Si pudiera escoger dónde y cuándo reencarnar, elegiría nacer en el Londres la segunda mitad del siglo XIX, por supuesto, en el lecho de una familia burguesa (para vivir en esos tiempos no podía uno nacer bajo otras circunstancias), al cuidado de mi padre Lord Pintor y mi madre, Lady Pintor (aunque si esto pudiera ser, mi apellido desentonarían por completo con la pedorrería victoriana).
Preferiría, sin lugar a dudas, ser hijo único para heredar todo el poderío familiar; ser codiciado por las hijitas calientes de la sociedad y negármele a todas.
Escribiría, eso ni siquiera me lo pregunto. Sería, con mucha suerte, algún reconocido escritor publicado en los periódicos alzados de entonces; sería, para acertar mejor la descripción de esta elección, un acodado de la crema y nata sin colarme del todo entre sus velos.
Y todo este sueño nada más para filtrarme en la mirada de Oscar Wilde. Si hubiese sido yo Lord Alfred Douglas, o al menos hubiese podido destronar su lugar, la historia de Oscar Wilde hoy, sería otra; no mejor ni peor, sólo diferente…
Aunque, ahora que lo pienso, ¿sería esto bueno para el arte? ¿La concepción del dolor y la profundidad de la vida podrían entenderse igual si cambiase la historia de Oscar Wilde? Tal vez no existiría De profundis y ¡eso deberá ser la más grande imposibilidad de la existencia! Pero qué no daría yo ahora por besarle una mejilla a ese regordete…
En fin… eso y que me encantaría cagarme de risa teniendo de lado a Mistress Erlynne y a la señora Allonby, aunque eso debiera ser un sueño distinto: el de renacer como un personaje de El abanico de Lady Windermere o Una mujer sin importancia. Y de serlo, ¿cuál sería?…
17Ago08
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