Vuelve

Mamá:

Hoy (doce de diciembre) te soñé. Entre tanta chilladera y tanto rezo no soy capaz de terminar de escribirte antes de que me atrape la media noche… Fue un sueño desafortunadamente breve, pero me gustó muchísimo. Estábamos ¿en casa? Las paredes eran azules. O tú vestías de azul… con el pijama aquel del año de la polca, el mameluco azul que usaste para hacernos unas fotos navideñas en los noventa, todos en pijama frente al árbol de Navidad.

Atendías algo. ¿La televisión? ¿El discurso de alguien más? ¿La radio? No sé. Algo que no parecía alterarte lo más mínimo, pero que mantenía fija tu atención. Te vi de perfil, tenías la carita hinchada porque acababas de levantarte. Yo no me vi a mí mismo, pero sé que estaba duchado, listo para encarar el día. Quizá tenía una taza de café entre las manos. Quizá estábamos sobre la mesa del comedor, ¿o sentados sobre la cama de tu habitación? No, no. Debía ser el comedor por el color de las paredes.

Te desperezabas. Despejabas tu cara del sueño con ambas manos, y luego, con una de ellas te levantabas un poco el cabello por encima de la cara y hasta la coronilla de la cabeza. Despertabas. Lo más intenso de aquel breve sueño fue haber escuchado con profundísima nitidez el sonido que hacían tus uñas rascando tu cuero cabelludo, así como la intensidad de los colores de tu cabello, entrecano y castaño.

Te miré hipnotizado y me alegré profundamente. Una sensación brevísima de dulzura se apoderó de mí porque estabas allí a mi vera, al alcance de la mano. No me atrevía a decirte nada porque no me hizo falta, me bastó con mirarte, con apreciar aquella actividad anodina y rutinaria de abrirse paso, una mañana cualquiera, después de un sueño reparador.

Me habría gustado que aquello durase más, pero no fue así. Te miraba, pero alguien, ¿Ivan, Octavio? Alguien pequeñito y amoroso se me acercó y me besó el cuello o las mejillas, no lo recuerdo, obligándome a mirar hacia otro lado, a dejarte de mirar. Me frustré y lo empujé con una mano para que se fuera, para que me permitiera seguirte observando; él se fue corriendo como lo hacen las arañas o las hormigas, en chinga y como a cuatro patas, una cosa rarísima. Sé que se avergonzó porque su beso, que pretendía llenarme de amor, lo que consiguió fue importunar aquel momento deleitoso. Cuando regresé la mirada para buscarte, ya no te encontré. Tampoco le encontré a él. Estaba solo.

Desperté, cogí el móvil y no recordé el sueño hasta quince o veinte minutos después de haberme despertado. Vuelve, mamá. Déjame apreciarte, olerte, tocarte. Déjame decirte que te amo una vez más, abrazarte y despedirme de ti. Necesito poderme despedir de ti. Te lo ruego: ¡vuelve a mis sueños! Dormiré todo el día si hace falta.

Tu pollito.

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  1. Mediante un sueño, Dios se comunicó a José para transmitirle paz y serenidad. La primera palabra que el enviado de Dios le dirige a José, tras pronunciar su nombre, es: «no temas». En el sueño reparador que Israel nos narra en este escrito, nos dice que experimentó alegría y dulzura por la presencia de su mami. Sentimientos que también el ángel del Señor transmitió a José durante su descanso. ¿Será que mi suegra ha pasado a ser uno de esos incalculables ángeles de Dios que nos acompañan continuamente durante nuestro caminar por este mundo? Cada cual puede creer aquello que estime más oportuno. Yo, lo tengo muy claro y mi fe así me lo corrobora. Desde el pasado domingo, cuento con otro ángel que me acompaña, guía, protege e ilumina con su presencia espiritual. ¡Gracias, Señor, por ello!🙏🙏🙏👼❤️❤️❤️