Cartas inolvidables de la literatura universal, selección de César Arístides y Leticia Quiroz

…los escritores encuentran en la correspondencia un motivo para sublimar sus deseos, en ocasiones se valen de este recurso en su trabajo literario y mediante la agudeza o la inquietud del cuerpo epistolar, señalan el filo de los sentimientos reprimidos o encaminan a los demonios sensuales por los párpados del ansia».

…el oficio literario es el eslabón que une impecablemente los valores universales y las emociones intensas».

…no hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que el hambre y la carestía…»

Choderlos de Laclos (Francia, 1741-1803): «En cuanto a la prudencia y la astucia…»

Sin duda no negará vmd. estas verdades, que su evidencia ha hecho ya triviales. Si, no obstante, vmd. me ha visto, disponiendo de los sucesos y de las opiniones, hacer de estos hombres tan temibles un juego de mis caprichos y de mis fantasías; quitar a los unos la voluntad, y a los otros el poder de dañarme; si he sabido alternativamente, y según la movilidad de mis gustos, atraerme o enviar lejos de mí, Ces tyrans détrônés devenus mes esclaves sin en medio de estas revoluciones frecuentes, mi reputación se ha conservado pura, ¿no ha debido vmd. pensar que, nacida yo para vengar a mi sexo, y dominar el de vmd., he sabido crearme arbitrios desconocidos antes?»

Tiemble vmd. sobre todo por aquellas mujeres activas, aun cuando están ociosas, que vmd. llama sensibles, y de las cuales se apodera el amor tan fácilmente y con tanta violencia; que conocen la necesidad de ocuparse siempre de él, aún cuando ya no lo gozan; y que, abandonándose sin reserva a la fermentación de sus ideas, crean, por ellas, aquellas cartas tan deliciosas, pero que son tan peligrosas para quién las escribe, y no temen confiar las pruebas de su debilidad al objeto mismo que la causa; imprudentes, que no saben ver en su actual amante s futuro enemigo».

Allí fue donde principalmente me aseguré de que el amor, que nos pintan como la causa de nuestros placeres, no es, cuando más, sino el pretexto».

Gyu de Maupassant (Francia, 1850-1893): «Carta que se encontró a un ahogado»

Para amar, hay que ser ciego, entregarse completamente, no ver nada, no razonar, no comprender. Hay que hallarse dispuesto a adorar las debilidades tanto las bellezas y, para esto, renunciar a todo juicio, a toda reflexión, a toda perspicacia.

«Soy incapaz de cegarme hasta es punto y muy rebelde a la seducción no razonada».

Georges Bataille (Francia, 1897-1962): «En mi vientre te di un don de fiebre»

El placer es mi vida entera. Jamás elegí y sé que nada soy sin el placer y que, sin él en mis adentros, todo aquello por lo que mi vida es una espera, no existiría».