Escribir sobre sí mismo es un deleite

Desde ningún otro punto de vista puedo escribir, sobre la autobiografía como género literario, que desde la perspectiva empírica. No recuerdo exactamente el momento, probablemente empecé a escribir un diario alrededor de mis ocho años. Elegí aquella información emergente de mi cabeza, por escueta que fuera, y no la de los libros de texto de la escuela que, por cierto, me provocaron terror y aversión por leer. No fue hasta encontrar en ellos un grandilocuente escaparate, inigualable compañero de mi soledad, que tomé un gusto inquebrantable por hacerlos míos. Amantes en secreto.

Antes de escribir, leí. Y, para satisfacer al ego otro poco, quise leerme. Desde muy chamaco tengo esa necesidad, procuro saberme para así entenderme. Porque escribir sobre sí mismo es un deleite. En otras pocas experiencias encuentro tanto placer. Delinear amores y desamores, éxitos y fracasos, aventuras y desventuras, sexo y abstinencia; se ha convertido muchas veces en clímax y razón de mi existencia (disculpe usted la molestia del verso).

Vivo para escribir y escribo para vivir. Apenas crecidito, encuentro la polémica del que siempre había considerado un género literario: la autobiografía. Que si es ficción o realidad, que si puede leerse como un hermoso poema íntimo o un testimonio tangible del pasado. ¿Es o no válido hablar de la autobiografía como un género literario? Desde mi punto de vista lo es. Porque así me leo y leo a los autores que me han formado en materia.

Ahí está Gabriel García Márquez con Memoria de mis putas tristes, Yukio Mishima con Confesiones de una máscara o Federico Ortiz Quesada con Primero los pobres. Sin duda, cabrá en cada cabeza una y mil formas distintas de entender un texto, siempre el conocimiento previo hará la diferencia y otorgaremos significados distintos a las palabras, adaptándolas, haciéndolas nuestras, tal vez.

Una autobiografía puede ser, sin temor a equivocarme, la más increíble demostración de talento literario, sin perder por supuesto, cierto valor testimonial. Depende de quien lo lea y para qué, o de quien lo escriba y para qué. Veo mis propios textos como testimonio del pasado, aproximación verosímil de mi vida, jamás retrato exacto de mis circunstancias, claro está, pues es subjetiva la vida en sí misma. Y también los veo como el más certero y trabajado reflejo de mi alma. Son la dedicación y el empeño de la única necesidad que jamás he podido dejar de satisfacer, igual que respirar, igual de comer, igual que dormir.

En esa lógica entiendo a los escritores que me regalaron su vida en palabras adornada con diversos recursos literarios. Y qué mejor forma de conocer su realidad, mi realidad. Porque, tal vez queda un poco distante el hecho certero de la acción o acontecimiento, pero clavada como daga queda la interpretación en la mente. ¿Qué tan válido es el conocimiento adquirido en una autobiografía? ¿Qué tanto podemos creerla como verdad? Tanto como hagamos nuestros a los personajes, las circunstancias y los contextos de las historias que nos cuentan. Con la maravillosa ventaja de saber existentes más opiniones y puntos de vista acerca de lo narrado. En tanto veamos como una realidad aproximada y válida lo que leemos en una autobiografía, podremos considerar válido el conocimiento de ella adquirido.

23Jun07