
Un cuento
Por Juan Pablo Klenner
Son las diecinueve cuarenta y siete, llevo todo el día pensando en esto, pero no he podido sentarme a trabajar en ello. Éste es el planteamiento: ¿Tendré tiempo para escribir un cuento de aquí a las veintiuna?
19:48
Cometo el error de revisar mi Whatsapp, uno de los tantos clientes que tengo demanda mi atención. ¿Se puede llamar cliente a alguien que no te paga? Lo googleo y me salta que si un servicio es gratis, entonces esa persona no es el cliente sino que el producto. ¿Soy el servicio libre de pago de un producto gratuito que nadie consume?
19:52
Todavía hay tiempo, solo debo concentrarme. En mi cuaderno tengo varias ideas anotadas.
19:59
No encontré nada de valor. ¿Tiene cosas valiosas? Sí ¿Para un cuento? No.
20:04
Jacqueline me pregunta desde la cocina si voy a cenar algo, dudo si llamarla por su nombre o decir mi madre. No alcanzo a responder y me pregunta, como si ya estuviera sentado a la mesa, qué opino sobre un especial que salió en el periódico sobre las diversas constituciones políticas que ha tenido Chile. Evidentemente no lo he leído, ni pienso leer nada que salga de un periódico de derechas. No le respondo porque nunca me han gustado las tertulias a gritos. Jacqueline, o mi madre, grita que si no nos sentamos ya a la mesa se irá a comer a su cuarto. Mi padre le responde, también a gritos, que no le gusta recibir amenazas. ¿Por qué no Patricio, como hice con Jacqueline?
20:07
Es una cena común y corriente. Mi intención es encontrar un desenlace, elegir un momentazo y generar una trama para lograrlo. Me preocupa especialmente el hecho de que esta historia no termine como empezó, quiero un enfrentamiento que lleve al conflicto interno y garantice un final épico. La comida está fría pero no me importa. No he comido en todo el día.
Me hacen preguntas y yo respondo «claro» a la mayoría de ellas. Pensé contar lo mucho que me están sudando las axilas, en un afán por transmitir el estrés al que yo mismo decidí someterme, pero como no es una sudoración excesiva, no para mí, me parece absurdo y desisto.
En lo único que pienso es que debo adelantarme al lector, por eso me levanto súbitamente, corro hasta la cocina, agarro el cuchillo carnicero y se lo paso a mi padre que me lo está pidiendo.
Entre medio de los “claro”, rescato algo: Jacqueline está preocupada de que mi hermano vaya a ser un home daddy –o papá en casa, cómo le digo yo-. Sé que idealizo la situación, pero yo firmaría un contrato para ser papá en casa, me parece un proyecto increíble, además soy excelente prestando servicios gratuitos.
Mi padre antes escribía mucho, pero ahora ya no. Durante la cena le pregunto: «¿Qué cuento escribirías?» Mamá dice que «el de los hilos». Cuando yo era chico mi papá inventó un cuento sobre un hilos para hacerme dormir. Papá se encogió de hombros, acostumbrado a que ella respondiera por él.
20:29
Me senté a escribir lo que ocurrió en la cena, ahora son las veinte cincuenta y siete.
20:57
Ocurrió que Jacqueline llegó con un dedo ensangrentado cuando iba por la mitad del cuento y me pidió que le sacara una astilla que se había hecho acomodando la leña. No exagero si les digo que escudriñé hasta el hueso de la falange y aún así no pude sacárselo.
21:00
El debate es: publicar o no éstas líneas.
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