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Entre mis alumnos y suscriptores se comparte una gran preocupación: se tiene miedo a escribir. Miedo a que lo escrito no sea lo suficientemente bueno, miedo a la reacción u opinión de los demás sobre lo escrito, miedo a publicar detalles sobre uno mismo, miedo a ponerse en una posición vulnerable y tener que asumir que para escribir en el futuro será necesario volverse a poner en una situación vulnerable. La lista crece y crece: la inseguridad se transforma en ansiedad y todo ello en parálisis. El miedo generalmente nos impide escribir, pero existe una forma de convertir ese miedo en inspiración para escribir. Y voy a compartirla contigo ahora mismo.
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Si has seguido este canal desde su origen ya sabrás que las historias, para funcionar, necesitan de un conflicto. A mí me gusta llamarlo corazón, porque es gracias a él que todas las demás partes del cuerpo de la historia cobran vida. Los conflictos en las historias son, como la palabra conflicto indica: un problema digno de resolución.
Las historias, para generar intriga y atrapar la atención del lector, requieren de unos fundamentos dramáticos que produzcan una serie de fuerzas propulsoras de acción. Estas fuerzas empujan al personaje protagonista y al resto de los personajes, cada uno en su función, hacia la consecución de sus objetivos, produciendo así choques entre los elementos que hacen explotar las emociones, las pasiones y las intrigas.
Desde la teoría es más o menos fácil comprender que las historias necesitan de un conflicto para funcionar. Y a veces somos lo suficientemente hábiles para construir conflictos y desarrollarlos, al margen de nuestras propias pasiones.
Como creadores de ficción, los narradores debemos ser capaces de inventar personajes y mundos que se parezcan realmente poco a los mundos y personas que nos rodean; aunque pasa que todas nuestras invenciones son siempre proyecciones de nuestra propia realidad o de nuestra propia forma de entender la realidad.
Sin embargo, como creadores de ficción, a los narradores también nos pasa, y no pocas veces, que necesitamos partir de referentes personales, mundos y personas reales que se convierten en la premisa de nuestra creatividad; todo un mundo de verdad que se transforma libremente en el territorio de la ficción y adquiere su propia consistencia, lejos y cerca, a la vez, de la propia realidad.
Este material de inspiración, para que produzca en nosotros los creadores, ese efecto de atracción que nos arrastra hacia el teclado o el papel, debe ser siempre conflictivo, porque si no lo fuera, no produciría dicho efecto y tampoco sería material susceptible de transformación en una obra literaria que dé cuenta de una historia funcional.
La vida, en su inmensa complejidad y dureza, nos colma día con día de historias llenas de conflicto. Y muchas de esas historias pueden ser ajenas para un creador, pero me atrevería a decir que a la inmensa mayoría de los creadores a los que yo conozco, porque los he leído, entrevistado o porque he trabajado con ellos, les pasa que esas historias conflictivas tienen origen en su propia vida. Lo que se convierte automáticamente en causa de miedo.
Hace falta un cambio de perspectiva para convertir ese miedo en fuente de inspiración. Pero empecemos por reconocer cuáles son las fases de ese miedo paralizante. Vamos a encarar el problema, porque solo así conseguiremos darle solución. Estas son las
Fases del miedo al escribir
Negar el miedo
Nos decimos: no estoy preparado, no tengo las ideas claras y, sobre todo, no tengo tiempo. Hay que organizar las prioridades para superar esta fase del miedo. Para poder prepararse y clarificar las ideas hace falta un tiempo mínimo, suficiente para realizar dichas tareas.
Desde quince minutos, hasta dos o tres horas diarias, en función de las posibilidades, necesidades y objetivos de cada quien. Y para conseguirlo no podemos alargar el día sumándole horas, sólo podemos elegir con cuidado el orden de nuestras labores, así como la prioridad. Descartando tareas que no son productivas en este sentido. Si lo evitamos conseguiremos encontrar el tiempo que necesitábamos.
Huir del miedo
Nos decimos: no sé qué decir, mis ideas no son tan buenas. Dejas de escribir reconociendo el miedo. Parte del problema es que no te atreves a escribir de lo que realmente quieres escribir porque te da vergüenza.
Crees que contar historias personales es demasiado egocéntrico, que a nadie le va a interesar y que tu pudor te sobrepasa. Aunque fueras capaz de escribirla, nunca superarías las dificultades de publicarla.
Tienes miedo a sentirte juzgado por tu círculo inmediato, no solo con respecto a lo que cuenta tu historia, incluso respecto al hecho de mostrarte ante los demás como un escritor, asumiendo que estás escribiendo esta historia como el comienzo de un ejercicio vital que te mantendrá escribiendo historias.
Distraer el miedo
Empiezas a centrarte en aspectos relacionados con la escritura, que no son precisamente los que te llevan a escribir: compras herramientas de trabajo que te hacen sentir cómodo, eliges lecturas que buscan instruirte y enseñarte cómo resolver aquello que no sabes siquiera que debes resolver y programas su lectura antes de ponerte a escribir.
Permites que una lectura te lleve a otra; hablas sobre todo esto con algún amigo de confianza que te mira con extrañeza y, sin decírtelo a la cara, se pregunta por qué no puedes simplemente ponerte a escribir, cuando es de lo único que hablas.
Y cuando has leído y obtenido herramientas que te acercan al momento de escribir: encuentras alguna otra tarea irrelevante que de pronto se convierte en necesaria: como salir a hacer la compra al supermercado, por ejemplo. De modo que cuando vuelves a casa y deberías sentarte a escribir, ya estás demasiado cansado mental y físicamente para hacerlo y prefieres darte la oportunidad de hacerlo bien en otro momento.
Hasta que te das cuenta de que llevas meses o años postergándolo y en un arranque de ansiedad te pones a escribir y vomitas un primer manuscrito.
Justificar el miedo
Descubres que tu primer borrador es pésimo, como todos los primeros borradores, y te da miedo enfrentarte al proceso que te llevará a reconocer tus fallos, te da miedo aceptar que para conseguir mayor calidad en tus letras necesitarás volver a invertir un tiempo considerable y mucha energía, hasta conseguirlo.
Así que prefieres utilizar esta primera experiencia negativa para recordarte que estás perdiendo el tiempo, que no eres bueno y que nunca lo serás, que no conseguirás nada aferrándote a escribir y que nadie cree en ti, por qué deberías hacerlo tú mismo.
Cuando empezabas te escuchabas a ti mismo diciendo: algún día escribiré un libro. Cuando llegas a esta fase te escuchas diciendo: nunca más volveré a escribir.
Pero lo que nadie nos dice es que el miedo, en realidad, es una fuente de información valiosa. Y cuando somos capaces de ver a nuestro propio miedo como eso: una fuente de información, conseguimos llegar a la quita fase.
Aprender del miedo
Si tienes miedo, entonces significa que eso que lo produce está relacionado con algo que es muy importante para ti, algo que quizá intentas proteger, que no quieres perder.
El miedo te ayuda a reconocer cuando estás siendo verdaderamente honesto, cuándo estás identificando relaciones personales que son de auténtico interés y en las que depositas auténtico valor, cuando estás identificando temas o asuntos que son relevantes para ti a un nivel imposible de ignorar.
Para escribir y transmitir verdad, hay que trabajar con materia dramática que sea capaz de comunicar esa verdad. Escribir desde el miedo, atravesándolo, es garantía de que tu escritura estará cargada de verdad y fuerza, una pasión verdadera que proviene desde lo más profundo de tu corazón y tu mente, ideas fuertes y capaces de viajar desde tu interior, pasando por el papel y alcanzando los corazones y las metes de los lectores, que son seres humanos como tú y que han vivido y sentido de manera similar o idéntica a la tuya.
El miedo no tiene por qué limitarte, conviértelo en un motor que te impulse a escribir. Para conseguirlo debes realizar un ejercicio constante de autocontrol, autoevaluación y autovigilancia. Debes convertirte en el depositario de tus más profundas preocupaciones, angustias y miedos, para que tengas la oportunidad de averiguar qué puedes hacer con ellos más allá de sentir dolor o sufrimiento.
Cuando consigues ver tus miedos de otra manera, cuando aprendes a sacar de ellos la información susceptible de transformación literaria, entonces estarás usándolos como una fuerza motora. Estarás dejando que tus miedos produzcan la misma fuerza propulsora que empuja a un personaje en la ficción a conseguir sus objetivos.
Y es que al final, de eso se trata todo. Cuando te dejas de tanta tontería y te pones a escribir sobre lo que produce tus miedos, suspendes momentáneamente las emociones negativas que arrastrabas y decides utilizarlas para tu beneficio; entonces habrás conseguido convertir tu miedo en inspiración para escribir. Puede que el proceso sea duro, puede que necesites ayuda la primera vez. Aquí me tienes si me necesitas.
Te aseguro que merece la pena el resultado. La historia de la literatura está llena de libros que nacieron desde el miedo y son hoy obras maestras. ¡Agarra al toro por los cuernos y a escribir!
Confío que este artículo y el espacio que con él se abre en mi web, te sean de mucha utilidad para que empieces a tomar consciencia de tus miedos y consigas utilizarlos a tu favor.
Empieza por compartir con la comunidad tallerícola cuáles son esos miedos que te incapacitan o te impiden escribir: déjame un comentario y te daré respuesta. Estoy seguro de que en esta misma web encontrarás a otras personas que sienten y viven lo mismo que tú. Dejemos que los comentarios de este artículo recojan nuestros miedos y empecemos así a quitárnoslos de encima. ✍🏼
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