Galimatías sobre el Melodrama de escribir «A primera vista»

2da. edición, agosto 2009.

Hace veinticinco años, Luis Zapata escribió Melodrama, una novelita espléndida que narra las desventuras de una familia capitalina de clase alta, pero sobre todo, la desesperanza de una madre benévola, entregada a su miserable vida como mujer, así como los atrevimientos de un atlético y enamoradizo hijo adolescente que intenta vivir plenamente su homosexualidad.

Confieso mi atracción por la literatura de Zapata desde mi adolescencia temprana, cuando me encontré de frente, entre callejuelas oscuras, con El vampiro de la colonia Roma y, hace un año, al disfrutar amenamente La historia de siempre, sorprendido por su desfachatez y mi gusto por una trama tal vez común pero nada simple.

Por lo tanto, cualquier comentario que pudiera emitir sobre su trabajo, resultaría, sin lugar a dudas, subjetivo. Expreso, sin embargo, cuan rico me resulta leerlo. Si de aceptar se trata, aceptaré lo profundo y al mismo tiempo superficial que puede ser el autor cuando se lo propone. Aceptaré también lo inefable y rotundo de sus diálogos, así como lo bien delineado de los personajes en todas las novelas.

Comentaré, por otra parte, lo influyente de su trabajo sobre mis primeros intentos narrativos: él con su estilo literario ya maduro, sólido y yo, con el mío aún en formación, tartamudo. No pretendo, por supuesto, comparar negativa o positivamente; encuentro apenas alguna similitud entre su estilo y el mío. Tampoco intento, si se diera el caso de mal interpretar estas palabras de ese modo, compararme escrituralmente con Zapata.

Empecé y terminé de leer Melodrama el día de ayer. Es una novela breve; muy consumible diría yo. Vivimos sumergidos en un mundo inmediato, casi fugaz, donde aceptamos alegremente lo comprimido, lo fragmentado, lo corto. Y la novela de Zapata no es precisamente así, sino digerible y empalagosa, tan leíble y maravillosa, que debería estarse vendiendo como pan caliente, o, en el mejor de los casos, como dildos big size en rebaja con lubricante incluido: por aquello del gay marketing promotor de la última edición conmemorativa, bajo el sello editorial Quimera, que muestra dos musculosos pechos varoniles a punto de fruición.

La historia está escrita muy al estilo cinematográfico de los años cincuenta (sino no podría ser un verdadero melodrama: blanco y negro y toda la cosa).

«…la importancia que en el melodrama adquiere el blanco y negro» -está, dice Zapata, en- «el color más cercano a la realidad (por lo menos a la pedestre realidad de todos los días), siendo capaz de mostrar con mayor exactitud ciertos matices de la visión, el blanco y negro resulta imprescindible, cuando se trata de emociones encontradas, pasiones desgarradoras, nostalgias recalcitrantes, erupción de sentimientos o culpabilidades maternas».

Agradezco mucho la capacidad de Zapata para mantenerme prendido a un libro. Hacía meses no lograba terminar mis lecturas. Una constante insatisfacción me ha llevado de ejemplar en ejemplar, de historia en historia sin concluir alguna. Debo agradecer también, por inspirar en gran medida mis ganas, mis formas…

Intentaré ir al grano y decir aquello por lo que ahora escribo. Aunque eso implique un ejercicio sintáctico y preciso imposible de realizar en estos momentos tan dispersos… pienso en galimatías… ese adjetivo se merecen estas líneas.

Hace año y medio empecé a escribir un cuento llamado «A primera vista», inspirado en un loco triángulo entre la calma, el amor y la desesperación. Luego de leer La historia de siempre, logré darle a mi cuento el tono deseado, la novela de Zapata me ayudó infinitamente a relajar mis dedos y sacar plácidamente aquellas ideas escondidas en mi mente. He de confesarme, hasta ese momento, ignorante de la existencia de Melodrama: la conocí apenas hace algunos meses.

Hoy, «A primera vista» forma parte de la tesis con que me gradué; ha sido criticado por cuentistas como Guillermo Vega Zaragoza, Mónica Lavín, Julieta García González y César Gándara. Escribo estas páginas, a colación de la crítica particular de Lavín; presentaré a continuación parte de ese texto: «Vómito de amor, cuentos de Carla Hinojosa e Israel Pintor, indaga en la conducta humana, en las fragilidades del descobijo y la búsqueda amorosa. Tan pronto desde el mito, como lo hace Carla en «El misterio de Psique», donde la relación de Francisco y Florencia se revela entre códigos secretos que aceitan la complicidad; tan pronto desde los guiños a autores canónicos de la narrativa mexicana como Luis Zapata y su Vampiro de la colonia Roma sobre el que se monta Israel Pintor para escribir un melodrama kitch.

«Curiosamente tanto en «A primera vista», como en  «Había una vez un cuento», Israel Pintor usa juegos metaliterarios donde se dirige al lector implicándolo y retando sus expectativas y prejuicios como espectador de historias. De alguna manera sus cuentos prefiguran a un personaje externo que es el lector, ¿nosotros?, construido por las preguntas y comentarios que el narrador le dirige, apelando a una curiosa complicidad. «Pudo parecer que Octavio era mi personaje favorito. Pero no. Es Ángel», escribe el autor.» Falta decir que esa última frase citada por Lavín, a la fecha y debido a muchísimas correcciones, ha sido modificada.

Sobra adentrarse en lo acertado de Lavín al relacionar mi texto con la literatura de Zapata, a quien, incluso, está dedicado el cuento. Me resulta chistoso, y sobre ello sí comento, que se haga referencia directa a El vampiro de la colonia Roma que desde mi punto de vista, nada se relaciona con mi cuento. Finalmente y como debe de ser, soporto una cachetada telenovelesca, igualito que Angélica María en una de tantas películas mexicanas tiradas al llanto, al reflexionar sobre lo rotundamente kitch (según el diccionario, kitch significa «de mal gusto», ¡ni hablar!), y melodramático de mi obra.

Desde que concebí «A primera vista» como guión para un corto cinematográfico, he querido ofrecerlo humildemente como lectura a Luis Zapata, quién, sincero, me abrió las puertas de su casa y corazón hace poco. Una vergüenza provisoria retenía el breve homenaje a Zapata, escondido entre las miradas y opiniones de otros, tal vez preparándose para ser leído finalmente por el homenajeado.

Leí, pues, Melodrama, a raíz de la crítica de Mónica Lavín, a quien nunca dejaré de agradecer tanto apoyo y consideraciones, y, por qué no decirlo, de la mágica insistencia de Eduardo Montagner, quién releyó no hace mucho la novela y me compartió el encanto. Encontré un par de escenas parecidas y, si acaso, un chillante y nada acertado tono simplón en mi cuento.

En fin, así es la creación de jodona y caprichosa. A pesar de las «inconsistencias» y casualidades entre Melodrama y «A primera vista», me siento satisfecho con el trabajo realizado, en tanto primer ejercicio formal de mi cuentística. Ahora bien, Luis Zapata. Te invito, emocionado, a leer mi cuento y difieras, concuerdes o elabores tu propia opinión, si así te apetece, amigo.

4 Comentarios

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  1. hola, me parece muy bien la manera en que hablas de estos libros de Luis Zapata, y como dices que te mantiene prendido a un libro, el Vampiro de la Colonia Roma es un libro genial, te atrapa de todo a todo todo un arte como recrea una charla coloquial.

  2. Hola Israel!!!

    XD

    Fantástica la manera en que abordas Melodrama en tu blog (Galimatías sobre el Melodrama de escribir “A primera vista”).

    Increíble la manera tuya de escribir, y por cierto, andube chismoseando, y sé que te vas a España, mucha suerte, aunque realmente no creo que la necesites.

    Un abrazo.
    =D

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