Segunda carta al bebé Pintor Jiménez

Las calles están llenas de mounstritos, endiablados impúberes del averno. Ahora estoy a salvo en casa, llegué corriendo entre brujas y calacas, vampiros y calabazas gordas. No pude resguardarme bien, en el camino se vulneró mi corazón al ver tanta criatura disfrazada. Enternece verlos de las manos de sus padres, recorriendo los caminos por vanidad y riquezas. Imaginé llevarte de la mano un primero de noviembre, ataviado de pies a cabeza y eufórico por dulces. Sigo pensando que serás niño. Tus papás se han encargado de sembrar incertidumbre en la familia, no sé si podré llamarte Octavio. Insisten en mantener tu sexo en duda para «sorprenderse» cuando nazcas. ¡Me chocan! Tu tía Indira estaría de acuerdo conmigo en formar un frente reaccionario para sabotear a tus papás y conocer tu sexo, pero la veo muy poco; además sería un esfuerzo absurdo pues ya no tardas en nacer. Tus abuelos maternos acaban de irse, interrumpí un rato la redacción de esta carta para saludarlos. Don Rafael es re cotorro. Me gusta charlar con él, nos divertimos mucho. Doña Gloria es moderadamente más seria, pero igual le entra al quite en las conversaciones. Pienso que serán igual o más consentidores que tus abuelos paternos. Conforme se acerca tu nacimiento, los ánimos en casa están mejor. Nunca imaginé tanta alegría. Me siento culpable por no escribirte seguido, creía poder hacerlo. Me lo impide, sobre todo, la ansiedad de saberte cerca y mis horarios desordenados.

Hace unos días tus papás redecoraron sus habitaciones. La de casa de tu mamá y la de aquí, de tu papi. Sacaron, entre muebles y ropa, un juego de cobijas, almohadas y sábanas para tu cuna, una carreola y algo que parece una canasta portabebés. Recuerdo: un día de los meses pasados vi en la mesa del comedor unas bolsas del súper, imaginé como siempre encontrar algo para engullir. Hallé un mameluco amarillo, varios juegos de playeras y shorts, unas mini sandalias y varias mamilas. El apetito que traía desapareció de súbito cuando miré tus cosas. Me emociona la emoción de tus papás, de tus abuelos, de todos los que se muestran alegres cuando miran la panza gigante de tu madre (Gigantesca: en el sexto mes hiciste subir seis kilos a tu mami, el tamaño de semejante barrigota me obliga a acariciarla cuando la miro). ¡Llega ya!, pequeño bebé. Impídeme conciliar el sueño, oblígame a cargarte para calmar tu llanto y sonríeme inesperadamente.

Nota: texto escrito el día 1 de noviembre, 2007.