Hablé con Frida Kahlo

Imponente, pavorosamente talentosa, a quién llamamos Friducha con amor, fue capaz de hacer de un lienzo crueles maravillas. Trascendió como ser humano, es una artista invaluable. Ardiente comunista y feminista dedicada a la causa, dicharachera, buen chef, extrovertida, muy valiente y dada a sus palabrotas. Bebía tequila como agua,  según sus hermanas, cantaba canciones eróticas en la ducha y se reía de su propio dolor. Judía por herencia, atea por convicción. ¿Frida Kahlo? Nació el seis de julio de 1907 en la “Casa azul”, Coyoacán. Su nombre completo: Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón, hija de Guillermo Kahlo, fotógrafo judío-alemán.  “A los seis años tuve mi primera cita con el dolor cuando la polio me atacó, retrasándome tres años de escuela y dejándome la pierna derecha más flaca que la otra; a los 18 años y no a los 16 como se creyó, me cité con el dolor por segunda vez cuando el autobús en que viajaba junto a mi novio, chocó con un tranvía. Quedé en piezas, como los pollos para freír.” Una vara de metal le entró por un costado y le salió por la vagina, haciéndole perder la virginidad “sin reproches”: solía decir riéndose. El suceso le provocó once fracturas en la pierna, la ruptura de la columna vertebral, la clavícula, dos costillas, la pelvis en tres partes y un pie aplastado. Hablaba del suceso siempre, entre triste y orgullosa durante todas y cada una de las comidas o fiestas con amigos. Nada la detuvo, a pesar de haber quedado “como piltrafa”, cubierta de yeso y confinada a un aparato ortopédico, comenzó a pintar sus primeras obras. Su gran sentido del humor le hacía tomar sus vicisitudes con gracia y alegría. Al recuperarse del accidente, Kahlo buscó a Diego Rivera (“el panzón”) en la Escuela Nacional Preparatoria de la Cuidad de México donde ella estudió y él pintaba murales. Le mostró algunas de sus obras solicitándole una opinión sincera; lo invitó a la casa azul para ver el resto de sus pinturas. Fue así como Rivera empezó a cortejarla. “Me di cuenta de que el hombre me gustaba, a pesar de ser mayor, bebedor, con cara de rana y para colmo comprometido con Lupe Marín, quién lo celaba hasta con el aire”, confiaba.

Cuando Diego se enamoró de Frida, echó a un lado a su amante (con la que tuvo dos hijos). A los 22 años, Kahlo contrajo nupcias con el muralista y también comunista, no sin que antes la enardecida Lupe Marín fuera a hacerle un escándalo a Frida. “Fue todo un bochinche, Lupe se levantó la falda para gritarme que ella tenía más dotes para complacer a Diego.” Casi nunca contaba eso, siempre le dio vergüenza aquél “infortunio de borrachos”. El matrimonio Kahlo-Rivera se divorció a finales de 1939 para volverse a casar aproximadamente un año después. Se decía que el divorcio fue causado por las constantes infidelidades de Rivera. “Siempre valoré mucho más su lealtad; Diego no sabe de eso, cogía con cualquiera, me sentí defraudada cuando se acostó con Cristina, mi hermana”. Con mirada cómplice y pícara decía la Kahlo mientras se acicalaba el cabello: “Estaba al tanto, no le daba importancia pues me las supe arreglar también.” Entre 1930 y 1933 la pareja vivió en Estados Unidos, donde Diego pintó murales en San Francisco, Detroit y Nueva York. Durante esos años, Frida volvió a México únicamente por cinco semanas, tiempo que pasó en casa a raíz de la muerte de su madre.

Ya en México, la pareja se instaló en una casa de San Ángel. Entonces, León Trotsky, héroe de la Revolución de Octubre, exiliado del régimen stalinista soviético, consiguió en 1937 asilo político e invitación como huésped del gobierno mexicano, gracias a las gestiones de Diego Rivera frente al presidente Cárdenas. El matrimonio Trotsky vivió en la “Casa azul”, en ese entonces propiedad de Guillermo Kahlo, mientras, los Rivera vivían en la casa de San Ángel. Durante la estadía del revolucionario, Frida y él compaginaron ideológicamente y vivieron además un escandaloso romance.

Contaba que en Francia, André Breton llamó a sus pinturas “una bomba envuelta en cintas elegantes” y Picasso la llevó a cenar. A pesar de la fama que disfrutaba, mínima claro, en comparación con la de Rivera, pero al fin fama traducida en éxito, jamás perdió su sencillez, se mostraba inmensamente accesible.

Ataviada con trajes típicos, colmada de collares y anillos, era una mujer exóticamente atractiva. Tuvo numerosas mascotas, desde monitos y loras hasta un gato que se le dormía encima del pie que le sería amputado por gangrena. Diego y Frida contrajeron matrimonio por segunda vez a principios de 1941, poco antes de la muerte del padre de Frida. “Acepté con la condición de que Diego me permitiera mantenerme económicamente yo sola”. El matrimonio se instaló de nuevo en la “Casa azul”. En aquella época recibieron distinguidos visitantes, entre ellos figuraron amistades como Concha Michel, Dolores del Río, María Félix, Lucha Reyes y Chavela Vargas. En el año de 1943, a sus 33 años de edad, Frida fue nombrada profesora en la Escuela de Pintura y Escultura de La Esmeralda; dejó se asistir al poco tiempo a causa de su mala salud y, sus alumnos se trasladaron a Coyoacán para recibir sus lecciones. El grupo se redujo a cuatro jóvenes apodados “Los fridos”, a los que instalaba en el jardín de la casa con sus caballetes, o acompañaba a pintar a sitios cercanos.

Frida expuso en tres ocasiones. Organizó las exposiciones de Nueva York de 1938 y París de 1939. En abril de 1953 expuso por primera vez en la galería de Arte Contemporáneo de la Ciudad de México. Su salud iba de mal en peor… hizo que la llevaran, acostada sobre la cama a la galería, usaron una aparatosa ambulancia con las sirena encendida para ello. Echada, con el porte de una reina, brindó, bromeó y cantó con sus admiradores… la exposición fue un éxito. Tras este acontecimiento, Kahlo soportó le amputaran la pierna derecha hasta la altura de la rodilla. “Mejor así, apesto a perro muerto o puta sin lavar”, decía.

La amputación le sumió en una fuerte depresión, intentó suicidarse dos veces, fracasó para fortuna de muchos. Su historia es triste, pero bien apasionada a la vez. Nunca dejará de sorprenderme su increíble fuerza.

A raíz de su última peripecia fui con mamá a visitarla el pasado cinco de julio, mi madre habló con Cristina, Frida está grave. Igual que el día de su exposición en la galería de Arte Contemporáneo, hizo que en cama la llevaran a unirse a la manifestación contra la caída del gobierno izquierdista de Jacobo Arbenz de Guatemala. ¡Lo comunista no se le quita ni aunque lluevan dolaritos, caray! Esa Friducha no tuvo pudor, apenas comenzaba su recuperación de la bronconeumonía, otra vez desobedeció las órdenes del médico. Jamás olvidaré la última vez que hablé con Frida Kahlo. Eran las cuatro o cinco de la tarde, la luz del sol era amarillo ocre, todo parecía de oro en la ciudad a esas horas. Cristina nos recibiría en el vestíbulo de la “Casa azul”. Mi madre insistía en ver a Frida, creía firmemente moriría, cualquier momento sería el último para verla. Ante nosotros (mi madre y yo), se erguían celosas las puertas de madera en la entrada. Tocamos, abrió Cristina. Había sonrisas en su rostro, pero la solemnidad de la absoluta resignación la invadía ya. El patio del inmueble, como de costumbre, estaba lleno de colores, flores, adornos y esculturas; como de puntitas, con el estilo más elegante, un pavo real caminó al rededor de los cactus. La casa estaba decorada con artículos de arte popular mexicano: exvotos, judas de carrizo y papel encolado, juguetes de feria, muebles de ocote y oyamel, muertes de yeso, de alambre, de cartón, de azúcar, de papel de China; petates, sarapes, huaraches, flores de papel y de cera, tocados, matracas, piñatas y máscaras; fotografías de seres queridos, armarios y repisas con figuras prehispánicas. Estaba viva, la casa estaba viva igual que Frida Kahlo.   Íbamos vestidos como un domingo de iglesia, mi madre me obligó a vestir formal, de corbata y toda la cosa. Ella usaba una boina café, falda y abrigo de lana. Estábamos al límite de lo aburrido. Parecía que asistíamos a un funeral por adelantado. ¡Que patético! Pensé.

Hora y media permanecí sentado al lado de mamá. Cristina y yo sólo escuchábamos sus convalecencias. Ambos quisimos pegarnos un tiro. Pobre de Cristina, tuvo que soportar a cada chismoso amigo de Frida. Pobre Frida, querría soportar a cada uno de sus amigos chismosos. Imaginé en esos momentos lo lamentable que resultaba para un artista, postrarse en una cama así, sin nada mejor que hacer.  Soportando el tiempo. ¿Podría yo a caso distraerle el pensamiento con alguna intromisión? Pensé mientras hablaba mamá como una de las loras de la casa. Interrumpí abruptamente. -Lo siento. Necesito el cuarto de baño, Cristina, ¿podría decirme cómo llegar? Dije al levantarme de aquella incómoda silla de madera apolillada. Sin contratiempos asomó la cabeza Cristina, señaló con el brazo la dirección. -Salte, caminas un poco a la derecha y listo. Indicó la incómoda hermana.

Ver a Frida, era esa mi idea. Mucho menos aburrido resultaba para mí e, imaginé gustosa a la Kahlo de verme. Como por inercia caminé, no al cuarto de baño, sino al de Friducha. Sin saber a ciencia cierta su reacción, arranqué una rosa del jardín para dársela. Me sentí avergonzado de poseer aquella flor. ¿Pensará que la traje de fuera?, ¿reconocerá las flores de su propio jardín? Estuve a punto de tirarla. En la solapa del traje decidí ponerla. Paso a paso caminé, lento, tímido hasta llegar.  La fachada del cuarto llamaba la atención, en lo alto de los muros yacían ollas de barro encajadas en piedra volcánica del Pedregal. La puerta de la habitación estaba entre abierta, miré sigilosamente. Allí estaba ella, postrada en la cama, desalineada de pies a cabeza, cubierta por una manta de colores mexicanos: verde perico, rosa enaguas, amarillo girasol. El cabello suelto, negro como el alma del infierno, la mirada seca, cubierta por sus cejas tristes. Abrí la puerta esperando indecencias; nadie con buen juicio esperaría ser bien recibido por un convaleciente, pensé tardíamente… lo de menos era esperar honrosas groserías. Dormía, o al menos eso parecía; se veía exhausta. Mis ojos se depositaron por inercia en los detalles del interior: en el techo de su cama había caracoles marinos y un espejo. Desperdigados en cada rincón, instrumentos de pintura; describía aquella imagen el verdadero estudio de trabajo de un artista. Era moderadamente amplio el lugar, olía a encierro, al encierro de un alma libre. Le daba la espalda a Frida. Mi curiosidad en esos momentos era más morbo, por instantes la cordura me obligaba a salir de allí. Giré el cuerpo, posteriormente la cabeza. Un susto me cambió el color de la tez, Frida me miraba silenciosa. ¿Se daría cuanta de mi presencia desde un principio o la habría despertado? Tenía abiertos los ojos, serena. Me quedé mudo, inmóvil.

-Hooola -me atreví a decir. Con voz casi imperceptible contestó el saludo: -¿Curioseando? -bajé el rostro apenado. -Vine a saludarte, a ver cómo seguías y, según ha dejado mi atrevimiento, a molestarte. -Nunca será molestia saludarte -con mejor tono continuó la conversación. Sonaba cansada, pero como siempre irradiaba luz, aún cuando se encontraba sumergida en la oscuridad y el modorro que le provocaba la cobija. -Imaginé que podría verte, quería hacerlo. Y quizá podría hacerte sentir mejor una visita. -Sabes arreglártelas siempre para salirte con la tuya… ¿se quedaron solas? Por primera vez descalifiqué mi obstinado comportamiento, pero eran tantas mis ganas por verla… -Hazme hablar, extraño las conversaciones oportunas -dijo entusiasmada. En su rostro se dibujó una sonrisa. Se atrabancaron las palabras en mi boca, la escuché toser, era Frida Kahlo decreciendo.  Pensé en aprovechar aquellos instantes como si fueran la última gota de agua en un viaje a través  del desierto. Tenía enfrente una gran artista, mi pintora favorita, pero sobre todo, a mi amiga muriendo… Qué decir… No había mucho tiempo para pensar, comenzarían a cuestionarse por mí las mujeres que dejé a solas; con toda la confianza que la adversidad regala, intenté resumir mis agallas…  Pregunté en tono melancólico, como en espera de la última pronunciación en el final de los tiempos: -Háblame de tu más grande pasión y más fuerte dolor, de tus obras, cuál prefieres, por qué la pintura y no otro arte. Se notaba mi sed. -¡Igualado! -sentenció y sonrió al mismo tiempo, me sonrojé, tal vez no era rubor, debí parecer asfixiarme. Continuó -He tenido dos pasiones: Diego y la pintura. Pinto siempre que puedo. Te habrás dado cuenta de eso. Dos han sido mis más grandes dolores: el accidente del tranvía y Diego. ¡Ese sapo me ha provocado las más grandes depresiones! Más fuertes son los dolores del corazón. ¡Estupideces de enamorados! Yo por desgracia soy una estúpida enamorada… Siguió -Ahora no sé, pero en su momento “Las dos Fridas” despertó en mí sentimientos inéditos. Suena egocéntrico… mi trabajo podría resulta ególatra para muchos, nunca me importó lo que pensaran los demás. ¡Pinches críticos! Los cumplidos fueron siempre insoportables.

Aquellas palabras la agotaron visiblemente, la Frida incontenible estaba desapareciendo. Yo, estupefacto. Erguido allí, sin moverme, como si el mundo entero reposara en mis hombros. -¿Por qué la pintura y no otro arte? -insistí. -Te subestimé -rebatió-no te basta verme agitada, me quieres rabiosa… ¿Por qué subir y no quedarse abajo con tu madre y con Cristina? Así como tu curiosidad, grande es el gusto de un artista -bajé el rostro, avergonzado.

-¿Tienes miedo? -pregunté.

-Espero que la partida sea jubilosa y espero nunca volver…

Cristina abrió la puerta de súbito, la interrumpió… -Tu madre está esperando abajo, será mejor que la alcances. Por un momento se miraron. Frida mantuvo una gran sonrisa.

Seis días después Frida murió.

México, Distrito Federal, diciembre 1953.

Publicado en la revista Universo de el búho, número 87, 2007.