La primera vez que leí a Charles Bukowski yo era once años más joven, o sea, no hace tanto. Y me dejó encantado, porque el imaginario de este borrachín incorregible me pareció igual de sabroso que el de autores como Sade o Apollinaire. Lo que me gustó de Bukowski fue su capacidad para contar la vida desde los márgenes y la incomprensión, con una crudeza y naturalidad propia del insurgente que bombardea el sistema desde su casa y con una botella en la mano. Si hay algo que puede decirse de este escritor es que tenía la enfermedad de escribir.
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Bukowski nació en Alemania y creció en Los Ángeles en una familia en la que el amor y el afecto brillaban por su ausencia, lo cual moldearía su visión descarnada e individualista del mundo. Al ser mayor que casi todos los escritores de los nuevos movimientos literarios independientes, y habiendo crecido durante la Depresión, las modas pasajeras como la contracultura y la filosofía vacua del amor libre no le atraían en absoluto; de hecho, renegaba de ellas. Bukowski se mantuvo alejando de los focos y se entregó en cuerpo y alma a la escritura. La máquina de escribir le transportaba a ese lugar mágico entre la locura y la cordura que tanto le gustaba.
Ganó fama mundial como uno de los escritores norteamericanos más influyentes de su época, aunque ya durante las últimas dos décadas de su vida. Es símbolo del realismo sucio y de la literatura independiente, que no es sino otra forma de decir que mientras Bukowski vivió, a nadie le importaba una mierda su trabajo.
Quizá la razón más importante por la que tardó tanto en divulgarse su obra, es que ha sido de los primeros autores en representar la realidad de un modo exhibicionista y obsceno, crudo, diría yo. Lo que Bukowski escribió desató muchas críticas negativas en su época, aunque también muchas positivas. Es ese tipo de autor al que o amas u odias. Algunos críticos lo ensalzaron como uno de los grandes escritores malditos.
No terminó la carrera: estudió dos años de arte, periodismo y literatura en Los Ángeles, donde también vivió la mayor parte de su vida. Empezó a beber y a escribir muy joven. La relación que Bukowski estableció entre el alcohol y la literatura fue prácticamente inseparable. Su figura, en mi opinión, es arquetípica: su vida bohemia, libertina y desentendida, más allá de su incuestionable talento, ha reforzado el mito de que los escritores beben o no son escritores.
A lo largo de su vida Bukowski mantuvo correspondencia con escritores, editores y admiradores. Recientemente, se publicó una selección de las cartas más interesantes que Bukowski llegó a escribir y enviar: se titula La enfermedad de escribir, de editorial Anagrama.
Como casi siempre tengo el ojo puesto en las novedades literarias en torno a la creación literaria, no pude pasar por alto la publicación de este libro. Decidí venir aquí a compartir y comentar algunas citas que me parecieron interesantes e ilustran bien el tipo de escritor que fue Bukowski, más allá del arquetipo del escritor borracho que la inmensa mayoría conoce.
El orden en el que expongo las citas destacadas busca representar también los cambios y la evolución que experimentó el escritor a lo largo de su vida, en términos de crecimiento literario y profesional. ¡Vamos allá! Dice Bukowski:
“Me confundes con un erudito […] Ni siquiera soy un artista de verdad, sino una especie de impostor que escribe desde el asco más absoluto. Pero cuando veo lo que escriben los demás, sigo adelante. ¿A caso me queda otra?”
Me hizo gracia comprobar que estas inseguridades nos persiguen casi a todos, aunque seas un borracho machote como Bukowski. No era capaz de entenderse a sí mismo como un artista verdadero, aunque, por otro lado, se enfrentaba a la literatura con mucha garra y valor.
“Ya tengo 34 años. Si no triunfo antes de los 60, me daré un plazo de 10 años.”
Me la apunto porque es perfecta. Piensa en esto: aunque su interés por la literatura empezó cuando tenía en torno a los veinte años, no fue sino hasta los 35 que se puso en serio a escribir buscando hacer del ejercicio literario un oficio con el que pudiera ganarse la vida. Y tenía tan claro la dificultad de su objetivo que se preparó para conseguirlo, aunque pudiera morir en el intento.
“No me interesa tanto la fama como la sensación de que no estoy loco y de que las cosas que digo se entienden.”
Frases como esta me hicieron pensar en la enorme pasión que embargó a Bukowski mientras vivió. Realmente nunca persiguió la fama. Le bastó con el gozo de tumbar teclas y sentir que ese despropósito le daba sentido a su existencia.
“Soy un tipo peligroso cuando se me deja solo frente a una máquina de escribir.”
¡Y que lo diga! En mi opinión, Bukowski procuró que su literatura removiera consciencias y espabilara, a veces violentamente, a los lectores. Quizá hoy ya no resulta tan escandalosa su literatura y se cuestiona menos su crudeza, pero en su época lo que escribió levantó ámpulas. Hay que tener valor y ganas de sacudir al mundo. Cualquiera que sea capaz de hacer eso es fácilmente considerado un peligro por el estatus quo.
“Espero que este premio no me ponga las cosas fáciles, aunque es muy posible que así sea. […] Tan solo espero seguir creando cosas que arrojen luz sobre mí y todo lo demás. Ese es el objetivo del Artista, además de evitar perder la chaveta.”
Cuando Bukowski empezó a conseguir éxitos con su trabajo no le sucedió, lo que a veces sucede a algunos escritores, que ganan reconocimiento y pierden el ímpetu o bajan la guardia. Bukowski fue muy consciente de que no eran los galardones y los premios lo que nutría su ego y lo hacía sentirse realizado, sino el hecho simple de saberse poseedor de una voluntad férrea e invariable: vivir para escribir y disfrutarlo sin llegar a perder la cabeza en el camino. Quienes escribimos entendemos a lo que se refiere. No pocas veces me acusan de obsesivo. A la gente regularmente le cuesta trabajo entender que una persona tenga tanto que decir y tanto que pensar, lo que a un escritor resulta completamente natural. La cuestión es: mientras para nosotros puede ser muy natural perdernos durante un día entero sin pausa entre las letras de un texto, para otros es una auténtica locura. El problema es que los otros, a veces, pueden tener razón. Lo cual, en mi opinión, no debería importarnos un bledo.
“Los artistas solo pueden hacer una o dos cosas: escribir o dejar de escribir. A veces continúa y lo deja a la vez.”
¿No has sentido ese tirón del que habla Bukowski? Escribir o dejar de hacerlo. Y estamos tan mal, tan locos, tan metidos que muchas veces hacemos ambas cosas simultáneamente. ¿Y nos quejamos de que nos digan locos?
“Lo que no saben es que si no siento el rugido de las palabras en mi interior es como si estuviera muerto, así que de momento acudo a aquello que me ayuda a que pase (la botella) (la multitud). En el futuro a lo mejor me da igual.”
La pasión de Bukowski me reconforta porque se parece a mi propia pasión. Es una pasión desmedida que puede parecer a veces enfermiza. Y quizá los es.
“Escribir es un juego de lo más divertido. Cuando te rechazan, escribes mejor; cuando te aceptan, sigues escribiendo.”
¿No te fascina la forma despreocupada en que a este autor le importaba un pepino lo que dijeran los demás sobre su trabajo? Fue un ejemplo viviente de que no importa cuántas veces te rechacen, aunque siempre son preferibles los rechazos constructivos. Pero incluso en esos casos da igual, porque te pican el orgullo, lo que te impulsa a seguir adelante.
“Es mejor estar tranqui, currártelo a tu manera, libre, y fracasar cuantas veces quieras. Si saltas 5 metros con pértiga te exigirán 5,5 metros la próxima vez y es muy posible que te acabes rompiendo una pierna.”
Tuvo razón. Si es uno mismo el que se marca las metas, nada puede salir mal. El tiempo que le tome a uno alcanzaras es relativo. Y son irrelevantes las comparaciones. Para no terminar descalabrado lo mejor es andar un camino muy propio y marcarse uno mismo el ritmo.
“…no necesitas elogios ni dar charlas para la Sociedad Armenia de escritores de Pasadena. Que les den. Más papel, más cerveza, más suerte, ir bien de vientre, un buen polvo de vez en cuando y que haga sol, ¿quién necesita nada más? El alquiler, claro.”
Yo agregaría lecturas, series y películas. Comida. Pero poco más. Concuerdo en que la vida, cuando se tiene tan claro lo que a uno le complace, no necesita más. El dinero en cantidad, aunque es sinónimo de éxito, puede también ser causa de una profunda infelicidad. Me gusta cuando me recuerdan que la vida es bella escribiendo, aunque sea entre las cuatro paredes de tu habitación, teniendo lo básico y tirando hacia adelante. Si uno puede escribir, poco más se puede pedir.
“…mi teoría es la de no rendirse; no dejaré de escribir aunque me rechacen toda la vida; no me rendiré aunque me envíen un coro de p*tas que me machaque vivo y un grupo de seis baterías maric**es tocando los bongós a ritmo de twist y bep pop. No empecé hasta los 35 y si espero otros 35 no quedará mucho de mí. Hoy cumplo cuarenta y cinco y estoy escribiéndole a Henry Miller.”
Al margen de su declarada homofobia, misoginia y xenofobia en general, no deja de gustarme el optimismo que caracterizó a Bukowski. Diez años después de haberse empezado a enfrentar seriamente a la creación literaria, ya no era el pardillo al que le rechazaban, era el pardillo al que le rechazaban y se carteaba con uno de los escritores norteamericanos más importantes.
“…el último poema que escriba será el poema que tendré que escribir entonces. Me permito el lujo de tomarme esa libertad…”
Escribir sobre lo que uno tiene que escribir en cada momento. Sin dejar que tu pasado o el contexto te condicione.
“El principal problema hasta el momento es que ha habido un abismo demasiado grande entre la literatura y la vida; quienes han creado literatura no han escrito sobre la vida y los que han vivido la vida han sido excluidos de la literatura.”
La marginalidad de Bukowski es quizá el factor definitivo que me hizo admirarle. Pocos escritores como este se han atrevido a representar el mundo desde fuera, más allá de los límites de la extranjería, mucho más cercano al sentimiento exrtaterrestre. Y quizá así se sintió Bukowski toda su vida, aunque no murió sintiéndose incomprendido, sí que tardó mucho tiempo en no ser excluido de la literatura. Lo cual resulta inspirador, ¿no te parece?
“…por desgracia o por suerte, cada día que pasa, cada año que pasa, me siento mejor escritor, si bien hay periodos de calma en los que me replanteo muy en serio suicidarme y he estado a punto de hacerlo, sobre todo con resaca. No me extrañaría que la mayoría se sienta igual…”
Ya incluso siendo un escritor experimentado, las inseguridades nunca le abandonaron. Como no abandonan a nadie que se dedique al arte. Llama la atención que estas inseguridades son incluso más poderosas que el hecho de reconocerse a uno mismo mejor artista que antes.
“No me malinterpretes. Cuando digo que ganarse la vida escribiendo es duro no me refiero a que sea una vida de mierda. Ganarse la vida con la máquina de escribir es el mayor de los milagros. […] Pero escribir, como cualquier otra cosa, requiere disciplina. Las horas pasan volando y aunque no esté escribiendo las ideas están cuajando, por eso no me gusta que vengan a verme para beber cerveza y parlotear. Me interrumpen, frenan el flujo creativo.”
Una realidad que algunas veces asusta a mis alumnos es que la creación literaria, a diferencia del consumo de literatura, toma muchísimo tiempo. El tiempo siempre es relativo, depende mucho de los procedimientos y métodos de cada autor. Pero por norma general toma bastante más tiempo del que pueda uno imaginarse de entrada. Lo que está claro, aunque no para la mayoría de los novatos que se acercan a mi taller, el arte del escritor no es producto de la genialidad instantánea.
“Por lo general, un escritor de valía está entre 20 y 200 años adelantado a su generación, por lo que pasa hambre, se suicida o enloquece, y solo salta a la fama si partes de su obra se descubren mucho después en una caja de zapatos o debajo del colchón en una casa de p*tas.”
En esto, desafortunadamente, Bukowski tuvo razón. Aunque quizá vivimos una época especialmente positiva para los artistas. Internet cambia el paradigma para todos y acelera los procesos. Ahora, quizá, en lugar de 20 sean 15, o en lugar de 100, sean 75 años. Cuestión de probar…
“…evitemos ponernos demasiado serios y, con un poco de suerte, nos saldrá algo serio.”
Me gustó particularmente esta visión de Bukowski sobre el tratamiento de los temas. Siempre he estado a favor de las funciones discursivas de la literatura. Participo de la idea de que la literatura puede cambiar el mundo a través del cambio de las consciencias. Pero cuando nos ponemos extraordinariamente políticos y deliberadamente reaccionarios podemos resultar insoportables. Quizá la mejor forma de ser absolutamente político es tomándoselo todo con mucho sentido del humor y cruzando los dedos para hallar las sutilezas que nos permitan dar en la diana con el discurso.
“El último día en Correos, cuando ya me iba, un tipo dijo: «Hay que ser valiente para dejar el trabajo a tu edad.» Pero no sabía ni cuántos años tenía. Los años pasaban y no me enteraba de nada, joder. Sí, tenía miedo. Miedo de no ganarme la vida como escritor. El alquiler, la manutención de mi hija. La comida me daba igual. […] Escribí mi primera novela […] en 19 días. […] Escribía relatos guarros para las revistas porno. Me servía para pagar el alquiler y también para que muchos me dijeran que odiaba a las mujeres. Ganaba poquísimo dinero, pero sobrevivía. Empecé a dar recitales casi en contra de mi voluntad, pero necesitaba el dinero. […] Y escribí y escribí y escribí, me encantaba darle a la máquina de escribir. […] Ah, también ganaba diez dólares a la semana por escribir la columna «Escritos de un viejo indecente». Y esos diez dólares daban para mucho. […] La bebida ayudaba. Todavía ayuda. Y me encanta escribir, EL SONIDO DE LA MÁQUINA DE ESCRIBIR. A veces creo que lo único que me gustaba era el sonido de la máquina de escribir. […] No quería DEMOSTRAR que era un escritor de verdad, sino que disfrutaba escribiendo. La suerte siguió sonriéndome y no dejé de escribir. Las mujeres eran cada vez más jóvenes y más exigentes. Algunos escritores comenzaron a odiarme. Muchos siguen odiándome, incluso más que antes. Qué más da. Lo importante es que no morí en Correos. ¿Seguridad? ¿Seguridad para qué?”
Ya está todo dicho. Nada qué agregar.
“Lo que escribimos es el resultado de lo que hemos vivido con el paso de los años. Es una excelente huella de quienes somos. Lo que ya hemos escrito no sirve nada, lo que cuenta es la siguiente palabra. Y que no se te ocurra ninguna palabra no quiere decir que seas viejo, sino que estás muerto.”
¿Quieres averiguar si aún vives? Intenta escribir una palabra más y evalúate. ¿Puedes?
“Y cuando mi esqueleto descanse en el ataúd, si es que tengo uno, no habrá nada que me arrebate las magníficas noches que he pasado frente a la máquina de escribir.”
Me encanta ese espíritu bailongo en el que el valor está puesto principalmente en la experiencia, en el proceso y no necesariamente en el resultado. Me resulta muy trascendente. Me hizo pensar en el sentido de la vida y en lo absurdo que es a veces quererse quedar en este mundo solo al final, cuando ya se te acabaron las oportunidades de hacer lo que sabías que te iba a producir una inmensa felicidad.
“Tengo 70 años pero estaré en la gloria si el vino tinto sigue fluyendo y la máquina de escribir funciona. Me lo pasaba bien cuando escribía relatos obscenos para las revistas porno para pagar el alquiler y sigo pasándomelo bien a pesar de los peligros de la fama y el dinero… doy pasos cada vez más cercanos hacia la muerte. He disfrutado de la lucha de la vida y la dejaré sin remordimientos. Más de una vez he dicho que escribir es una enfermedad. Me alegro de haberme contagiado. Cada vez que entro en un estudio y miro la máquina de escribir siento que algo en alguna parte, unos dioses extraños o algo innombrable, me ha conferido un don maravilloso que perdura y perdura. Oh, sí.”
Bukowski murió apenas unos años después, no he investigado. Quizá exista alguna foto por allí que documente el funeral. Ojalá no exista, me gusta imaginarlo en su caja, con la cara bien hinchada porque se bebió varias botellas antes de morir, abrazando el último manuscrito y con una gran sonrisa en la cara, una expresión capaz de perturbar a las cuatro putas que acudieron a despedirse, vestidas con lentejuelas. Soñar no cuesta nada…
Termino con esta cita que, en mi opinión, ilustra muy bien la forma en que Bukowski entendía la creación literaria, una perspectiva que bien merece la pena reflexionar.
“Leí por ahí que Henry Miller dejó de escribir cuando se hizo famoso. No lo entiendo: no hay nada más mágico y hermoso que ver las palabras cobrando vida en la página en blanco. Es todo cuanto hay. Siempre ha sido así. No hay mayor recompensa que escribir. Lo que viene después es secundario. No entiendo que los escritores dejen de crear. Es como arrancarse el corazón y tirarlo al wáter junto con la mierda. Escribiré hasta mi último aliento, me da igual que guste o no. El final será como el comienzo. Ese es mi destino. Es algo tan sencillo y profundo como eso.”
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