
Hoy me ha dado por contarte mi vida, cosa que no hacía desde hace tiempo. Será que salió el sol, será que estoy contento, será que desde septiembre del año pasado no hago otra cosa que trabajar y estudiar.
No llevo mal el encierro, estoy acostumbrado a vivir entre las paredes de mi casa: leyendo, escribiendo, impartiendo clases en línea o editando vídeos para YouTube. El caso es trabajar, incluso sin días de descanso.
No estoy seguro de lo que quiero decir, quizá no quiero decir nada. Que conste que te advertí. Bueno, sí, espera. Escribo otra novela, aunque ya podrías saberlo. Me dicen La Sed, se titula de momento. Llevo fraguando este proyecto hace años. Las novelas son siempre guisos muy complejos que si no se hacen a fuego lento salen insípidos. Me dio por allí en 2017, cuando participé con un texto homónimo en La devoción inflamada. ¿Lo leíste? ¡Claro que no! Pero descuida, ya estoy acostumbrado. Quizá un día esto cambie. Who knows?
Me prometí que no dejaría pasar más tiempo. Ya sabes cómo es esto del artisteo literario: un día te levantas y piensas que sería bueno contar una historia, luego pasan cinco años y te pones. Me entusiasma. Ahora mismo debería estar escribiéndola, pero llevo un día o dos como embelesado con la vida. Una cosa muy rara que he vivido otras veces, pero ya se me había olvidado lo que era. ¿Sabes a lo que me refiero? Quizá sí.
Hoy me desperté sin prisa y me bebí un café, pero en lugar de tostadas me jambé dos mangos petacones. Me asomé por la ventana y sonreí. Mis vecinos guiris de enfrente toman el sol hasta las tres o cuatro de la tarde: ¡en pelotas! Amo Barcelona. ¡Maravilloso! Incluso pude combatir la neurosis de salir a la calle y creer que cogeré todos los virus del mundo. Me emperifollé, aunque fuera para hacer cola en la oficina de correos. Y ya que estaba fuera aproveché para cortarme el pelo como Dios manda, que me había hecho barbaridades con la maquinilla en casa y nunca se sabe, en dos semanas podrían volvernos a cerrar las peluquerías. La gente se ha relajado mucho.

Habré tomado el sol quince minutos, no más. Sonreí a todos, aunque nadie se diera cuenta porque traía un paliacate de mascarilla. Volví a casa sintiendo que el día era larguísimo y tenía derecho a parar, a mirarme en el espejo y sentir que los años venideros no serán tan oscuros; que habrá fortuna y el amor se duplicará. Me creí.
Desde entonces hago lo que debes estar haciendo desde que empezó la cuarentena, hace ya como dos siglos: leo, escucho música y respiro, nada más. Sienta bien, aunque no te voy a mentir. La costumbre de currarme la vida como perra me pone ansioso. Quizá por eso me dio por contarte mi vida.
¿Querrás leer lo que escribo? Probablemente no. La realidad es que nadie necesita lo que escriba. Tal vez por eso soy escritor, porque a pesar de que nadie necesite leerme, yo no tengo cabeza para otra cosa que no sea escribir. Eso sí, me estoy quedando agustísimo. Me he vuelto loco, ya verás. Una historia de alucine y devoción, de confrontación y guerra, de amor puro. Ay, sí. Pinche mamón. Pues yo lo voy a intentar, ya se verá si sí o si no.
En fin… Acaban de dar las ocho. La gente aún aplaude. Me los imagino como focas de show. ¡Pobres! No tienen la culpa de que sea tan culero. ¿Has notado que según avanza la cuarentena y escalamos la desescalada la peña le pone menos enjundia a los aplausos? Si es que… en el fondo ya estamos hartos. Así están las calles repletas. Mi peluquero, que es la mar de hermoso y a pesar de su ronco acento marroquí habla un perfecto castellano, chismea que la Barceloneta está hinchada de gente. Qué puta envidia. Quisiera ser insurrecto. Quisiera no temer por mi vida.
Bueno… otra cosa. Que… estoy enamorado. En realidad llevo enamorado cinco años. O sea que no es ninguna novedad para mí. Pero en una de esas para ti lo es. Qué bien sienta estar enamorado en días como el de hoy. Las ventanas del piso llevan abiertas desde bien empezada la mañana y se van a quedar abiertas hasta justo antes de que me vaya a la cama. Voy a dejar de contarte mi vida porque me acaban de dar ganas de ponerme a leer otra vez, quizá mientras me bebo un vino. O dos. Cabernet, please! Si te da por ponerte hay un libro que puedo recomendar: Las beauty queens de Iván Monalisa Ojeda.
Si la racha me dura, volveré. No prometo nada.

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