La edad de las tinieblas, José Emilio Pacheco

En “Desorden de los factores”

Todo me sale al revés a pesar de mis buenas intenciones. La noche que me invade no sabe que es noche. La vida se me acaba sin entender de qué se trata. El mundo insiste en ser como es, no como yo quisiera. El desorden de los factores divide la multiplicación y suma una resta divisoria.”

En “El único tesoro”

La esperanza, por absurda que sea, triunfa siempre contra la experiencia abrumadora.”

En “Despoblación”

Entre tanta destrucción queda una parte edificante. En el zafarrancho general de la vida. En la guerra perpetua y la separación interminable, sobreviven, y nada puede ya borrarlos, el segundo de amor, el minuto de acuerdo, el instante de amistad. Basta para vivir agradecidos con esos nombres que no volveremos nunca a pronunciar.”

En “Museo del novelista o el porvenir de otra ilusión”

Escribió y escribió lo mejor que pudo. No compartió con nadie ni le hizo daño a nadie. Tuvo al menos la dicha de su trabajo. Su única ambición fue terminar algunas páginas que deben de haberle dado placer a muchas personas. Merece la más piadosa forma de repseto: el olvido.”

En “Un ritual”

El ritual cotidiano deja una enseñanza: la verdadera recompensa del trabajo es el placer que hay en intentar hacerlo bien, aun a sabiendas de que en poco tiempo nuestro esfuerzo será inútil y habrá que recomenzar a partir de cero.”

“Los versos de la calle”

Hay demasiados versos en el mundo. Como el canalla que engendra y abandona, echo a andar otro atajo aunque nadie lo exija ni lo espere. Los veo formarse indefensos y salir en busca de alguien que los resguarde. La inmensa mayoría les da la espalda. Cuando ellos se acercan las personas desvían la mirada y hacen como si los versos no existieran.
“En su desamparo los versos se drogan aspirando la Nada y se quedan inertes en la esquina. Algunos de dan valor para entrar en lugares públicos. Tampoco allí los toman en cuenta y el personal los expulsa de mala manera.
“Entonces suben los vagones del Metro e intentan pregonar su mercancía entre la hostilidad, el desprecio o cuando menos la indiferencia de los pasajeros. No les queda más remedio que entrar en las casas cuando nadie los ve y tratar de abrirse camino en los ojos, el oído y la mente de quienes no los han invadido.
“Cómo no vivirte agradecido si tú los recoges por un instante y los vuelves parte de tu voz interior, de tu respiración y el rítmico fluir de tu sangre. Al menos por esa noche los versos de la calle, los hijos de la inconsciencia y la intemperie, están a salvo. Mañana quién sabe. Sólo hay algo seguro: dentro de poco ellos también se habrán evaporado. Nuevas legiones atestarán las ciudades.”

En “La plegaria del alba”

Ayer no resucita. Lo que haya atrás no cuenta. Lo que vivimos ya no está. El amanecer nos entrega la primera hora y el primer ahora de otra vida. Lo único de verdad nuestro es el día que comienza.”