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Si quieres escribir como un profesional es necesario leer. Qué digo necesario, es imprescindible. Por eso hoy quiero hablar sobre el ejercicio de leer, pero no me refiero a ese ejercicio regular de consumir letras que hacemos todos por placer. Me refiero a leer con la intención de aprender de quien escribe. Hoy te voy a compartir aquellos aspectos en los que yo me fijo cuando leo, quizá esto te ayude a reconocer cómo leer como un escritor, para que a partir de ahora, cuando leas, no lo hagas únicamente para disfrutar la lectura, que también, sino para aprender los mecanismos de la escritura.
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Hace poco empecé a leer Llámame por tu nombre de André Aciman, una novela muy oportuna para el verano. Trata sobre un chico adolescente, Elio, que pertenece a una familia adinerada de intelectuales que veranean en Italia todos los años. Allí, a cambio de hospedaje y comida, sus padres reciben a un residente cada año para que les ayude en la revisión y traducción de manuscritos. Óliver es el residente de turno, un joven norteamericano en torno a la treintena, muy guapo y carismático, que atrapa la atención de Elio nada más llegar.
Utilizaré como ejemplo esta novela solo porque la estoy leyendo ahora, pero los aspectos fundamentales en los que yo me fijo cuando leo narrativa son regularmente los mismos.
Estilo
Creo que cuando hablamos de novelas, uno de los aspectos que más destacan siempre son el estilo prosístico con que los autores narran. Los hay desenfadados, directos y claros, complejos y enrevesados, muy retóricos y con montones de florituras gramaticales. Mis preferidos son los muy claros, divertidos y simbólicos. Soy de la idea de que el lenguaje no tiene que ser denso, complicado o farragoso para ser bello. Y ser claro es un arte altamente difícil de dominar. Las variaciones estilísticas son muchas, la verdad. Pero es la utilización personal de los recursos lo que hace que nuestra atención se centre en el estilo de un autor.
Llámame por tu nombre es una novela que, en mi opinión, trata de tatuar en nuestro corazón la naturaleza del deseo y su relación con la propia identidad. De ahí que su estilo sea inicialmente retórico, con tendencia a la digresión, un deambular por los hechos que se mezcla con los recuerdos, las añoranzas y los sueños del protagonista en torno a su deseo. Me resulta curioso comprobar que el estilo del autor va adquiriendo soltura y claridad conforme la acción se sobrepone a la añoranza de Elio. Tengo que reconocer que al principio me resultaba cansado acompañar al personaje en su arrebato de deseo, porque a veces me ha parecido demasiado retórico, pero luego me di cuenta de que sin él habrían perdido intensidad los hechos, pues a través de ellos también soy testigo del proceso de sublevación del deseo.
Verosimilitud
Esto es importante para mí, porque si un autor no es capaz de mantenerme creyendo en su mentira (sea ésta realista o fantástica), pierde el derecho de que yo invierta mi tiempo vital en su obra. Quizá cuando era más joven y aún no consumía ficción con los ojos de un creador de ficción, cuando una historia perdía su capacidad para ser verosímil, el mundo no se acababa. Hoy en día, aunque el autor solo haya metido la pata una sola vez, me cuesta mantenerme solidario con él y creer que el resto de la historia estará bien. Aun así, hay algunas excepciones que uno hace porque la historia es bastante adictiva, me pasó con la segunda temporada de Stranger Thigns. Pero en el caso de Llámame por tu nombre se le puede dar doble check azul porque todas las piezas del puzzle encajan bien.
Capacidad del texto para crear empatía
Es imposible leer sin preguntarte en algún momento: ¿me cae bien este o este otro personaje? ¿La situación de la que estoy siendo testigo me resulta familiar, puedo comprenderla? ¿Si yo fuera este o este otro personaje actuaría o reaccionaría del mismo modo? Todas esas preguntas nos van surgiendo intuitivamente porque, al leer, nos adentramos en las vidas inventadas de otros, que no lo son, pero podrían ser personas como tú y como yo. De modo que pensamos en ellos como si fueran reales. Y en cierto modo lo son, en nuestra mente y corazón. De ahí que sintamos la necesidad de dar respuestas positivas a nuestras preguntas. Y cuando esto pasa, todo marcha bien. Porque la historia primero te invita a ser testigo, para después y sin que te des cuenta, la estés viviendo como si tú mismo estuvieras dentro.
Cuando una historia no es capaz de hacer esto, en mi opinión no merece la pena. No es capaz de generar la sensación de que la vida puede ser así y, por lo tanto, se pierde el sentido de nuestra presencia dentro. Queremos que las historias nos digan cosas, nos hagan pensar y sentir y todo eso empieza a través de la empatía.
Elio es un chico hiperculto (un aspecto nada común entre los adolescentes), que pertenece a una familia de intelectuales que vacaciona en Italia, otros dos aspectos que pueden marcar distancia entre la inmensa mayoría de los lectores y el protagonista. Pero Elio es también un adolescente inseguro e inexperto, como cualquiera. Y sus padres también son gente que se preocupa por el bienestar de su hijo, tanto como lo haría cualquier padre. Es decir, que su contexto no impide que reconozcamos en los personajes una naturalidad humana con la que es fácil sentirse identificado.
Tipo de narrador
La propuesta narrativa de Llámame por tu nombre no es innovadora o especial en términos meramente técnicos. La historia está contada con un narrador en primera persona que se mezcla inevitablemente con el monólogo interior, siempre con la perspectiva del personaje protagonista.
Aunque la técnica de esta novela que leo no es nada del otro mundo, el tipo de narrador siempre es un detalle en el que me fijo, pues detrás del uso de una técnica narrativa siempre hay jugo. En mi opinión, al menos el 50% del valor de la propuesta narrativa de un autor está en la utilización de la técnica y los aspectos propios de la estética del texto. Una obra que sabe reutilizar las técnicas o que hace un uso astuto de ellas siempre me resulta más estimulante. Puede que esa sea una de las razones por las que me gusta tanto la obra de Raymond Carver.
Progresión en las acciones
Si una historia no avanza, por mucha calidad que tenga el texto y muy arriesgado que sea el ejercicio retórico del autor, me aburro y quiero sacarme los ojos de sus cuencas. Ya sé que todo esto va de gustos y sabemos de sobra que hay tantos gustos como colores. Quizá tú eres fan de las historias que tardan setenta y cinco páginas en que pase algo interesante. Pero yo no. O no lo era, al menos, hasta que empecé a leer Llámame por tu nombre. Y esa una de las razones por las que me siento inseguro tratando este aspecto. Antes he dicho que me costó acompañar al protagonista en su debraye mental, pero que luego entendí que sin él no era posible sentirse tan emocionado y hasta excitado cuando empiezan a pasar cosas. No te voy a decir qué cosas porque esta es una novela que merece ser leída.
Supongo que de vez en cuando puedo hacer excepciones, aunque normalmente no las hago. Si una historia me aburre porque es demasiado lenta simplemente la dejo. Quizá esto me ha pasado más cuando además de lenta, la prosa es áspera y torpe. Tengo que reconocer que la prosa de André Aciman no solo es deleitosa, es divertida en un sentido patético y exageradamente racional. Puede que me guste porque se parece un poco a mí y mi ego se siente bien alimentado. Pero bueno, allá tú si prefieres las historias lentas. Sinceramente, no creo que vivamos en un tiempo que sea tolerante con la lentitud en la ficción. Pero ojo, no confundamos la progresión y su velocidad con el ritmo narrativo, que tiene que ver más con la fonética, la gramática y la sintaxis de los textos.
Construcción de personajes
Cuando un personaje es tan… algo que no puedes olvidarlo, entonces es un buen personaje. Me fijo siempre en este tipo de detalles que a veces pueden hacernos pensar que los autores abusan de los arquetipos a la hora de construir a sus personajes. Pero yo estoy muy a favor de los personajes que tienen bien definidas sus personalidades, que destacan sobre los demás y tienen una manera de ser tan única que es imposible ignorarlos. Y las mejores historias son aquellas en las que todos los personajes son así de… algo. ¿Conoces la versión norteamericana de Betty la fea? Se llama Ugly Betty y la produjo Salma Hayek. A diferencia de la versión original que no deja de ser un melodrama cómico, Ugly Betty es una comedia romántica que parodia los culebrones de una manera magistral. Esta historia tiene un ejército de personajes, porque de lo contrario sería imposible parodiar un culebrón. Pero lo fantástico de esta serie es que todos y cada uno de los personajes de la historia son perfectamente reconocibles y maravillosos. Están muy bien construidos y son bastante memorables, independientemente de su grado de importancia en la trama.
Llámame por tu nombre no es una novela coral en la que hay un montón de personajes. Sí, hay unos cuántos, pero la atención del lector se centra sobre todo en Elio, el protagonista y su objeto de deseo: Oliver. En mi opinión, el personaje de Oliver es más atractivo que el de Elio, porque se mantiene un halo de misterio en torno a él. No puedo decir que me parezcan personajes memorables. No creo que estos personajes vayan a ser recordados por el público lector. Pero tampoco se puede decir que sean malos personajes. No sé, creo que lo verdaderamente atrayente de la historia es que se ha escrito una historia en la que se reproduce el mito de amor entre el efebo y el “maestro”, pero desde una perspectiva no heteropatriarcal y más centrada en la psicología de los personajes.
Calidad de diálogos
Cuando un personaje habla tenemos la oportunidad real de conocerlo. Y no es lo mismo conocer a un personaje a través de la voz del narrador que hacerlo a través de sus propias palabras.
Una historia en la que los diálogos no son capaces de acercarnos a los verdaderos sentimientos y pensamientos de los personajes son una pérdida de tiempo. Escribir diálogos es quizá la parte más difícil, porque cada que un personaje abre la boca el autor tuvo que asumir su papel. Y asumir el papel de muchos personajes, simultáneamente, es un trabajo de locos. Lo digo por experiencia. No solo hay que entender al personaje creándolo. Hay que ser el personaje una vez creado, para que todas y cada una de sus palabras le representen y ayuden a que la historia avance.
Llámame por tu nombre tiene unos diálogos excelsos, aunque pocos. Son excelsos por su poder de significar un montón de cosas que están muy lejos de lo que significan literalmente las palabras que los personajes están usando.
Estructura
Las estructuras más regulares y comprensibles son lineales. Y en general al gran público le gustan este tipo de estructuras clásicas porque ayudan a comprender sin gran dificultad la trama de la historia, y suelen producir una sensación de redondez y totalidad que a la mayoría de las personas gusta. Pero cuando un libro tiene una estructura no lineal, es decir, cuando se rompe el orden natural de los acontecimientos, nos sentimos inevitablemente más atraídos al consumir la historia porque las historias no lineales apelan más al intelecto: son rompecabezas perfectos que juegan con nosotros deliberadamente.
Llámame por tu nombre tiene una estructura lineal muy clásica y muy necesaria para la comprensión de la historia, ya que el personaje protagonista se deja perder a sí mismo entre sus propios sueños, pensamientos y deseos. Las acciones de esta novela están unidas por las digresiones del protagonista en un orden natural y amable que, a pesar de su simpleza, es bueno.
Las estructuras de las historias que leo han sido siempre fuente de inspiración, sobre todo cuando su forma es tan especial y única que produce las ganas irremediables de escribir una historia propia con una estructura tan especial como esa. Emular las estructuras que nos atraen es, sin duda, un buen método de entrenamiento literario. Pero ojo, yo te recomiendo que si lo haces, no te agobies pensando que el intento será una obra maestra. Por lo general, cuando queremos imitar lo que otros han hecho bien en una obra literaria, el resultado es malo porque usamos un contenedor que fue hecho a medida de otra historia.
Tratamiento del tema
¿El autor está abordando un tema que realmente le importa y que realmente conoce? Esta pregunta es obligada para mí cuando leo un libro, sin importar el género. Siempre he buscado que los libros me aporten ideas. Leer no es más que un acto de comunicación. La lectura nos convierte en depositarios de las ideas que otros han configurado con la intención de transmitir. Y una vez que hemos dejado a sus ideas entrar, se produce en nuestro interior la necesidad de hacer algo con ellas. Unas veces producimos ideas propias que, a su vez, convertimos en nuevas obras; otras veces, simplemente dejamos que las ideas calen hondo y nos enseñen a vivir. Sea cual sea el tipo de reacción que un libro produce, siempre que produzca una reacción estará bien. Sobre todo cuando, al leer, el lector percibe que la forma en que el autor trata el tema es tan adecuada que puede hacer que la idea viaje tan dentro de él como el autor quiera.
Llámame por tu nombre trata sobre el deseo. Y es sin duda un retrato profundo y bello del deseo que me está permitiendo vivir con intensidad la locura que viene con él, así como sus alegrías y desgracias. Un deseo que se traduce en amor, amor por el prójimo y amor por uno mismo, pero al fin amor. Si al comenzar a leer esta novela hubiera percibido que el autor no tenía idea de lo que estaba diciendo a través de la historia que escribió, les aseguro que no habría permitido que me mantuviera setenta y cinco páginas de inicio en vilo.
¿Escribiría algo como esto?
Finalmente. Lo que siempre me pregunto al terminar de leer un libro es si yo escribiría alguna vez una obra como esa. Y lo hago porque me gusta dejarme inspirar por el trabajo de otros escritores. No se trata de reproducir lo que otros han hecho. Eso no tiene sentido. Se trata de encontrar una perspectiva única y personal sobre el tema tratado, incluso sobre el manejo de la técnica y la forma de la estructura. Un ángulo que haga eco hacia la obra de referencia, pero que sea capaz de hacer vibrar de igual modo a otros lectores, quizá hasta el punto de que ellos quieran escribir una obra como la mía. ✍🏼
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