Descubre el proceso creativo de Andrés Neuman

El pasado viernes entrevisté al escritor argentino-español Andrés Neuman (@andresneuman ), uno de los escritores vivos a los que más admiro. Hablamos sobre creación literaria, por supuesto: me compartió su comprensión de la creatividad, intentamos identificar etapas de su proceso creativo y entre muchos otros asuntos, repasamos cómo fue para él la experiencia de escribir su primera novela, hace más de veinte años: una experiencia trascendente, a pesar de que esa novela nunca se publicó.

Con esta entrevista empiezo la colección que pretende adentrarse en la mente creativa de diversos escritores a los que leo y admiro. Es un privilegio contar con Andrés Neuman en primer lugar.

Sobre la creatividad y las redes sociales

Israel Pintor: Hola, Andrés. ¡Gracias por tomarte el tiempo de hablar conmigo! Me encanta tener la oportunidad de charlar contigo sobre creatividad, escritura y todo lo que rodea a este oficio. Empecemos por lo básico: ¿Cómo entiendes la creatividad?

Andrés Neuman: Hola, Israel. Un placer estar aquí contigo. Mira, para mí, la creatividad no es algo que pertenezca a un oficio específico. Eso tiene más que ver con la destreza, la veteranía o el oficio en sí. Creo que la creatividad consiste en hacer algo interesante con las condiciones reales de trabajo que tienes, no con una teoría ideal de creación. Se trata de convertir accidentes en oportunidades, de incluir lo imprevisto como parte del plan. Si esperas las condiciones ideales para crear, corres el riesgo de postergar tu obra indefinidamente. La creatividad, en ese sentido, es más una actitud ante los desafíos que una iluminación repentina.

Israel: Esa adaptabilidad parece clave. Hablando de condiciones reales, ¿crees que las redes sociales influyen en la creatividad?

Andrés: Sin duda. Por un lado, las redes son fascinantes: el ingenio, los memes, los comentarios agudos… Son una ventana a lo mejor y lo peor del «espíritu del pueblo». Pero también tienen un mecanismo adictivo que complica la gestión del tiempo. Yo decidí salir de Twitter para terminar mi novela. No demonizo las redes, pero entendí que necesitaba desconectarme para centrarme. Las redes pueden ser un excelente observatorio, pero también un espacio donde la atención y el tiempo se fragmentan en exceso.

Israel: Entonces, ¿crees que las redes pueden ser una herramienta de observación o una distracción?

Andrés: Ambas cosas. Si las usas pasivamente, puedes observar mucho de la naturaleza humana. Pero en el momento en que te sumerges y participas activamente, te conviertes en un «observador observado», y pierdes esa impunidad necesaria para la claridad en la observación. Lo interesante de las redes sociales es que también son una especie de archivo colectivo. Puedes ver cómo se forman las narrativas y las discusiones en tiempo real, pero es fundamental tener la distancia necesaria para procesarlo y no dejarte arrastrar.

Sobre ser un ermitaño sociable

Israel: Me encanta esa idea de «observador observado». Hablando de observación, mencionaste que los escritores somos una especie de «ermitaños sociables». ¿Puedes profundizar en eso?

Andrés: Claro. Creo que todo escritor necesita dos cosas contradictorias: conectar profundamente con el mundo y, al mismo tiempo, hacerlo desde un lugar apartado. Es como vivir entre la colectividad y la soledad. Esa contradicción es esencial porque, si siempre estás fuera de lo que observas, no lo entiendes, pero si estás demasiado dentro, no puedes generar un discurso. Por ejemplo, en mi caso, puedo pasar horas en una cafetería simplemente escuchando conversaciones, observando gestos y tomando notas. Pero también necesito el silencio absoluto para escribir y procesar todo eso. Es como si la soledad fuera el laboratorio donde se destila todo lo que recoges en tus interacciones.

Israel: Esa tensión suena trágica.

Andrés: Lo es, pero también es necesaria. Como decía el poeta Carlos Marzal, es «estar con la gente sin la gente». La escritura requiere esa capacidad de observar sin ser absorbido por completo. Hay momentos en los que necesitas desaparecer para entender lo que has experimentado, y otros en los que tienes que exponerte al mundo para encontrar la materia prima de tus historias. Es un equilibrio difícil de lograr, pero imprescindible.

La vocación literaria y el descubrimiento

Israel: Cambiando un poco de tema, ¿cuándo supiste que querías dedicarte a la literatura?

Andrés: No creo que haya sido una decisión consciente. Fue más como un reconocimiento. Desde la infancia, todo lo relacionado con la lectoescritura me daba una sensación de vitalidad que no encontraba en otra cosa. Crecí en una familia de músicos, pero estudiar música me resultaba desesperante. En cambio, la disciplina literaria siempre me ha parecido liberadora. Creo que la literatura me permitió reconciliar dos cosas que parecían opuestas: la necesidad de disciplina y el deseo de libertad.

Israel: ¿Nunca te pesó la disciplina literaria?

Andrés: Nunca. Es curioso, porque otras disciplinas, como el violín o el fútbol, me parecían tediosas. Pero con la literatura, la repetición y la paciencia me resultan un placer. Siempre he sentido que escribir es una forma de meditar, de entrar en un estado de atención plena. Y, al mismo tiempo, hay algo profundamente lúdico en inventar mundos, en jugar con las palabras. Esa combinación de rigor y juego es lo que hace que nunca me aburra.

Procesos creativos: entre el caos y la organización

Israel: Hablemos de tu proceso creativo. ¿Sigues algún sistema o método?

Andrés: No creo en los sistemas predefinidos. Cada libro genera su propio método. Es como construir una casa desde cero: cada proyecto necesita sus propios planos y herramientas. Por ejemplo, ahora tomo notas durante años antes de empezar a escribir una novela. Esa «crianza previa» me permite visualizar el libro antes de materializarlo. Pero una vez que empiezo a escribir, dejo que el proceso sea mucho más caótico y libre. Es como si primero trazara un mapa y luego decidiera perderme en él.

Israel: ¿Y una vez que empiezas a escribir?

Andrés: Ahí el proceso se vuelve imprevisible. Pero algo que sí hago es alargar la fase de corrección. Primero reviso de forma intensiva, luego dejo enfriar el manuscrito y, finalmente, pido la opinión de otros. Esa perspectiva externa es vital para romper con mis propios vicios y errores. A veces, alguien detecta un detalle o un problema que yo no había visto, y eso puede transformar completamente el texto.

La importancia del error y el aprendizaje

Israel: Tu experiencia en un monasterio budista, donde escribiste tu primera novela no publicada, parece haber sido crucial. ¿Qué aprendiste de ese proceso?

Andrés: Aprendí que el error es parte esencial del camino. Esa novela era mala, pero me enseñó que podía dedicarme completamente a la escritura. Fue una prueba de resistencia y un descubrimiento. Sin esa experiencia fallida, no habría escrito «Bariloche», mi primera novela publicada. Creo que el fracaso tiene una función pedagógica que no debemos subestimar.

Israel: Entonces, ¿consideras que el fracaso es necesario?

Andrés: Absolutamente. Cada libro malo es la base de un libro bueno. La literatura no es solo un arte de insistencia, también es un proceso de autoconocimiento y de aceptar los límites propios. Cada error te acerca un poco más a lo que realmente quieres decir.

Andrés Neuman nos deja una valiosa enseñanza: la escritura es un delicado equilibrio entre disciplina y libertad, caos y orden, observación y soledad. Nos recuerda que la creatividad no surge de condiciones ideales, sino de la capacidad de adaptarse y transformar los desafíos en oportunidades. Su experiencia también subraya que el error no es un obstáculo, sino una herramienta pedagógica imprescindible para crecer como escritores y seres humanos. Es una invitación a abrazar nuestras contradicciones y a perseverar, porque cada fracaso nos acerca a la autenticidad de nuestra voz.