La torta

La torta

Por Macarena Silva

Cuando una es chica le llevan de aquí para allá y ni le preguntan nada a una. Como cuando el cumpleaños de la Antonella. Ese cumpleaños fue raro. Partiendo por el hecho de que yo no era amiga de la Antonella, pero igual me llegó invitación.

Como vivía en el campo siempre era la última en llegar a todas partes y la última en irme también, odiaba eso. Con otros cinco hermanos, mi mamá se tenía que coordinar los sábados entre más de una fiesta de cumpleaños, trabajos del colegio, reuniones o visitas para aprovechar la salida en auto.

Mi mamá dejó a mi hermana mayor en la casa de su mejor amiga y me llevó a mi cumpleaños. No se bajó del auto, pues mis hermanos chicos estaban peleándose, así que yo me bajé sola, con el regalo en las manos. Me acerqué a la puerta y toqué el timbre. Fue fácil saber que allí era el cumpleaños por los tradicionales globos amarrados en la puerta.

Siempre me ponía nerviosa al llegar. La mamá de Antonella me abrió la puerta y yo me despedí de mi mamá. Se iba a pasar la tarde a la casa de la tía Josefina para hacer hora y venir a buscarme luego.

La Antonella llegó corriendo a recibir el regalo, pero no lo abrió, lo que me extrañó. Se lo paso a su mamá y ella se lo llevó. Mi mejor amiga, la Pame había llegado antes y me contó que la Antonella abría los regalos después, cuando todos se había ido.

Antes de salir al jardín a jugar, pasamos por el comedor, fue entones cuando vi la torta. Estaba todo preparado: la mesa con el mantel de colores, platos de cartón, serpentinas, cornetas, globos colgados, la mesa llena de pancitos con ave-palta, ave-pimentón y huevo, gajos de naranja con jalea de colores, suflitos, bebidas, ramitas; pero lo que más destacaba entre todo era la torta, la más linda que había visto en la vida. 

La Pame y yo nos quedamos un rato mirándola, era de chocolate con crema chantilly, lo mejor de todo era que tenía cerezas encima.

—Ojalá me toque un pedazo con cereza —le dije a la Pame antes de dejar atrás el comedor.

Lo pasamos bien fuera. Fuimos a ver una casa abandonada en la esquina que era igualita a esas casas embrujadas de los programas de la tele. No entramos. Cuando volvimos, habían puesto una mesa en el jardín con vasos llenos de chocolate helado y kuchen que todos los niños fuimos a comer. La Pame y yo nos miramos extrañadas cuando notamos que ningún familiar adulto salió a comer con nosotros, pero igual comimos. Nunca nos había tocado un cumpleaños en el que nos sirvieran el té afuera. Supusimos que era cosa de la familia de la Antonella.

Rato después nos llamaron adentro para cantar. 

—¡Al fin, torta! —le dije a la Pame. Ella asintió y corrimos a buscar un buen lugar en torno a la mesa.

En el comedor había un montón de gente grande, tíos y tías de la Antonella, por lo que nos costó encontrar un lugar cerca de la torta. Logré de pura suerte hacerme con una corneta, pero no pude conseguir gorro. La Pame sí.

La Antonella se sentó en la cabecera y su mamá prendió las ocho velas de la torta. No cantamos altiro pues al parecer la abuelita de la Antonella había ido al baño, cuando llegó empezamos a cantar. El papá de la Antonella tenía esas cámaras nuevas de video y grababa.

Terminamos de cantar y la Antonella apagó las velas. Todos aplaudimos, tocamos las cornetas, tiramos las serpentinas y la challa. Entonces, cuando pensamos que estábamos a punto de probar la torta, la mamá de la Antonella la levantó en el aire frente a todos y dijo:

—¡La torta se va!

Y se fue. ¡En serio! Es decir, se fue de verdad. La Pame y yo nos quedamos en la mesa esperando y esperando a que volviera la torta, pero nunca volvió. Comimos suflés, pancitos, tomamos la bebida y nada. Al final todos se fueron y nos quedamos las dos sentadas, solas, en el comedor.

—Tal vez dieron torta en el living —dijo la Pame y fuimos ahí, pero no. 

La casa de la Antonella era de esas casas antiguas bien grandes con varios livings y cuando pasamos por uno, que tenía la puerta cerrada, justo se abrió y vimos a los tíos, tías y abuelos sentados comiendo torta.

Nos quedamos en la puerta mirando. Una tía gorda de anteojos nos vio, se acercó con un  plato de torta en la mano y nos cerró la puerta en las narices, con una sonrisa en la boca.

—Están comiendo torta —dijo la Pame como si yo estuviera ciega—, no creo que nos den.

Nos quedamos rondando la salita para ver si conseguíamos torta, hasta que al final la mamá de la Antonella se topó con nosotras y nos preguntó qué queríamos.

—Nos gustaría comer torta —le dije con la voz más amable que pude. 

Ella me miró y con una sonrisa de oreja a oreja contestó:

—La Torta es para los grandes, mijita. Los niños comieron kuchen —dijo y se fue a la cocina como si nada.

La Pame y yo nos miramos sin entender. ¡Kuchen! Un cumpleaños debe tener torta. Aún en shock la mamá de la Antonella gritó desde el jardín el nombre de la Pame, porque la habían venido a buscar. La acompañé a la puerta, ahí la Antonella la despidió y le dio una bolsa grande de sorpresa. 

Yo volví al comedor. No había nadie. Casi no quedaba nada en la mesa. Quería torta.

Decidí colarme en la cocina a ver si conseguía un pedazo. Me asomé con cuidado. Había dos empleadas: una joven y otra vieja, corriendo de aquí para allá, pero no vi la torta por ninguna parte. Al final entré nomás y la empleada joven me preguntó qué quería. Comer torta, le dije y ella me dijo que estaba en la salita de la familia. La empleada vieja me empujó fuera de la cocina y me pidió que no molestara.

Volví al pasillo para ver la salita, me escondí en una esquina para que no me echaran. Cuando se entreabrió la puerta pude ver en una esquina de la salita la torta. Quedaba al menos un cuarto. En eso, la tía gorda de la sonrisa salió de nuevo, me pilló en la esquina y me echó.

Cuando volví al living vi que casi todos los niños se habían ido. Me puse a jugar con la Antonella y sus primos. Yo pensaba todo el rato en la torta. Al final, como siempre, era la última en irse y todavía no me venían a buscar. La Antonella parecía un poco fastidiada conmigo, seguro quería ir a abrir sus regalos. 

Me fui al baño que estaba cerca de la salita de la torta. Al salir vi en una de las mesa del vestíbulo un plato con torta a medio comer.

Me acerqué. No había nadie. Quedaba al menos la mitad y esa mitad tenía una cereza. Tal vez podía comérmela antes de que me pillaran. Estaba a punto cuando apareció la mamá de Antonella avisándome que mi mamá me esperaba en el auto.

Me tomó de un brazo y la Antonella prácticamente me lanzó mi sorpresa cuando me encontré afuera de la casa, donde mi hermano chico me esperaba. Nos subimos al auto y mi mamá me pregunto qué tal había estado el cumpleaños.

Por un momento no supe qué responder. Mis hermanos gritaban que abriera la sorpresa, lo hice; tenía candies, juguetes plásticos y galletas. Me quedé con los juguetes y le di un par de candies a mis hermanos para que se callaran.

Partimos a buscar a mi hermana. Mientras manejaba, mi mamá me volvió a preguntar sobre el cumpleaños.

—La torta estaba riquísima —me limité a decir —, quiero una así para mi cumple.

3 Comentarios

·

Deja un comentario

  1. Muy expresiva desde el principio al final.
    Se dibuja muy bien la situación y se deja entrever muy clara la decepción de la niña y su anhelo no satisfecho. Me ha gustado mucho la anécdota relatada y su forma.
    Feliz dia!.

  2. ¡Enhorabuena Macarena!me ha gustado mucho.
    El plasmar realidades a través de los ojos de la infancia es algo que me llama mucho la atención y hace que todo sea más mágico.
    La lectura se hace súper amena y conectas de inmediato con el personaje.

    ¡Enhorabuena!

  3. Hola, Macarena.
    ¡Hermoso relato! Me fascinó y me teletransportó a mi propia infancia. Yo era de los que solo iban a los cumpleaños por la torta ja,ja. Me conmovió hasta la médula el conflicto de tu personaje.

    ¡Saludos!

Deja un comentario