Sí, ya sé que el mundo está vuelto loco y que hay asuntos de infinita trascendencia política que atraen la atención de todos. Pero yo, que siempre he sido un bicho raro y que dejo a los periodistas de política atender su tema, que bien hacen y alguien tiene que hacer, no he podido evitar fijarme hoy en este anuncio, que se ha convertido en noticia y que tiene también una increíble repercusión social en un plano más cultural y moral. Pero ojo, la manera en que lo abordaré no es para nada objetiva, ni siquiera periodística, ya lo habrás podido corroborar desde el titular del post.
Ver este anuncio me ha dibujado una enorme sonrisa en la cara. Creo que de haberlo visto en la infancia me habría hecho mucho bien, tanto o más que el que me hace ahora.
Al parecer, la ignorancia y el prejuicio de la gente ha convertido la aparición de un niño en este comercial de muñecas, en una ofensa social. Los “padres de familia” están indignados porque, según dicen, este comercial hace apología de la feminidad a través de un producto que ¿pone en riesgo la masculinidad de sus hijos? Madre mía la cantidad de pendejadas que se pueden decir y pensar cuando se es ignorante.
Lo cierto, dicen los sociólogos y psicólogos sociales, es que la identidad de género es un asunto que se construye desde la infancia a través de nuestra interacción social y que no guarda necesaria relación con el ejercicio de nuestra sexualidad o capacidad para desarrollar afectos en una etapa posterior.
No conozco aún a ningún niño, que desde la inocencia y motivado por el juego, haya sentido amenazada su masculinidad en construcción por interactuar con muñecas. Es el adulto quien pone en su cabeza la idea de que está mal hacer eso. Hace aparición la moral que dirige el pensamiento del adulto. Es ese mismo adulto quien mete en la cabeza de una niña que está mal jugar con boxeadores, carritos de carreras o cualquier otro juguete que la sociedad ha producido para un niño.
Dejemos a los niños jugar en paz y no les metamos caca en la cabeza, digo yo ahora, que soy adulto. Una muñeca es sólo una muñeca. En este caso hablamos de una Barbie, con todo lo que eso implica en cuanto al reforzamiento de un arquetipo de feminidad y blablablá. Pero es que puede no ser una muñeca Barbie y pueden ser cuerdas para saltar, espejos, maquillajes, música para bailar, cacharros para mezclar alimentos y “jugar a la comidita”… yo qué sé. El día que la sociedad entienda que un juguete no va a trastocar la identidad de género que su hijo construya a lo largo de la infancia y hasta la juventud, ese día los niños podrán libremente jugar a las muñecas y las niñas jugar a construir edificios, sin sufrir por ello conflictos internos innecesarios que impidan una sana construcción de su identidad.
Cuando digo que ver este anuncio en la infancia me habría hecho mucho bien, me refiero a que me habría permitido entender que el dolor y el sufrimiento que los adultos me inculcaron por jugar con una muñeca, era en realidad absurdo e innecesario. Me habría permitido entender que quienes se equivocaban eran esos adultos que intentaban educarme “para bien”, sin ser conscientes de la moral que los llevó a condicionarme de ese modo.
No me voy a meter a juzgar todo lo que está detrás del anuncio en un plano ideológico, estereotípico, machista o feminista. De eso ya se encargarán, sin duda alguna, los sociólogos y los hermeneutas. Lo aclaro por si alguien salta acusándome de frívolo, reclamando mi capacidad para hacer yo mismo esos ejercicios para los que me preparó mi carrera profesional. Prefiero limitarme a celebrar, desde un ámbito muy personal, los cambios que esta sociedad está teniendo con demostraciones como la de este anuncio, sin dejar de admirar la impresionante y efectiva estrategia de mercado que Mattel y Moschino armaron para levantar revuelo y conseguir así que su marca y producto se hicieran virales, estuvieran en todos los medios de comunicación y en boca del mundo.
El anuncio es feo, muy feo. Pero me gusta el salto que han dado.