Primera carta al bebé Pintor Jiménez

Ya pienso en como serás: el tamaño de tus ojos, la firmeza de tus gestos, el color de tu cabello y piel, lo chata de tu nariz. Casi te sueño decirme, chiqueado por mis consentimientos, «Tío». El día que lo hagas, el día que de tu boquita salgan esas palabras puras, lloraré sin pudor y llenaré de besos tu carita de ángel.

Ahora eres tan pequeño que pareces de juguete, mides entre doce y quince centímetros de largo. Vives dentro de tu mami, bajo el adorable cobijo de un líquido tibio que saboreas cuando te chupas el pulgar. Aún no sé si eres él o ella.

Me enteré de tu existencia hace un par de meses y, no había agarrado valor para escribirte. Pero cada día me doy más cuenta de tu inminente llegada, nos tienes emocionados, llenas nuestros corazones de ilusión.

Te esperamos, bebé: con tanto orgullo que no cabe todo en nuestras mentes. Ahora me siento incapaz de escribir para ti… siento mis palabras poco dignas de tus latidos.

Hace un par de días te vi por primera vez. Puedo jurar que sonreíste, era una sonrisa inocente, ligeramente detectable. El ultrasonido del tercer mes nos dejó conocer tu primera habitación: desde acá luce toda gris, pequeñísima y plana; también tus movimientos inquietos y la forma indefinida de tu cuerpo. Te imagino flotar sin prisas en el vientre de tu madre, rodeado por una luz rosácea que invade tus pupilas en desarrollo.

El video de aquél ultrasonido dura apenas unos minutos, tiempo suficiente para sacarme a cachetadas un río de lágrimas. Con una mano en el rostro y otra en el corazón, te miré, un tanto incrédulo.

Te espero con tantas ansias como tus mismos padres, serás para mí como un hijo propio, aunque me arrebaten celosos ese título. Tal vez en el futuro tengas primos, pero eso es poco probable, te tocó un tío rarísimo. Sin embargo, tus amiguitos y amiguitas morirán de envidia por tener un tío como el tuyo, ya lo veras…

Te espera una familia sensacional, llena de neuróticos, comilones, bebedores y dicharacheros: todos unidos, justos para los momentos «kodak» (buenos, malos, felices o tristes, irrepetibles). Tendrás sólo dos tíos consanguíneos: la hermana de tu mamá y yo. Pero estás lleno de abuelos, tíos-abuelos y tíos lejanos. Te tocará crecer entre pura gente grande. Pero eso tiene sus ventajas. Serás tan consentido como tu padre, romperás su record. No sólo a tu merced tendrás a papá y mamá para complacer tus deseos, atrás de ellos, un ejército de empalagosos espera darte todo, además de hostigarte de amores. Ojo con tus abuelos paternos, sácales el mayor provecho: tu abuela Juana es sensacional, ya dejó de gritar como lo hacía, aprendió a negociar con bebés cuando dirigió un kinder, es buena; y tu abuelo Jaime sabe jugar a todo, es fan de propiciar luchitas de cosquillas e inventar voces chillonas.

Tus papás andan como en otro planeta, llegaste sorpresivamente a sus vidas, no por eso menos querido y deseado. Tal vez en breve reaccionarán. Mientras, tu papá Iván hace lo imposible por juntar lo suficiente para darte la mejor de las bienvenidas. Él quiere que nazcas hembra, tu mamá por otra parte desea seas barón. Esa opinión está dividida entre familias. Los Pintor queremos nombrarte Camila o Lluvia o Renata o María Fernanda o qué se yo los nombres locos que tu padre ya ideó, más los de la lista de tu abuela Juana. Pero tu sexo no importa, es apenas nuestro capricho: como nunca tuvimos una nena en la familia, guardamos la ilusión de verlo realizado. Si naces barón, tu papá decidió (eso dice ahora, quien sabe si cambie de opinión después) llamarte Octavio. Le regalé el nombre y, digo regalé porque estaba destinado para mi hijo, en caso de tenerlo. Como esa posibilidad es lejana, sin pensar mucho lo cedí para ti.

He de confesarte, aunque me remuerdan las ganas: cuando te pienso, lo hago barón. Desde la noticia de tu arribo, inevitablemente te imagino barón. Según las cuentas, nacerás a fin de año y, si fallan, nacerás los primeros días del próximo. Probablemente el día en que nació tu abuelo Jaime. Antes o después no importa, será en fechas significativas para nosotros.

Bebé, morimos por tocarte, acariciarte, besarte, escucharte… Nos tienes en la palma de tus maños minúsculas. Esperamos impacientes tu llegada. Crece tranquilo entre aguas saladas, siente profundo el amor de afuera, ese arrollador, ese cínico y maravilloso que te rodea. Ven, acá nos haremos cargo de ti mientras lo necesites y, te educaremos libre, autónomo e independiente. Capaz de ti y de todo. Sin esperar nada a cambio, disfrutando el placer de sentirte crecer a nuestro lado.

Tu abuela me llama… ¡Rara vez puedo escribir tranquilo en esta casa!