Del diario: loco de mí

A Rodolfo Villanueva.

010706, 11:39 p.m. Siete de la noche, minutos más, minutos menos. A la salida de la estación del metro Taxqueña, cientos de personas caminan con rumbos desconocidos. Se abre lento el paso entre el río, avanzar a prisa es la prioridad. Escaleras, puestos ambulantes; un pordiosero con harapos oscuros extiende la mano y nadie le hace caso.

El destino está claro, deseas ir a casa y escribir la mejor historia de tu vida. Pero un instante cambia todo, se quema y aparece uno nuevo. Desde hace tiempo le buscas sin encontrarle. A su departamento fuiste más de una vez, dejaste notas bajo de la puerta. Sabes que vive, está bien; por alguna razón importante no ha contestado tus mensajes.

Te diriges contento a buscarlo, otra vez. Algo indica que hoy le encontrarás. Ver su rostro sorprendido te emociona. Los reencuentros siempre te han parecido momentos agradables. Una ingenua sonrisita se dibuja en tu boca, piensas que el encuentro le pondrá sazón a tu aburrido día.

De camino, mil cosas pasan por tu mente, tienes miedo de caer profundo, hay sentimientos acumulados. Supones la causa: jamás habías estado tan atormentado como los últimos meses. Ninguna otra razón ha provocado, durante el tiempo de abstinencia, esto que ahora te tiene atrapado en un laberinto sin salida. Lo necesitarás antes de volverte loco o morir de pena, tristeza y lujuria.

De frente a tu nuevo destino, se yergue el edificio más horrible que conoces. La puerta negra es grande y pesada, tiene grafitis por todas partes y guarda basura en las esquinas. Es más familiar ahora, que antes. Es tan gruesa… Si llamas con golpes no se escucharán. Usas la puertilla metálica del buzón para hacer ruido, esperas sea suficiente. Es difícil competir con los sonidos del tráfico.

No tardan en atender, abre la puerta un conocido. A simple vista parece inofensivo, no cambia. Sin chiste, chaparro, sereno, de ojos desconfiados, moreno quemado, labios gruesos, inseguro. De cara mejor ni hablar.

Como de costumbre, cuando le vez, ignoras sus actividades y conversaciones. Te interesa alguien más. ¿Dónde está quien buscas? ¿Tardará? ¿Cómo está?

Pasa, te dice amable el moreno. Espérale, ya no tarda en llegar. Decides quedarte, tienes muchas ganas de verle. Le extrañas, te carcomen las ganas de ver su rostro atónito. El tiempo ha creado una barrera que podría jamás derrumbarse, por eso estás ahí, para derrumbarla.

Pasan minutos, te aburres viendo a Don Francisco en TV. En un mismo mueble hay una televisión, un reproductor de DVD, un estéreo, una pila de discos pirata y una serie de artículos de higiene personal; están agrupados un frasco de mayonesa, una bolsa de pan de caja, un bote con café y otro con azúcar. Te sientas sobre un colchón de resortes salidos, no puedes hacerlo en otro lugar, no hay sillas. Al lado de la cama un mueble viejo tiene encima un par de camisas blancas y la misma cantidad de pantalones de casimir.

El cuartucho donde esperas es pequeñísimo. Han pasado veinte minutos desde tu arribo. Cruzas con él palabras tontas, sin sentido. No se sabe expresar y te desespera, preferirías se quedara callado.

Sacas un cigarrillo. Le pides fuego y una servilleta para tirar la ceniza. Te recorres a la orilla de la cama, cerca de la puerta, para que el humo salga sin acumularse en ese espacio tan reducido. La primer bocanada de alquitrán y nicotina sale de tus labios y, de pronto el ansia te invade. Se te nota pues encoges los hombros y tocas tu frente.

Afuera, la lluvia se apodera de la ciudad. El verano en puerta, amenaza con mantenerte allí más tiempo del previsto. Te levantas, miras por la ventana la calle gris, mojada. Las luces de los autos iluminan la avenida. Imaginar el recorrido de regreso a casa te provoca cansancio adelantado.

Tomas asiento de nuevo. Volteas a tu rededor desilusionado. Por más que buscas, no encuentras una razón para permanecer encerrado en ese lugar tan espantoso. Sin querer demuestras nervios. Aquél, atento, pregunta si los tienes. Contestas incómodo con una afirmación de cabeza. Otra bocanada de humo te impide hablar, miras las estúpidas imágenes en televisión.

Sin haberlo calculado, comienza a masajearte los hombros. Sabes que algo no está bien, ignoras el presentimiento. Únicamente sientes placer. Hace tanto no te tocan… Importa poco quién lo haga. Intuyes lo que podría suceder si no respondes de inmediato, sin embargo callas.

Todo es más lento ahora, ignoras la razón. El touch es suave, agradable. Al fin una salida del laberinto y te sientes satisfecho. Durante minutos la sensación es la misma, hasta que en la espalda baja sientes su presencia más cercana. De nueva cuenta no dices palabra. Le otorgas el beneficio de la duda.

De un momento a otro el descaro, en su más expresiva manifestación, se presenta. Con toda alevosía y ventaja se recarga en tu espalda. Con toda alevosía y ventaja le dejas hacerlo.

Después de meses de abstinencia, al fin derramarás tensión, si no en grandes proporciones, si algo, mínimo. Ese pensamiento inunda tu mente

Él es horrible, lo sabes. De ninguna manera te atrae. Eliges la mejor estrategia: ignoras cualquier detalle que te impida llegar al orgasmo. Pierdes la decencia y el orgullo en el averno. Eres víctima del peor de los pecados capitales y, por si fuera poco, estás a nada de traicionar una amistad, aquella persona por la que estás allí y brilla por su ausencia, mejor momento no encontró para desaparecer.

Ya sin camisa, el horripilante individuo te avisa: quien buscas tardará en llegar; el comentario pasa desapercibido, sigues inmerso en la sensación, el placer te fusiona con la cama. Sus manos torpemente siguen sobándote la espalda, intentas encontrar un pensamiento que te indique parar y no lo encuentras.

A pesar de todo, tienes lo que quieres desde hace meses. No con quién prefieres, no de la mejor manera, no en el mejor lugar, pero sucede y es lo que importa. No hay felicidad, ni misterio. Sólo ganas de verle abrir y cerrar la boca mientras te hace sexo oral; aún no sucede y ya lo imaginas. Te excitas. Nunca antes usaste así a una persona. Te vale; nada más te ha valido madres como esto.

¡En qué gran hijo de puta te has convertido! Y aún tu conciencia está tranquila. Yo, yo, yo. Nada más importa. Inmerso en una sobredosis de hormonas olvidas por completo la razón del porque estás allí. Te dejas llevar sin importar el fin. Eso sí, en ningún momento bajas la guardia. Lo que ahora sucede, sucede porque quieres, y se hará únicamente tu voluntad. Lo que te place ahora es dejar la lentitud.

Bajas la mirada y te prometes jamás mirarle a los ojos; si lo haces todo habrá terminado: vomitarás. Tu suéter desaparece y de inmediato desabrocha tu camisa. Dejas que sea él quien se mueva, quieres demostrarle indiferencia. Le das la espalda y ordenas que continúe con el masaje. Lo hace y se monta sobre ti.

Los cuerpos juegan rítmicamente, se sienten uno al otro.

Rápido, quiero esto rápido; entre más rápido mejor, piensas.

Terminas de quitarte la ropa, él hace lo mismo. Se abalanza sobre ti, como loco lame tu cuello y orejas, toca tu espalda y nalgas con desesperación. Eres un maniquí, inmóvil ante la desdicha de complacerte. Apenas respondes las pulsaciones pélvicas. Le tomas del cabello con fuerza, se acerca en busca de tus labios, te quiere besar. Lo detienes de un jalón, busca tu mirada y le esquivas.

Antes de que pueda pronunciar palabra, bajas su cabeza hacia tu vientre. Infalible señal del deseo. Obedece sin reproche y al fin un sonido emerge desde tus pulmones, gimes de placer. Sientes su boca tibia entre tus piernas; con la mano derecha mueves su cabeza de arriba abajo, sin ternura, sin remordimientos.

Siempre descalificaste lo que eres ahora: un insensible sexo-cabrón en busca de rico-coger y satisfacer necesidades. No te remuerde la conciencia pues sabes que aquél espantoso adefesio, piensa de la misma manera.

Transcurre el tiempo, no llevas la cuenta. De repente una sandez te azota, igual que lo haría un látigo inquisitorio.

-Desde hace mucho quería hacerlo contigo -dijo. Con todo y que lo tienes mamándotela, caes en la cuenta de lo terrible que se pondrán las cosas después. ¿Cómo me lo quitaré de encima?, ¡Está por llegar mi cuate!

Justo cuando el placer aumenta, la realidad te da una cachetada tele-novelesca. Tu vida es tan triste y estás tan desesperado… Cierras los ojos y te imaginas frente al espejo: pálido, desnudo, lleno de heridas en el corazón. Te inauguras hoy como tirano, tirano de sus propios terrenos. Tu amistad con quien esperabas, no volverá a ser igual.  ¿Ahora quién es el espantoso adefesio?

Justo como lo habías predicho por la mañana, la lujuria se apoderó de ti: «Y por favor, que la oportunidad de pasar a los menesteres amorosos, pasionales o carnales se dé pronto. Neta, esto urge. Puedo caer sumamente enfermo de lujuria si no encuentro solución a mi temporada de horror.»

¿Horror?, el que te espera ahora. Bien dice el dicho, cuidado con lo que deseas…

Te sietes tan asqueado y culpable… Tiemblas de miedo. Lo más repulsivo es que no te arrepientes. La culpa, el asco y el malestar en general lo provocas tú y no él. Desde los rincones más sensibles del alma sientes dolor. Insoportable dolor.

Caes en la cuenta de tu error y paras en seco. Se sorprende y te mira desconcertado. Quieres salir de ahí, llegará a quién ibas a buscar.

Demasiado tarde. Se encienden las luces del pasillo, fuera de la habitación. Es tu amigo. ¿Podrás seguirle diciendo de esa manera, amigo? No paras de preguntarte cómo saldrás de esta. Te vistes en chinga, mientras lo haces recuerdas haber dejado tus cosas en otro lugar, si las ve sabrá que eres tú. Ese no era el reencuentro imaginado.

Ya vestido, con el rostro rosado, las manos frías y los ojos bien abiertos esperas un momento, detrás de la puerta de la habitación, para salir corriendo cuanto antes. No importa nada más, quieres huir. Sin hacer un solo ruido, el horrible chaparro y tú, esperan agazapados como en una película cómica gringa, las risitas cínicas les salen de la boca. ¡En tu puta vida vuelve a pasar algo similar! Les prometes a todos tus dioses.

Al fin, tu cuate abandona el lugar y sales caminando aprisa. El imbécil con quien estabas dijo al filo de la puerta: ¡Regresa cuando quieras!, ¡Sí, pendejo, regreso mañana!, dijiste entre dientes, al salir. Por inercia caminas a la derecha y… allí está tu amigo en la esquina.

Notas como, desde la distancia, intenta ubicar el rostro de quién acaba de salir de su edificio. Giras a la derecha, escondes la cara, te pierdes entre las cuadras de la colonia, hasta salir de nuevo a la avenida Taxqueña, paras el primer taxi a la vista. De camino a casa, pasa mil veces por tu mente la escena y te retuerces de asco, de asco, de asco de ti. Estás satisfecho y decepcionado a la vez. Te auto compadeces y preguntas ¿Cuánto tardaré en olvidar?, es lo único que interesa. Olvidar.

Llegas a casa y frente a la computadora terminas de escribir esta historia repugnante. Dormirás pensando en lo atroz de la situación. Vomitarás al amanecer.

030706, 4:01 p.m. No vomitaste, pero seguiste revolcándote de asco.

Sigues pensando en ayer, en el largo proceso de horas y horas que coincidió con el proceso electoral del domingo; estás como México, en ascuas. No dudas terminar igual de retorcido, igual de confundido, comprado, defraudado. Al terminar, tus náuseas serán un voto en la basura.

¿Arrepentirte? No, está claro. Sigues adolorido, mentalmente fue agotador, el cansancio se apodera de ti y vez nublado.

En fin, ya paso.

Supones que de alguna manera el tiempo se convertirá en tu único y mejor aliado; dejarás pronto de preocuparte. Mientras, tragas saliva amarga con cada recuerdo recurrente. Prometes no atormentarte y simplemente reconoces los nuevos límites en tus relaciones personales. Esperas con fe, con una fe similar a la católica devota, que jamás se modifiquen de nuevo.

170706, 12:04 a.m. El asco probablemente nunca desaparezca, tendrás que lidiar con él.

Por la ventana se filtra la luz del sol, está todo en silencio. Saltas de la cama, tres pasos sobre el suelo frío terminan por despertarte. En el espejo hay un reflejo que te atormenta y deleita, es el diablo. Corres a escribir sobre la cautivadora personalidad del diablo: «He llegado a la conclusión de que estoy loco de lujuria, de tristeza, de angustia, loco de mí.»

Jul07

Publicado en la revista Universo de el búho, número 96, mayo 2008.