¡Pinche criterio adolescente!

Las manos no me dejan de sudar desde la mañana. Tuve un sueño ¿horrendo?: me pedía vivir juntos y formar una familia. Desperté plácido entonces y, recordé inmediatamente la llamada sorpresiva del pasado jueves.

Dijo haberse acordado de mí y sentirse ganoso de escucharme y verme. La desesperada y triste ilusión de por fin enamorarme ¿estúpido chicle indestructible en mi cabeza?, me impulsó a mostrarme contento, emocionado, emocionadísimo. ¡Qué estúpido soy!

El instante se disfrazó de indiferencia cuando inconscientemente dije “ya ni me acordaba de ti”; sentí en su voz la reacción clásica de vergüenza y  ¿arrepentimiento? Pasó líquido el comentario. Caí luego en cuenta de la verdadera razón de su llamada, está sólo y con el corazón roto. Sin adentrarse en detalles, en tono condescendiente consigo mismo, habló brevemente de su ruptura y la supuesta e inevitable destrucción del amor al otro. Al engañado.

Sin quitar el tono lastimero preguntó por mis andadas y contesté mis alegrías recientes: no mantenía el ánimo tan felizmente estable desde hacía rato. Más entristeció su voz al otro lado de la línea, quien sabe donde.

El día en que desperté del ¿horrendo? sueño con él, anduve pendejeando en las banquetas de Coyoacán, escribiendo recaditos inútiles y trabajando incansablemente en inducir el “verdadero” sentido de su llamada, por más clara que había sido.

A ninguna conclusión llegué, a cada recuerdo, una sonrisa gigantesca estropeaba el más profesional de mis rostros frente a las señoras amables del Museo Nacional de las Intervenciones; demasiadas sonrisas.

Llevo aquí sentado varias horas, atormentado por el acelere de mi corazón y el imparable sudor frío que fluye de mis manos. Las he limpiado con la servilleta una y otra vez… tendré pena al retirarme, negra quedará de nervios.

Sacrifico mi estómago, muero de hambre, pero vomitaría la comida a causa del desquicio; buen pretexto para ahorrar una fortuna en enchiladas; mejor, adoro a uno de mis dioses, el café, con la sexta taza, endulzada: dos de azúcar y unas gotas de crema.

Sorprendentemente, sólo dos cigarros he fumado, no, uno y medio. El otro me lo pidió el infortunio a pie y herpes bucal que pasó frente al restaurante antes de mi arribo.

Uno a uno, con temor a equivocarme, marqué su número y contestó. No sé disfrazar la emoción, casi me le pongo de rodillas con el tono complaciente. Le invité, dijo sí. Está por llegar Mi Mañanero, Mi Atardecer, Mi Amante De Hace Un Par De Meses.

Sólo y sin hombre a su costado, apremiado por el dolor del abandono después de tres años de relación, ¿llamó para consolarse?, ¿para reafirmar un sentimiento escondido durante nuestros “queveres”?, ¿necesitado de pasión animal, como la de nuestro mañanero?, ¿esperando el apoyo de un amigo con derechos?

He pensado en mostrarme firme e indiferente, alegre, pero no locamente dispuesto a su complacencia, aunque así sea. ¡Qué estúpido soy!

Ni los motivos patrios, las luces tenues, la música de salón y los murales espléndidos calman mis ¿ansias?, ¿ganas?, ¿miedos? Ya no quiero café y sigo permitiendo llenen mi taza, ya no quiero sufrir y busco sin fin el sufrimiento en el amor. ¿Amor? ¡No mames!, no estás enamorado… ¡Pinche criterio adolescente, desaparece! Deja entrar la sensatez.

De aquí iremos a celebrar el cumple de Alfonso, beberemos unas frías y bailaremos; tal vez nos besemos, tal vez nos miremos honestos a los ojos. Tal vez…

No tengo idea del lugar donde despertaré por la mañana. Estornudé, miro la entrada, enciendo otro cigarrillo, no aparece… ¿Cómo lucirá?

…llegó el primer minuto de retrazo…

Terminé el cigarrillo y el café en la taza, ya sucia de tantas repeticiones, llegará…

Llegó.

Nota: Texto escrito el 29 de septiembre, 2007