El cuento según Julieta García González

Escogimos “La tupida copa de un árbol”[1] porque uno de los criterios de selección para los cuentos es el tema: cuentos amorosos. Nos gustó mucho el tratamiento que le diste al personaje (de repente un poco obsesivo) y la historia (que deja de ser la del protagónico para ser la de la pareja que observa). Hasta te imaginé súper clavada en la ventana. ¿En qué te inspiraste para escribir este cuento?

“Viví en un departamento muy chiquito (cuando digo chiquito, hablo de 49 metros cuadrados; chocaba contra todo) lo único que veía por la ventana era un liquidámbar y la casa de mis vecinos de abajo. Ellos no me veían, o yo suponía que no me veían. Viendo a los vecinos, se me ocurrió escribir qué vida podrían tener. Pero, lo que narro en el cuento, nunca pasó. Aunque sería súper divertido”.

¿Simplemente se te ocurrió? “Las cosas que no veo, son más interesantes que las que veo”. Entonces tus cuentos son, más que vivenciales o de anécdota… “…y se vuelven buenos deseos”. Risas. “De verdad espero que pasen cosas así de interesantes… y no digo que mis cuentos sean más interesantes que la vida. Imagino las cosas y pienso que de tal manera deberían o deben suceder”.

Una de las frases que más nos impacto de tu cuento fue: “¿Cuánto tiempo estamos dispuestos a soportar al otro?” A mí (Israel) me llegó tanto… Tiene que ver con circunstancias que vivo actualmente. Sabes que están ahí, que esas situaciones existen pero no las tienes presentes. Y son justo cuentos como el tuyo, que te lo recuerdan de una manera muy efectiva y te pone los sentimientos a flor de piel…

“Para mi siempre ha sido un misterio cómo puedes relacionarte con las personas (sobre todo en la época que escribí Las malas costumbres). Me preguntaba cómo podías hacerlo sin que la cosa se deteriorara seriamente. Pensaba que correspondía con el deterioro personal y no había forma de pararlo. Envejecerás y las cosas que le sucederán a tu cuerpo responden a lo que vives por dentro… ¿Cómo tolerar a alguien que se está echando a perder por dentro y fuera? Eso ha cambiado para mí. En esta época de mi vida ya nada tiene que ver. Pienso que uno puede restaurar relaciones a partir de restaurarse a sí mismo. Pero cuando escribí Las malas costumbres, mi vida definitivamente no era así.

Las relaciones que había visto cercanas, y sobre todo las de muchísimos años que presencié en la infancia, fueron en parte, el motivo. Por ejemplo, de chiquita vivía en un duplex y me daba cuenta de la vida de mis vecinos: se llevaban fatal, tenían una relación horrible; era una cosa muy extraña. La señora murió después de un cáncer muy jodido y, -para que veas cómo es esto, cuánto tiempo está uno dispuesto; a cambio de qué. Es un poco lo que intenté reflejar en mi cuento: ¿qué pasa? Ni se sueltan ni se agarran- el señor, aficionado de la fotografía, amplió fotos de su ex esposa y las pegó en la recámara, las escaleras, cocina, coche… hasta sacaba su ropa a pasear…”.

¿Cómo crees? Llegaron a un nivel muy inverosímil. Una vez más, la realidad supera la ficción. “!!Era horrible!! Uno los veía y no se soportaban. Y luego, con la reacción del esposo no podíamos más que preguntarnos, una y otra vez, ¿por qué?

Eso tiene un término. Psicológicamente se llama codependencia. ¿Cómo llegamos a eso? Eres una persona normal, que se enamora, se revela, etc., ¿en qué momento llegamos a la codependencia? ¿Qué pasó? No lo puedes ver. Finalmente, lo que ésta mujer ve desde su ventana[2] es esa relación. Los dos tratan de zafarse y no pueden”.

Es una situación muy loca de amor-odio. Se siente, todo el tiempo, que el amor aún los une -hay dejos de celos no explícitos- y a la vez hay una onda de hastío, fastidio mutuo, que nos hace pensar de manera distinta…

“Ese cuento es muy extraño. No sabemos qué paso después, ¿la mató, la dejó? No sé. Lo único que sé está en el cuento, lo demás ya no… Podría escribir la segunda parte…” Risas.

Ahora que nos contaste el contexto de esta historia, dinos ¿cómo vive Julieta García el cuento, para ti que es el cuento? Silencio, obviamente, a Julieta se le dificulta contestar. “Esas preguntas son dificilísimas. Es como el tipo de preguntas y afirmaciones que me lanza vacíos incontables. Como cuando marcas un número y te dicen: el número que usted marcó no existe. ¿Cómo que no existe? Lo acabo de marcar. No me digan que no existe porque me pongo muy nerviosa. En todo caso no estará asignado…

No sé, caray… También pienso que es el tipo de preguntas que, no importa qué contestes, está mal”. Risas. “Voy a ir a la experiencia con los editores. Ellos dicen[3] que los cuentos no venden. Escribí Vapor hace muchísimo tiempo (1996) y se publicó en 2004. Lo mandé a concursar a primera novela de Planeta. Me hablaron para decirme que mi libro estaba entre los finalistas pero no podía ganar. Me preguntan: ¿no tienes otro libro? No, el libro que tengo es ese. Nos interesa mucho publicarte, pero no podemos publicar Vapor. Algo muy raro. Le dije que tenía un libro de cuentos. Inmediatamente contestó: no, no, los cuentos no venden. Cuentos sólo si ya publicaste novela.

Ya después de que se publicó[4], se acercaron otras editoriales. ¿Qué otra novela tienes? No tengo novelas, esa fue la única que escribí porque es una historia larga, pero soy básicamente cuentista. Es que los cuentos no venden. ¿Cómo que no venden? ¿Qué pasa?

Y es raro, porque nuestras mamás no nos cuentan capítulos de novela para dormir. Nos cuentan cuentos. Me gustan mucho las posibilidades abiertas. Con el cuento se abren muchas.

Empecé a escribir cuento, para empezar porque no me salía otra cosa, por más largo que quisiera hacerlo, se terminaba antes: ¡chin, maldita sea! Pero también es que me interesan las cosas así, breves. Las cajitas de sorpresas.

Sobre todo, me gusta leer cuentos. Si, he leído graaandes novelas. De esas de más de un tomo y cosas así, pero los cuentos me fascinan por la posibilidad de guardar información. Una novela te da todo un mundo. En el cuento, apenas entras a ese mundo y lo demás está en ti. Para mí, los buenos cuentos, dejan las puertas abiertas. Me gustan también porque me hacen pensar en la forma de relacionarme con la vida.

Los cuentos son cosas más cercanas a la vida. Los cuentos son como pasar a la velocidad de una ráfaga por la vida de alguien y te quedas en el ¡worale!, esta chido. Y puedes imaginar qué mas hay allí”.

Después de que pensaste un poco la respuesta a esta pregunta terminaste diciendo cosas muy interesantes…

Nos dices que disfrutas mucho leer cuentos. Sobre cuentos mexicanos, ¿cuáles te gustan, ¿cuáles te disgustan?, ¿por qué razones?

“Me gusta mucho Luis Humberto Croswithe, los cuentos de Álvaro Enrigue, pero de Hipotermia. Me gusta muchísimo La Casa pierde de Juan Villoro. Del mismo autor, Los culpables; tiene algunos cuentos chidos. Por supuesto Arreola, un héroe nacional. Torri también me gusta, aunque a veces es muy raro. Guadalupe Dueñas tiene unas cosas padrísimas. El padre Rulfo, naturalmente. De ahí sale algo chido para contar: desde siempre me gusta escribir; tenía 12 años, durante unas vacaciones de invierno, una tía que ya no sabía qué hacer conmigo, me dijo: lee este libro, cuanto termines haces lo que quieras. Terminé de leer El llano en llamas y dije, quiero ser escritora, no quiero hacer otra cosa en la vida. Todo lo demás es una idiotez. Si alguna vez puedo hacer una página tipo Rulfo, ya estoy del otro lado”. Deslumbra… “Es alucinante, me encanta. ¿Quién más? Seguro se me olvidan miles… ¿Sabes qué pasa? Esto no lo traes en la cabeza. Los gustos cambian conforme pasa el tiempo… Inés Arredondo tiene cosas muy buenas; Amparo Dávila es súper chida”.

Y ahora que estas haciendo este recuento de tus favoritos, qué notas cuando comparas las lecturas de los clásicos con las actuales. ¿Qué te llama la atención de cómo se escribe el cuento actualmente?

“Un cuento hoy es mucho más visual. Tiene que ver con cambios muy importantes de la cultura popular. Los que empezamos a escribir hace poco ya nos habíamos chutado muchísima tele y muchísimas películas; dos formas de entretenimiento importantes actualmente.

Otro detalle: el uso del lenguaje ha cambiado, cosa que responde a una convención cultural. Rulfo, por ejemplo, es muy preciso en el uso de las groserías. Tanto que llegamos a ella y nos ofendemos. Arreola, por otra parte, no usa. Él era un caballero, un dandi que no usaba esas palabras horribles. Hoy, decirle pendejo a alguien, no es raro. También siento el lenguaje más rápido. Creo que estos recursos vienen más de la cultura popular”.

Hablando de los recursos. Nuestras lecturas nos permitieron darnos cuenta que se utiliza mucho la ironía, la burla… ¿Crees que este sea uno de los cambios más significativos? Por ejemplo en Rulfo, que ha venido mucho al caso, o en escritores revolucionarios o post-revolucionarios, un recurso muy utilizado era la crítica política…

“Estamos en un momento de cinismo, descreimiento. Y esto que dices está reflejado, es algo inevitable. Depende mucho de los autores: hay unos más reaccionarios que otros. Tal vez dentro de unos cinco-seis años, pase lo que pase con el próximo gobierno, vamos a vivir un desánimo generalizado porque todos son la misma madre. Eso se va a reflejar, probablemente refuerce la sátira y la ironía como recursos en el cuento mexicano.

De la generación de la ruptura, por allá del 32, he leído mucho, sobre todo a García Ponce y Sergio Pitol; eran autores que buscaban un cambio. Luego viene lo del 68 cuando todo se fue a la mierda, aunque había un Revueltas y otros… Después vienen las generaciones donde todo lo que rodeó a los de antes ya no existe, las cosas cambian, no hay nada que hacer. ¿Qué hay? La tele, el cine, la vida cotidiana, la vida personal. Los de hoy están en su desmadre, su espacio, viendo desde su ventana la vida de sus vecinos… Y tampoco es un rollo de aislamiento o narcisismo, responde a la época que vivimos”.

¿Entonces, crees que el cuento clásico se convierte en algo que puede armar el compromiso con los demás?

“En los cuentos que ustedes eligieron como clásicos[5] sí; hay una idea de integración social: formamos parte de un conjunto. En los cuentos recientes[6] no; soy yo viendo lo que me pasa, tratando de entender lo que está a mí alrededor con la posibilidad de no lograrlo”.

Puede haber, en los actuales, un compromiso o intención de cambio, pero mucho más íntimo…” Claro, desde lo individual. Creemos que va de la mano con los cambios sociales que han sucedido. Con el bombardeo de tele, cine, radio, internet; la individualidad se marca más: “no se mirarme, porque tampoco se mirar al otro”. Ahora los casos son de “mi vida, mis problemas”…

“Se puede aterrizar a casos específicos de escritores, creo que hay quienes sí se están preocupando por entender el mundo que miran. Es el caso de Croswithe, Villoro y Enrigue. Están tratando de entender su mundo, aunque sea a las patadas. Son ellos diciendo cómo llegue aquí, por qué estamos aquí, qué está pasando.

Y hay otros, cuyos nombres no mencionaré, que son yo, para mí, por mí, etc. Tiene que ver mucho con las personalidades. Si lees a un autor que te caga, es probable que siga haciéndolo, porque el producto es resultado de su personalidad.

El contexto social permea. Primero era todo revolucionario, de cambiar al país. Luego la idea era cambiar el mundo. Después el tono era de ¡nos han visto la cara pero no pasaran! y, ahora de ¡chale, no hay nada que hacer; déjame en paz!” >>. Risas, más risas.

“Es natural que el contexto social se imponga ante la creación del cuento a lo largo de la historia, pero no creo que sea algo tajante, algo que lo defina. Los cambios responden más al autor, al tipo de escritura. Así, podremos encontrar similitudes entre los primeros y los últimos”.

Es muy interesante la observación… “Se puede analizar el cuento al desmenuzar su contexto, pero no creo que tenga mucho sentido. En realidad tiene que ver con la personalidad de cada autor”.

Cambiando un poco de tema y metiéndonos con la técnica del cuento mexicano, comparando clásico y actual, ¿crees que están menos cuidados? “No. Por muchas cosas. Primero porque existen las computadoras. Puedes revisar mil veces, cortar, pegar, borrar, agregar, preguntar cuántas veces repites palabras, etc. No todo el mundo sabe, ni lo usa, pero muchos escritores que ahora publican lo usan como una gran herramienta de trabajo. Claro, eso no sustituye el talento. Quien sabe escribir, puede hacerlo mejor, no en cuestión estilística, pero técnicamente hablando puede. Y antes eso no era posible para cualquiera. Regresemos a Rulfo. Él tenía perfección en la cabeza, era obsesivo en las revisiones, el mismo caso con Cortázar: escribía todo en su cabeza durante días (con puntos, comas y mayúsculas) y luego se sentaba a escribirlo en papel sin necesidad de corregir. Este hombre tenía un word  y tablas de excel en su cabeza. Quienes somos pelmas, necesitamos ayuda, usar la herramienta. Esto posibilita la perfección. Pero también permite que cualquier güey escriba cualquier mamada”. Risas, más risas. Risas.

¿Crees que algo de esto se deba a la inmediatez que vivimos actualmente? Algunos atañen esto, por ejemplo, al fenómeno youtube… ¿Estás de acuerdo?

Silencio. “No estoy convencida. Lo que sí ha cambiado es la forma. Te contaré: cuando era niña, después de la hora de la comida en casa de mi abuelita, se contaban historias. Entre las cosas que se decían, estaba la de que los antepasados de mi abuela también contaban historias. La gente lo ha hecho todo el tiempo. Responde a la necesidad de presencia, permanencia a través de la vida. Aunque las herramientas son distintas. Eso por un lado, por otro, somos muchísimo más personas de las que éramos antes. La necesidad de escribir se ha multiplicado, no tanto por querer alcanzar la fama, sino porque somos muchos. Además hay que reconocer, las cosas chafas no pegan ni en youtube, si lo vemos es porque está calificado, porque tienen estrellitas… Y es chistoso, pasa también con los blogs. Hay unos malísimos y tienen millones de entradas. Otros, que valen la pena, casi no son visitados.

El fenómeno que vivimos hoy de inmediatez responde a la misma necesidad humana de expresión. Antes no existía esa posibilidad, ahora que la hay, muchos la aprovechamos”.

Estás convencida de que el cambio se encuentra más en la forma, ¿cuáles son los cambios que reconoces?

“Hoy se experimenta más. México post-revolucionario era más conservador, menos arriesgado en estos ámbitos. Ahora, por primera vez, lo veo más atrevimiento.

Cuando estudié, no tanto en la universidad, sino en la prepa, te decían: el cuento tiene ESTAS características. Hoy es mucho más libre.

Alguien con talento, puede romper la forma y construir un fondo atractivo: desde el uso de los signos de puntuación. Antes, las aventuras en cuanto a forma no eran tan consientes. Ahora se nota la alevosía. Además de contar con herramientas muy útiles para alcanzar nuestros objetivos literarios”.

En nuestras lecturas de cuento actual encontramos tres temas recurrentes: la sexualidad, la soledad y la muerte. ¿Piensas que esto nos puede llevar a considerar que estos temas forman parte de los cambios del cuento actual comparado con el clásico?

“En cuanto a sexualidad, García Ponce es un ejemplo de lo contrario. Sus cuentos eran casi porno: te decía tamaños, colores, texturas; que si se lo metía por aquí o por allá… Too much, dices cuando lees. Creo que eso no se ha vuelto a repetir, por lo menos no igual. Tal vez en novela, no en cuento. Aunque se trate de manera más abierta el tema. Porque el sexo hoy es más natural. Quien no coge hoy, pobrecito”. Risas desmesuradas.

“Pero no lo veo como un tema recurrente, sino como una forma de vida.

Ahora, la muerte. Creo que se habla menos de la muerte ahora que antes. Tal vez por un tipo de compromisos social: todo el mundo se iba a morir, además en conjunto. Algo súper fuerte. Y la soledad si…”. Interrupción. Recuerdo un cuento tuyo: “El enemigo”, publicado en Generación del 2000; una mujer que se va despojando de tus cosas por una voz recurrente que le ordena en sueños alejarse de todo, queda sola. Este cuento, refleja el tema de la soledad de una forma muy intensa…

“Si. Pienso en hormigas. La soledad en un fenómeno, por contradictorio que suene, que viene a raíz del incremento de personas en el mundo. A más que somos, más soledad sentimos. Si creo que este tema es una diferencia importante”.


[1] Último cuento de Malas costumbres, FCE, 2005.

[2] El personaje protagónico del cuento “La tupida copa de un árbol”

[3] Extraño que se refiera a los editores como “ellos”. Julieta García es editora.

[4] Vapor

[5] Antes de comenzar la entrevista se explicó a Julieta de qué trata nuestra tesis y se comentó que nuestro grupo de clásicos está conformado por Arreola, Garro, Torri y Revueltas.

[6] Del 2000 a la fecha.

09Dic07