o retórico escribiendo narrativa (donde se tiende más al uso del sentido literal), la poesía (incluso la poesía en prosa) tiende a configurar un tipo de discurso más abstracto: consecuencia del sentido figurado. Esto no excluye a la poesía, como a cualquier otra obra artística, de tener la capacidad de comunicar. Sin embargo, la poesía se caracteriza sobre todo por comunicar o transmitir emociones y sentimientos. Y aunque un sentimiento puede ser más impreciso que un argumento o un mensaje claro, es igualmente susceptible de ser transmitido.
O sea, si escribes poesía no puedes ni debes despreocuparte por lo que dices a través del poema. Y sí, también las abstracciones dicen algo. Intenta interpretar el cuadro “Mesa frente a la ventana” de Picasso. Comprenderás mejor lo que digo. ¿Qué habrá querido transmitir Picasso a través de esa pintura? Las conclusiones a las que llegues podrían acercarse a las intenciones del pintor, aunque ya se sabe que interpretaciones pueden hacerse muchas, también se sabe que la interpretación suele ser dirigida por el productor del mensaje.
Picasso, como hacemos todos cuando codificamos un mensaje, eligió construir una obra con esas cualidades, formas, colores, tamaño, etc., pensando en que deseaba llevar al espectador a comprender algo específico, sea lo que sea. Y no importa que ese algo esté codificado en un lenguaje abstracto, como de hecho sucede. Piensa lo siguiente: ¿crees que el capitán del Titanic, al notificar a otras embarcaciones del inminente naufragio que estaban por sufrir, deseaba que los receptores de su S.O.S. interpretaran lo que a ellos les pareciera mejor?
3. Mensaje y autorreconocimiento
Lo habitual, cuando has decidido quitarte la venda de los ojos, es que al mirar con escrúpulo en el espejo de tu propia creación descubras rasgos de ti mismo. Pero si eres una persona con mucha vida interior y una gran capacidad de introspección, quizá te resulte sencillo y hasta divertido reconocerte en las historias que escribes.
El autorreconocimiento es una consecuencia inevitable, muy satisfactoria y al mismo tiempo amenazante, del oficio del escritor.
Lo primero que habría que entender es, por contradictorio que parezca: los mensajes de nuestras historias, generalmente no se configuran por tu afán consciente de construir un mensaje.
Aunque puedes haber acumulado experiencia suficiente como para contar una historia verosímil que comunique un mensaje determinado, lo más probable es que ese mensaje no haya existido con total claridad desde la premisa de tu obra, es decir, antes de que escribieras la historia.
Los mensajes de las historias están regularmente ocultos en nuestro más profundo inconsciente, razón por la que muchas veces nos sorprendemos al descubrir que nuestra historia refleja una cualidad de nosotros mismos que solo ha visto la luz a través de la expresión artística.
A través de la creación literaria se hacen visibles y tangibles nuestros rasgos de personalidad más inconscientes, nuestra verdadera visión del mundo.
El autorreconocimiento a través del mensaje es satisfactorio para una persona que no tiene miedo de ser, que trabaja constantemente por mantener alta su autoestima y es capaz de aprender de sí mismo y su propio comportamiento. Es como cuando un padre empieza a reconocer en su propio hijo aquellos rasgos de su propia personalidad. Somos reflejo de lo que son nuestros padres. Pues igual, solo que ahora el autorreconocimiento tiene lugar en la obra artística, que hace las veces de espejo.
Por otro lado, puede ser amenazante porque, si somos personas poco introspectivas, podríamos sentir que estamos sometiéndonos a un constante autoanálisis psicológico, llevándonos a descubrir aspectos sobre nosotros mismos que desestabilizan nuestro estado de ánimo y tiran por el suelo las máscaras que usamos con tanto empeño ante los demás, para arrebatarnos las ganas de escribir y disfrutar con ello.
Lo importante es que asumas el autorreconocimiento como una consecuencia inevitable del ejercicio de creación literaria. Sobre todo si quieres contar ese tipo de historias capaces de quitar el aliento a los lectores. En la medida en que pierdas el miedo a verte en un espejo, serás cada vez más capaz de autorreconocerte e identificar la idea o el mensaje que comunica tu obra. Y luego trabajar con él, ajustarlo, medirlo, componerlo, transformarlo.
4. Cuando ignoras el mensaje no puedes generar auténtica intriga
¿Conoces a Robert McKee? Escribió un libro estupendo titulado El guión. Es un hacha. Asistir a uno de sus talleres de creación podría costar lo mismo que un coche nuevo, lo que habla del valor de sus conocimientos. Extraigo de McKee las ideas más fundamentales para llevarte a comprender cómo, a través de la identificación del mensaje que transmite tu historia, podrías generar auténtica intriga.
La intriga es ese principio que lleva a los lectores a devorar página tras página. ¿Conseguirá el protagonista su cometido?, se pregunta el lector mientras avanza. Y sigue y sigue sin parar, hasta el final. Porque la intriga se mantiene a lo largo de toda la obra, sin caer ni una sola vez, alcanzando su grado más elevado en el clímax.
O sea, la pregunta se mantiene abierta y con ella, viva la intriga. ¿Qué relación guarda esto con el mensaje de la historia?, te preguntarás. ¡La relación es total! Solo hace falta que eches un vistazo a los principios básicos de construcción dramática. Ya sé que doy mucho la lata con esto, pero es que esto lo es todo cuando hablamos de contar historias. Para comprender lo que intento decir, debes tatuarte a fuego el esquema actancial y ser un ninja construyendo conflictos. Si todavía no lo eres, tienes que ver el vídeo titulado “Qué es y cómo se construye el conflicto en una historia”.
Intentaré explicarlo de un modo abreviado: el mensaje es también conocido como la idea predominante de tu historia. McKee lo llama idea controladora. Esta idea se compone de un valor y una causa, y guarda una franca relación con el objeto de deseo del personaje protagonista.
Rose, la protagonista de Titanic (la película de James Cameron): una vez que comprueba que no merece la pena desperdiciar su vida dejándose atrapar por el gandul con que la quiere casar su madre y, claro, después de conocer a Jack, el guapo y aventurero chico de tercera clase que ha salvado su vida y le ayudó a reconocer que no era feliz viviendo como lo hacía, va a por todas y le asegura a Jack que, al llegar a Nueva York se irá con él, aunque eso signifique renunciar a las comodidades que su prometido le daba, así como distanciarse de su madre.
De este modo Rose comunica, a través de sus actos, algo parecido a la siguiente idea: merece la pena ser tú mismo y atreverte a vivir tu propia vida para alcanzar lo que a ti te hace feliz, sobre todo cuando te impulsa el amor verdadero y no la conveniencia.
Si la historia de Rose y Jack no se hubiera desarrollado en el primer trasatlántico hecho por el hombre, que tuvo el desafortunado destino de chocar contra un iceberg, Titanic habría sido una historia con final feliz en la que triunfa el amor.
Aunque, en cierto modo es así, por más que haya muerto Jack al naufragar el barco y congelarse esperando un rescate. Todos estamos de acuerdo en que ¡cabían los dos en esa puerta flotante que les hacía de balsa!, ¿verdad?
De cualquier modo el mensaje que transmite Titanic sigue en pie. Si recuerdas bien, Rose consigue tener una vida plena, amorosa y libre. Se convierte en una mujer autónoma, capaz de tomar sus propias decisiones: hace todas aquellas cosas que no habría podido hacer, de haberse casado con su prometido ricachón, que era el típico machito controlador.
El mensaje de Titanic es bastante positivo. Y la mayor parte del filme se la pasa uno preguntándose: ¿elegirá a Jack o se quedará con su prometido?, ¿preferirá el dinero o la libertad?, ¿es valiente o se dejará llevar por la presión de la madre? Todo gira en torno a esa decisión, en torno a una sola pregunta: ¿decidirá Rose tomar las riendas de su vida? Sí o no. Es así de simple y así de complejo a la vez. ¿Alcanzas a ver la relación entre el mensaje que transmite la historia y la pregunta que genera la intriga?
Al margen de este planteamiento dramático se va desarrollando la subtrama sobre el barco, sus constructores y lo apestosa que podía llegar a ser la clase aristócrata de la Eupora de principios del siglo XX. Pero lo importante, al menos hasta que Rose toma la decisión de tomar las riendas de su propia vida quedándose con Jack, no es si el barco se hunde o no, sino todo lo que tiene que ver con Rose y su conflicto. ¿Qué? ¿Te queda más claro ahora?
¿Tampoco tú sabes exactamente cuál es el mensaje que transmiten las historias que has escrito? Mi Curso de iniciación o mi Coaching literario podrían ser vías estupendas para remediarlo.
¿Tienes dudas? Déjame un comentario, los leo y respondo a todos. Quiero llevarte a dominar el oficio literario y me ilusiona recibir tus impresiones. Así siento que no hago todos estos esfuerzos en vano. ¡Dale!




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